27.10.07

A agua, a fuego, a torcidas, a la fuerza, a tomar por saco

“¿Qué diferencia hay, según esto, entre los que desde dentro de la cueva de Platón se maravillan de las sombras y figuras de diversos objetos proyectados en la pared –sin querer ni jactarse de nada, y con tal de que estén contentos y no sepan lo que les falta- y el filósofo?”
Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura


l santuario de Nuestra Señora de la Barca o Nosa Señora da Barca en Muxía, La Coruña, está tan cerca del mar que no podría estarlo más. De vez en cuando los temporales han dejado posarse a mar tirada, sobre el atrio, alguna barca o una chalana que el oleaje habría destrozado como si fueran copitas de cristal de Bohemia.

Tengo entendido que esa especie de plataforma de salvación con su jardín megalítico es la que inspiró un santuario. El que ahora vemos no es el santuario primitivo. El que ahora vemos es barroco. Un barroco sin pretensiones, de construcción sólida y bien integrada en el lugar. Granítico. Al sur, en la desembocadura del Tajo, resisten las ruinas de la catedral lisboeta con su crucería al aire. Como el costillar de un monstruo mitológico por cuyas ojivas descarnadas clarea la luna y reverberan los portazos de las furgonetas. Cuando la tierra tembló en Lisboa el año 1755, la iglesia de Santa Comba de Bande en la Baixa Límia orensana, no se inmutó. Sigue ahí desde el siglo VI contra todo lo que se podría haber esperado. Y sin embargo el mismo terremoto de Lisboa resquebrajó los hastiales y las vidrieras de la Pulchra leonina, la tercera catedral de León. La segunda la había dejado malparada la campaña de Almanzor.

Cuando el terremoto, Voltaire aprovechó la ocasión para llevar el agua a su molino y demostrarle a Leibniz que no estábamos en "el mejor de los mundos posibles" sino en el peor. Luego hubo la revolución francesa, la desamortización de Mendizabal y todo lo demás. En la catedral de León quedan restos de los hipocaustos de la séptima legión romana, con la misma irreversibilidad con la que los Monegros están hundidos en el fondo del Canal de la Mancha convertidos en la Armada Invencible vencida. La selva de Indonesia está repartida por las terracitas y los jardincillos de inspiración zen del primer mundo. Todo encaja. Y eso que vamos a obviar entre todos el enigmático hallazgo de veinte mil pinzas depilatorias en el sitio de Numancia, a pesar de lo terribilísimo del cerco sobre todo cuando llegó Publio Cornelio Escipión y una barbaridad de elefantes. Pero todo va encajando.


Santuario de Muxía




Está el magnífico artículo de Julio Llamazares sobre Las campanas de Foncebadón (en "El País" de 26 de marzo de 1993) cerrado en elpais.es a los no abonados. Una vieja, la última vecina de ese pueblo maragato –un día floreciente y hoy abandonado-, defendió las campanas de la ruinosa iglesia de Foncebadón magistralmente:

"[...] la solitaria María saltó a las primeras páginas de los periódicos de la provincia. Por lo visto, coincidiendo con el Año Jacobeo, y con la excusa de evitar posibles accidentes ante la masiva afluencia prevista de peregrinos, el Obispado de Astorga decidió retirar las campanas de la iglesia de Foncebadón, que está a punto de caerse, y trasladarlas al Museo de los Caminos. El día señalado para ello María recibió a la expedición (integrada por dos curas, seis obreros y cuatro guardias civiles) armada con un palo y subida en el tejado de la iglesia, decidida a defender las campanas con su vida. En vano intentaron convencerla para que se bajara y les dejara llevarse unas campanas que, al fin y al cabo, legalmente no son suyas. Mientras les arrojaba piedras, María decía que las necesitaba, entre otras cosas, para avisar a la gente de los pueblos cercanos si un día se declaraba un incendio en el suyo, puesto que ni teléfono tiene para sustituirlas. Y cuando un cura le dijo que para eso no le servían, puesto que las campanas no tienen ya badajo, la enrabietada María le contestó que, si hacía falta, lo tocaba con el suyo (el del cura). Al final, la mujer zanjó la disputa gritándoles a los escandalizados curas y a los obreros y guardias civiles, que se fueron sin intervenir, sorprendidos quizá por la actitud de aquella pobre mujer y por la amenaza del hijo, que permaneció también sin intervenir, contemplando los hechos a distancia sentado en una piedra del camino, pero después de advertir, eso sí, que si alguien tocaba a su madre cogía la escopeta y le metía un tiro, que aquellas campanas tenían que tocar a muerto por ella y que luego hicieran con ellas lo que les diera la gana, incluso deshacerlas si querían."

Lo ideal sería colgar aquí todo el texto de Llamazares o, para no contravenir la ley, publicarlo fragmentado simultáneamente en varios blogs amigos vinculados. Ya veré.

Tengo para mí otra historia de campanas y badajos pero no quisiera comprometer a una pequeña comunidad de monjas de una ciudad española que no tiene mar pero que tiene mucho cielo. Malvendieron su convento con su claustro cisterciense y su altar mayor grandioso. No obstante se llevaron la puerta del torno del siglo XI y la llave y alguna cosita más que empieza con "c". Para ponerlos en la casa nueva. En una furgoneta y con nocturnidad. A pesar del obispo. Precisamente un día le preguntamos a la superiora qué voto era el más importante de los tres (castidad, pobreza u obediencia). "El de obediencia", nos dijo. Y su boca se cerró como si no pudiera mostrarse mejor un sacrificio más rematado ni más perfecto.

No veo en las contemplativas de la tierra del cielo, ni en general en los religiosos, la idolatría que podría deducirse ante la neoiconoclastia que resurge. La obsesión de algunos iconoclastas por el erotismo de los religiosos para mí es comparable a la de los consumidores de pornografía hacia las escenas lésbicas, y a los fetichistas en general. Les pone. Las fotografías de la exposición de J.A.M. Montoya auspiciada por la Junta de Extremadura que tanto disgustaron a la Iglesia, son en mi modesta opinión ejemplos elocuentes de mi sospecha o hipótesis. Este fotógrafo probablemente hastiado del habitual reportaje de BBC (bodas, bautizos y comuniones) se aventuró por el clarobscuro más rotundo. No le falta técnica, aunque no es ni un Cartier-Bresson y ni siquiera un Mappelthorpe ni mucho menos. Si tengo que decir la verdad, a mí me dio como pena. Tiene algo de repetitivo, de falso, como los montajes de Spencer Tunick. El de las conglomeraciones nudistas organizadas. Cuando al que mira la foto lo que le gustaría ver es donde está la ropa. Y el que sale en la foto es un señor gregario, o una señora gregaria. Alguien que cree que el espectáculo lo hace el tamaño. Que cuando más alto se habla más razón se tiene. Que juran por el Libro de los Récords.

Por lo demás, la aportación de Montoya y tutti quanti a la fotografía creativa o artística es la obscenidad explícita. Son imágenes rígidas y estereotipadas como las viñetas de una fotonovela. Montoya se debe creer que es poco menos que Fassbinder o Fellini. El ecce homo onanista con su corona de espino está obviamente bebido y no aporta ninguna idea nueva o de disensión a la del Jesús del madero ni al que anduvo en la mar. Montoya no crea ninguna composición que no hubiera labrado mil veces la imaginería castellana o andaluza: el éxtasis, la crucifixión, etc. No me quisiera detener ni un día más en el tal Montoya y su galería freaky tan convencional en el fondo, tan comedida con las leyes civiles, con una sexualidad genital y de tópicos que no dejan nada a la imaginación.

El agua de los pantanos cubre las iglesias desconsagradas de los pueblos sumergidos. El agua acaricia fríamente la arboladura de la flota imperial invencible derrotada. Se pudre y verdea entre las costas de Francia e Inglaterra. Montones de agua amordazan la madera que no sirvió ni para cunas, ni para catafalcos ni para leña ni para sombra ni para nada. ¡Ah! Pero donde no llega el sol, ni el cielo, ni el fuego, llega el agua. Y donde no llegue el agua, ahí llegan las palabras de los políticos. La virgen que había hasta hace bien poco en el pinar del Turó de la Peira, en el distrito de Nou Barris de Barcelona, era una virgen okupa. Creo que era una advocación de la Purísima. Hará unos 40 años alguien la puso al pie de una gran pared de roca viva. Luego se hizo una verja. Siempre había flores, aunque fueran del propio monte, hasta donde yo recuerdo. Hacía ahora tiempo que no iba yo por el pinar. Estuvo algo más de un año cerrado al público por reformas. Se volvió a abrir el último verano con el número de bancos doblado. Lo que me pareció desacertado es que se hubieran asfaltado los caminos que rodean la colina en ascenso. Era el único sitio donde de verdad una se podía refrescar en las tardes más tórridas y desalmadas de la canícula.

La semana pasada descubrí que el santuario de la virgen okupa se ha convertido en un área de perros y que donde estaba la figura han puesto una palmera gorda como un buzón. La palmera suele formar parte de la imagen corporativa de nuestro ayuntamiento. Es un calimbo vegetal que sanciona el delirio urbanista y marca los límites de la llamada "actuación" o "acción". El plátano se aclimató como pudo al Ensanche. Pasó de las avenidas fluviales a los boulevards y hasta fue el fondo desvaído de algunas campañas electorales de Convergència i Unió. Las palmeras de Barcelona están estresadas. La decadencia del plátano suele ser estoica. La plenitud de la palmera urbana es epicúrea y así le va. Prefiero las palmeras del desierto.

En nuestras ciudades y en nuestros pueblos todo acaba teniendo un significado: los plátanos, las palmeras, beber cava, no beberlo, las áreas de perros, todo. Instalar un pipicán en un lugar abrigado en la umbría (en vez de hacerlo en la solana ventilada) no resiste el análisis más somero e ingenuo. El hedor de las meadas y las cacas que puede llegar a mezclarse ahí puede ser proporcional al deseo de quitar a la Purísima del medio. No me refiero a un milagro adverso o invertido. No hablo de un castigo divino, sino de la retroalimentación perniciosa en el mundo de la apropiación de los significados. Los políticos se apropian de los significados, y no sólo porque los monopolizan. Se apropian de los significados porque les añaden un lastre. Y encima nos implican en su monopolio de símbolos dándonos a pensar que poner un pipicán donde había una Purísima es una especie de secularización, modernización, o buen-rollonización del lugar. Nos convierten en sus testigos, en sus cómplices. No los necesitamos. En realidad la virgen no está por esas historias. Quien la puso y quienes le llevaban flores ya no están o ya no tienen las piernas buenas para acercarse al parque. Por lo tanto, el caso merece ser señalado pero nada más, no hay que concederle de momento mayor importancia.

Cuando se inauguró el Auditori, hubo un muy buen reportaje en "El País" demostrando cómo representaba y materializaba la ideología del PSOE-PSC. Mientras, el Teatre Nacional de Catalunya (TNC) –a pocos metros y encarado- era la viva imagen de la Cataluña convergent. Desde que leí el reportaje no he podido ver los edificios sin ignorar el análisis que había leído y hasta releído. Hace una barbaridad de tiempo que no fui al TNC. Si digo que la última vez que fui vi un espectáculo de Pina Bausch, "Masurca Fogo" que había estrenado para la Exposición Universal de la capital lusa... Entre lo que había leído en "El País" y que Pina Bausch en persona se sentó a mi derecha en una fila central, no pude aprovechar bien la coreografía. Me sentía intimidada. Otra le hubiera pedido un autógrafo o cualquier cosa. ¡Pina Bausch! ¡En persona! Yo me quedé más tiesa que un palo y hasta mi acompañante se extrañó de mi inexpresividad. "¿No te gusta?". "Mucho, mucho" le dije vivamente. No veía oportuno indicarle con el dedo o con una ceja que mirase más allá de mí a la coreógrafa. Ahora ya sé que lo que hubiera hecho si no hubiera sido tan rematadamente tímida es precisamente preguntarle a la coreógrafa: "Do you enjoy it, don't you?"

Hay que ir más allá de los significados. No necesitamos a los políticos. O no podemos dejarles creer que dependemos de ellos. Por una sola vez voy a definirme: me gustan el cristal de Bohemia, las vidrieras de la catedral de León, la luna portuguesa; prefiero el hijo de María de Foncebadón a los héroes que se depilan, prefiero Cartier-Bresson a Mappelthorpe, prefiero Cartier-Bresson a Montoya, prefiero Fassbinder a Hereu y prefiero la Purísima a todas las mujeres. Los perros sólo me gustan cuando los conozco.

Cuando yo aún no había nacido, ni ganas, ¿para qué?, mi abuelo iba al mar. En Costa da Morte, en los caladeros de Finisterre. A veces traían pescado, a veces no. A veces tenían comida, a veces no. A veces ni siquiera volvían. El mar no les dejaba. O la niebla. Pero yo tengo muy presente la sirena de la lonja llamando a los marineros en la niebla, como llama el lamento desgarrador de un perro abandonado a su amo. Llegado un momento dado, el perro ya llama no a su amo sino a un amo cualquiera. Cuando mi abuelo ya no podía ir al mar aún iban mi tío y mis primos. Tengo presente el dolor que no sabe de significados. Y tengo la medallita de la Milagrosa de mi abuela. Otra cosa no tenía allí ella en el muelle esperando horas y mirando a la puta niebla, a la nada. Para algunos de nosotros, no sé cuantos ni me importa, Nuestra Señora está con nosotros en la nada.

In memoriam Erasmo de Rotterdam que nació en tal día como hoy de 1466, y en memoria de todos los erasmistas; el primero, Cervantes.

Post scriptum (4 de agosto de 2019): El 30 de mayo pasado hablaron de la cueva a que me refiero en "La familia Barris" (BTV). Curioso que Josep Maria Babí, que creo que colabora como historiador con el Arxiu de Roquetes, diluya la desaparación de la virgen okupa ─término que por cierto asimila en su intervención─ en la vaguedad. Naturalmente su relación con el Ayuntamiento de Barcelona le inhibe de revelar que la desaparición está directamente relacionada con la rehabilitación del parque de los años 80. Ya sé que por ahí se lee que fue en los años 70 pero eso, de ser cierto, se prolongó tanto que su misma imprecisión es también motivo de apreciar también ahí falta de rigor. No debe de ser tan difícil precisar más los datos. Era alcalde Narcís Serra.

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