29.8.07

Clasicismo, Romanticismo, uvas doradas y punto

arece ser que Francisco Umbral pronunció como pudo éstas palabras (“Clasicismo”, “Romanticismo”, “uvas doradas” y “punto”) en su agonía, dictando su columna diaria en “El Mundo” a María España, su mujer. Y esas palabras parecen haberse quedado como sin sentido o, para mejor decir, con su solo significado mondo y lirondo, utilitario y consabido.
Se ha hablado estos días del parentesco de Umbral con Quevedo, Larra, Gómez de la Serna y Valle-Inclán. No hay que olvidar a Garcilaso, Cervantes y, en menor medida, a García-Lorca. De Garcilaso tomó no sólo el título Mortal y rosa, como Salinas no tomó de Garcilaso sólo el título La voz a ti debida. Además de por la “tradición” precedente, los temas “familiares” de la familia literaria, los escritores también se explican por las lecturas sin provecho. Perdón, me estoy refiriendo a los buenos escritores.
Esas palabras (Clasicismo, Romanticismo, uvas doradas y punto) no dan para incitar un duelo de versificadores improvisadores, pero sí podría suscitar una recreación. Me han hecho pensar en un test psicológico clásico conocido como “test proyectivo”, pero que yo llamo “test proyectil”. El test consiste en proponer unos elementos que el analizado deberá recrear. Estos elementos son: desierto, cubo, caballo, escalera, flores y lluvia. La persona a la que se le hace el test desarrolla sus ideas espontáneamente y visualmente. Dice que es lo que “ve” en el desierto, etcétera, como si estuviera proyectando sus ideas en una pantalla. Cada elemento nos dará en realidad pistas sobre cuestiones vitales. El desierto representa la vida. El cubo –se interprete como una figura geométrica o como un recipiente- representa a la persona en cuestión, cómo se percibe a sí misma. El caballo es la pareja y la escalera los amigos, las flores representan los placeres de la vida y la lluvia las dificultades. No hay una tabla de equivalencias para interpretar las respuestas unívocamente, ni sería deseable, pero cualquiera puede sacar conclusiones.
Es curioso como en una canción de Lola Flores, su famosa “Pena, penita, pena”, de los maestros Quintero, Quiroga y León tenemos todos esos elementos:

”Es lo mismo que un nublao
de tiniebla y pedernal
Es un potro desbocao
Que no sabe a dónde va.

Es un desierto de arena, pena
Es mi gloria en un penal,
Ay, pena, penita pena.

Yo no quiero flores, dinero ni palmas,
quiero que me dejen llorar tus pesares
y estar a tu vera, cariño del alma
bebiéndome el llanto de tus soleares [...]”

Está claro que los seis elementos del test proyectivo son sugerentes como los lados de una sextina que se va recreando y recreando. Como lo son “clasicismo”, “romanticismo”, “uvas doradas” y “punto”. Pero con esos mismos elementos cada cual hace una composición diferente. En principio todo puede ser materia literaria. La prolífica obra de Umbral, no sólo su sección de “Los placeres y los días” en “El mundo”, sino también sus novelas, demuestran tal realidad.

”El País” apenas ha dedicado dos páginas obituarias a Umbral, a pesar de que fue columnista del diario desde 1974 hasta 1988, cuando trasladó su columna a “El Mundo”. Pero hoy en la contraportada acoge una noticia sobre un extenso reportaje que se ha hecho en los Estados Unidos sobre el hijo secreto de Arthur Miller. No se trata de una truculencia de adulterios y historias por el estilo. Se trata de un niño con síndrome de Down que nació el año 1966 (pero no de su relación con Marilyn Monroe sino de su relación con Inge Morath, pedazo de fotógrafa). Cuatro días después de nacer fue depositado en un orfanato. Recuerda otra historia, la de Pablo Neruda con su hija aquejada toda su vida de una hidrocefalia, ya que la apartó de su lado.

La conducta monstruosa de Arthur Miller o de Pablo Neruda me parece que no debe confundirse con sus obras literarias. No conozco sin embargo la obra del dramaturgo y sí conozco la del poeta pero no me gusta. Mejor dicho: en mi opinión no tiene gran valor. Su éxito para mi es un enigma. También es enigmático que haya personas –incluso aficionadas a la buena lectura- que todo cuanto conocen sobre Paco Umbral tiene que ver con su relación con Jaime de Marichalar o con el encontronazo con Mercedes Milà en un programa televisivo.

Como hacía Umbral cuando se quedaba encallado en una columna, vuelvo al principio: “Romanticismo”, “Clasicismo”, “uvas doradas” y “punto”.

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27.8.07

Teresa


Hace unos cuantos años me propuse anotar frases que encontraba no en los libros o en los diarios o en letreros, sino en la calle, cogidas al vuelo, fuera de contexto, pronunciadas por completos desconocidos.

Pero esas frases son, como pasa con tantas otras cosas, imprevisibles, esquivas. Pronto abandoné mi colección de frases aunque a veces, no muy a menudo, aún encuentro alguna. Ayer oí: “Va deixar escrit en uns llibres que tenia per allà que feia més de 50 anys que no creia en Déu” (“Dejó escrito en unos libros que por allí tenía que hacía más de 50 años que no creía en Dios”). Al instante supe de qué se hablaba. La frase la sorprendí en una plaza y la pronunció un hombre de unos 70 años que estaba sentado con otros dos hombres en un banco. ¿Jubilados? Es lo más probable. A la frase, tan sintética, sólo hay que añadirle su entonación de certidumbre y sorna, un deje de saciedad mundana, y de “ya se veía venir” o de ratificación del descreído a quien nada va a sorprender.

Reconocí en la frase la noticia que había leído el día anterior en “El País” (“¿Creía en Dios Teresa de Calcuta? Un libro desvela cartas de la beata en las que describía las crisis de fe de sus últimos 50 años”, 25 de agosto de 2007). Como en  el juego de los disparates, la frase de la plaza transformaba un titular que a su vez resumía un reportaje sobre un libro. El libro se publicará en septiembre con 40 cartas de la beata a sus confesores a lo largo de más de 60 años. “El editor es Brian Kolodiejchuk, principal postulador de la santidad de Teresa de Calcuta, quien ha aportado todo este material al proceso de canonización”.

El titular (“¿Creía en Dios Teresa de Calcuta?”) es muy bueno. Si acaso tiene la debilidad o peca de poder ser malinterpretado, de ser transfigurado por los partidarios del agnosticismo. O incluso puede deslizar maliciosamente o no dudas sobre la honestidad de la Madre albanesa. “Hablo como si mi corazón estuviera enamorado de Dios; si estuvieses ahí, dirías: “qué hipocresía”, confiesa a un consejero”.

Creer o no creer, eso es lo que en mi opinión subraya el titular de “El País”. En el eje de la “o” gira la duda. Quien ha dado vueltas en esa rueda o en otras acaba por asumirla sin anclarse en el conflicto. La conjunción “o”, que podría haber resultado ser una disyuntiva (como aquello de “ser o no ser”), acaba siendo un conector. A pesar del silencio de Dios, la Madre Teresa siguió adelante y es lo que cuenta. Hay que hacer más caso de lo que se hace que de lo que se dice.

No sé nada de Teología, aunque sí puedo recordar algunos malos ratos de Teresa de Ávila relatados en su Vida (1562), escrita también a sus confesores. Si alguien “cree” que la fe tiene que ver con un enamoramiento inacabable, apacible, etc. Tiene a Teresa de Lisieux y su Historia de un alma (1897), escrita a indicación de su superiora. La santa francesa murió con 24 años, el año 1897, por lo que la historia de su cuerpo fue muy breve y beatífica. No podemos saber si su espíritu no iba a verse expuesto con los años al vacío y a la oscuridad que experimentó la santa de Calcuta en su noche oscura del alma.

En los tres textos de las tres Teresas hay que señalar que fueron redactados por obediencia. La Vida se publicó a los 26 años de su redacción, el año 1588 y fue objeto de la inquisición del Santo Oficio.

A mi, la duda o una cierta inseguridad, el desasosiego, me ofrecen garantías de honestidad e inteligencia. Nunca veo la duda como debilidad. Aunque está claro que hay dudas enfermizas o que la indecisión puede ser mórbida, también está claro que los frutos de la patología de la certeza (la arrogancia, el fanatismo), son mucho peores.

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21.8.07

Timoteo (Dumbo, 1941) y Rémy (Ratatuille, 2007)

En la imagen se ve a Ganesha, el señor de los obstáculos en el hinduismo, el hijo de Shiva con cabeza de elefante y con un ratón por montura. La iconografía de Ganesha se remonta a varios siglos antes de Jesús. Dumbo, de la factoría Walt Disney, fue estrenada el año 1941. A punto de volar, Dumbo confía en que es la pluma de un cuervo, la que le permitirá hacerlo y los consejos de Timoteo, el ratón amigo. 


Me detengo en esta pervivencia o coincidencia de Ganesha y Dumbo a través de los tiempos y las fronteras, y me intereso por el desnivel o “asimetría” que representa juntar un elefante y un ratón. El temor de los elefantes a los ratones no se ha dilucidado. La teoría más recurrente explica las dificultades de los elefantes para ver de cerca, como si la proximidad de los múridos les produjera más que pánico una zozobra tan desasosegadora como infundada. Otra teoría, ésta menos conocida y que no he podido contrastar, explica que los ratones gustan de comer el tejido adiposo que recubre las patas de los paquidermos, la grasa que amortigua el peso de estos animales colosales.

La historia de Ganesha y su ratón pudo llegar a Occidente en la Edad Media por la Escuela de los traductores de Toledo, en la incorporación de algunos cuentos del  Panchatantra a nuestro Calila e Dimna. Lo que sea.

Ya nos hemos acostumbrado a los ratones de Mortadelo en el percance de atrapáreseles el rabo bajo una silla o un peso descomunal. Una postal de Navidad de Ferrándiz sin su conejo o un gorrión en el ángulo inferior, parece que esté inacabada, vacía. Los dibujos animados están llenos de ejemplos como el de Timoteo.  La mitología pokemónica es equiparable en su variedad al plantel de santos hindús, unos 3000, cada uno con sus avatares y sus símbolos y catasterismos.

Rémy, la rata de Rataouille (2007), además de que es una rata (o de que no es un ratón), cosa que de entrada lleva añadida una cierta aversión o repugnancia, tiene un papel que no es el de desnivelador-nivelador. Lingüini está en una posición débil, como Dumbo, pero rápidamente vemos que no hay comparación posible. De alguna manera el papel de Rémy a veces nos resulta inverosímil de tanto realismo. La inverosimilitud está acentuada por el hecho de que se persigue un modelo nuevo de desnivel o asimetría que en vez de remediar homeopáticamente el desnivel de la realidad para que todo siga igual, añade un punto de desasosiego que debe de ser como lo que sienten los elefantes cuando ven o creen ver a un ratón. Que vaya al restaurante de Gusteau un inspección bromatológica amenaza las convenciones o las reglas de la ficción más que el hecho de que las ratas hablen y guisen. 

A pesar del desasosiego, algo bienvenido en esta bitácora, ¿para qué volver a oír siempre el mismo cuento, para qué saber que Dumbo siempre va a acabar volando? Valle-Inclán decía que los escritores ponían a sus héroes (personajes) o a sus rodillas o a su misma altura o los veían desde el aire. Rémy no para.

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16.8.07

Profetas de internet


“Es posible que [Andrew] Keen, al igual que Borges, peque de elitista y conservador. Pero en su último libro, The cult of the amateur (Doubleday, 2007), critica la citada democracia cultural de la Web 2.0 de modo demoledor. Keen arremete contra toda buena parte de los aficionados que escriben blogs, graban y cuelgan sus videos de YouTube o aportan sus críticas literarias a Amazon”. “Estoy en contra de la idea rousseauniana de que la inocencia es mejor que la Ilustración”, dice Keen. Y, además, abunda la impostura: ¿cómo sabemos que la crítica de un libro que leemos en Amazon no ha sido colgada por su autor?”

(La Vanguardia, 15 de agosto de 2007)


Hoy el libro de Keen, subtitulado How today’s internet is killing our culture, se vende en Amazon por 15,61 $ (sin gastos de envío). A cambio, hay colgado en  Youtube un vídeo de una hora. Es su presentación del libro en los Headquarters de Google en California, en junio. El vídeo, además de la gratuidad, añade elementos  importantes, como son los de ver en vivo al angloamericano desabrido. Y eso no tiene precio.

Todo me hace suponer que Jean-Jacques Rousseau estaría encantado con la Web 2.0. Prometo haber leído su Émile  y hasta parte de Les confésions, por lo  nada me hace creer que Rousseau defendiera la inocencia antes que la Ilustración, o que elaborara una frase por la cual pudiéramos pensar que la inocencia es mejor que la Ilustración. Es una afirmación que no podría atribuírsele ni a Voltaire, porque es demasiado agria.

Rousseau, como Borges, es citado a diestro y siniestro, para defender unas ideas y sus opuestas. Rousseau lo mismo estuvo en el Índex librorum prohibitorum de la Inquisición (hasta 1966, cuando Pablo VI lo clausuró), que está muerto de asco en una biblioteca universitaria.

A veces parecería que nuestros profetas del caos desean un Santo Oficio 2.0., un tribunal donde examinar la probidad de los escritores aficionados y los tratos de la canalla letraherida con el “diablo” o con la propaganda encubierta. Al profeta del caos le gustaría que el tal tribunal mirase con lupa y con telescopio supuestos fraudes, y atrapase deslices e ingenuos errores de la fulaña. Los profetas formados en la Universidad, una institución vieja –aunque no tanto como la Iglesia- y que, como la Iglesia, apenas ha evolucionado, podrían aspirar a controlar la futura Web 3.0. o Web 3.1. con las artes de toda la vida.

Andrew Keen ignora, en los dos sentidos de la palabra ignorar, que la cultura es por lo menos dos cosas: supervivencia y diálogo. A quien no le interesan las personas, no le interesa la cultura.

Un vistazo, ni que sea superficial, por las principales Historias del libro, incluso las que se editaron antes del advenimiento de internet, permite comprobar las dificultades que ha habido para la supervivencia de los textos (por no hablar de los que ni siquiera llegaron a publicarse) y cómo el diálogo se ha visto amenazado por los poseedores de la verdad o por los que no tienen el menor interés por otros puntos de vista menos privilegiados.

En los libros sobre libros, en los libros sobre historia de la escritura, o sobre los soportes documentales,  o sobre las bibliotecas públicas y privadas, se explica la destrucción y el saqueo de colecciones preciosas que en algunos casos provenían a su vez de otros saqueos.  En esos libros se explica cuántas ovejas llevaba hacer un códice con Aristóteles o una Biblia en pergamino. Hoy en día, cuando publican hasta las mujeres, que ya es decir, por lo menos se puede hacer sin sacrificar ni ovejas ni corderos ni calamares ni árboles.

Un día noté a faltar en una librería, en una gran librería, los sonetos de Shakespeare. El dependiente parecía la más detestable mutación del telefonista de un call center: ausente, impermeable, con la atención perdida o imantada a la pantalla del ordenador, ajeno no sólo a las sutilezas de la poesía isabelina sino a los rudimentos mínimos de la cortesía. Desde entonces sólo acudo a las librerías cuando no hay otro remedio. Me gustaban más las librerías de hace apenas 15 años, que han ido desapareciendo junto con sus libreros y, por pequeñas que fueran, con sus sonetos de Shakespeare. Pero, no hay mal que por bien no venga, y todo Shakespeare está en internet. Y mucha música escrita de otra manera inasequible.

Se queja Keen de que en la Wikipedia “la voz de un estudiante de secundaria tiene el mismo valor que la de un erudito universitario o que la de un profesional con experiencia [...] Con sus millones de editores aficionados y su contenido poco de fiar [sic] Wikipedia es el decimoséptimo sitio con más visitas de internet, mientras la Enciclopedia Británica, con sus cien premios Nobel y sus 4000 expertos, está en el lugar 5.128 de la lista”.

Es cierto que la Wikipedia está pasteleada por Google, como también lo es que la Encyclopaedia Britannica es de pago (la subscripción es de 51 € al año). El buscador más socorrido e inevitable de la red da indefectiblemente el mayor peso a cuanto se publica en la wikipedia. La wikipedia se ofrece en infinidad de idiomas. Hoy “Andrew Keen” no está en la Encyclopaedia Britannica, mientras que sí que está en la Wikipedia. Está claro que los buscadores o metabuscadores deberían ser más inteligentes. Pero, ¿tiene sentido pasar por el proceso editorial y todas las humillaciones que conlleva un libro con su ISBN y su Depósito Legal y sus correctores y su promoción, cuando hay sistemas instantáneos, cuando esos sistemas aseguran supervivencia y diálogo? Por lo demás, un Nobel lo es por ser bueno y no se es bueno por ser Nobel. No hace falta cacarear tanto el valor, cuando lo hay.

Sabe Kleen que la impostura, el plagio y el autoplagio, la inanidad y lo que él –bárbaramente, anglófonamente- llama “cacofonía”, ha existido siempre. También sabrá, a no dudarlo, que hasta la patulea sabe lo que es bueno. La patulea, la fulañita, sabe advertir publicidad encubierta incluso mejor que un erudito  universitario avezado advierte el prestigio cuestionable de una idea que tiembla en la pura base.

The cult of the amateur  es la respuesta a The long tail, de Chris Anderson, que representaría al idealismo y a los valores democráticos de internet. Cada maestrillo tiene su librillo. La respuesta de Keen me hace pensar en un versículo de la Biblia en donde el sabio Cohélet nos dice: “He visto que todo afán y todo éxito en una obra excita la envidia de unos hacia otros. También esto es vanidad y atrapar vientos” (Eclesiastés 4,4). El versiculo procede de la versión de la Biblia de Jerusalén. La de Monserrat varía: “M’he convençut que tot el treball i tot l’èxit d’una obra no és més que gelosia d’un home per un altre. També això és vanitat i un afany buit”. Ya sé que la divergencia entre ambas versiones es mínima, pero la versión en catalán da a entender no sólo que los trabajos producen envidia, sino que además vienen de la envidia.

En cualquier caso, lo importante es pasárselo algo bien. Tengo la sensación de que los profetas del caos y la anarquía como Andrew Keen no se lo pasan bien. La cosa universitaria y erudita les hace medirse continuamente a sus colegas. Como en el fútbol. Tengo, sin embargo, la sensación de que no disfrutan.

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13.8.07

Dos orejas, una boca, diez dedos

Thich Nhat Hanh

Aún no he conseguido aclararme con la famosa frase de Goethe (“Prefiero la injusticia al desorden”). Es un dilema heterogéneo. Y la palabra “injusticia” me alerta. Está claro que casi nadie preferirá la injusticia a la justicia. Lo del orden y el desorden ya es otro tema. Y sin embargo es una frase sobre la que medito cuando la recuerdo. Es en esos ratitos perdidos en que la mirada se hunde bobamente por ejemplo en la forma de la ventana del tren que está en otra vía.
Leí estos días sobre la ira. Primero leí un libro titulado Controle su ira antes de que ella le controle a usted. Cómo dominar las emociones destructivas. El libro lo firman Albert Ellis y Raymond Chip Tafrate. Da unas pautas sobre la TREC o Terapia Racional Emotivo-Conductual, que “deriva de la antigua sabiduría de numerosos filósofos asiáticos y europeos, combinándola con algunos de los métodos más modernos de psicoterapia”. Los filósofos “europeos” a que alude serán acaso Epícteto y Séneca, ya que luego los cita en la introducción. Este típico manual de autoayuda con sus pautas, sus consejos, su bibliografía, sus tests, tiene un orden. Sí que lo tiene. El orden en que se sostiene es fácilmente reconocible y lo asimilan a un modelo contemporáneo, de divulgación mercadotécnica, de producto. 
Otro libro interesante sobre la ira es el del monje vietnamita budista Thich Nhat Hanh. Y sin embargo, el que más me gusta, el que más me empapa, es el texto de Séneca (Córdoba, 4 – Roma, 65). Lo que más me acerca al texto del cordobés no es su sabiduría, su serenidad, su elegancia, su latinidad; es la fidelidad a la palabra pronunciada, al discurso no corrompido por la galaxia Gutemberg. Además es bien cierto que los clásicos son actuales.
En el siglo,  a veces no sólo no escribimos como hablaríamos, sino que además hablamos como si estuviéramos escribiendo. Y eso es una injusticia y un desorden.
Los sutras de Patañjali sobre el yoga están fijados en breves epígrafes pensados para su memorización y transmisión. Cuando leí los yamas y los niyamas que, respectivamente, son las actitudes respecto a lo que nos rodea y hacia nosotros mismos, entendí que se debían conquistar simultáneamente o como mejor se pudiera. Presupuse que el primer yama (ahimsa), que expone el respeto o la consideración que se debe a todos los seres vivos, era equivalente en importancia a satya (segundo yama), que representa la comunicación sincera, la autenticidad. Pero estaba en un error. El orden, en los yamas, actúa de una manera impecable. Actúa igual que en los diez mandamientos cristianos, donde el más importante es el primero (“Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”). Como en el Derecho, en el que hay un a jerarquía de las leyes, entre las cuales debe prevalecer la Constitución, en los yamas prevalece ahimsa sobre satya. Me di cuenta de que estaba en un error cuando en una ocasión pude ver ahimsa y satya en conflicto, con una claridad asombrosa. La ocasión la vi confirmada en pocos días con una lectura casual que oportunamente me certificó que ahimsa es el yama principal.
En Los cuatro acuerdos de Miguel Ruiz, subtitulado Un libro de sabiduría tolteca, el autor honra ese subtítulo al empezar a exponer el “primer acuerdo” (ser impecable con las palabras) advirtiendo de que “es el más importante y también el más difícil de cumplir”. Los otros tres acuerdos son: No tomarse nada personalmente, no hacer suposiciones y hacer siempre el máximo esfuerzo.
Hay mucho donde elegir: sutras yóguicos, la educación para la ciudadanía, las tablas de Moisés, la sabiduría tolteca, el romanticismo alemán, Séneca,...
Tuve, creo, la suerte de hacer la enseñanza primaria en un colegio donde lo mismo nos hacían rezar el mes de María que escuchar a Serrat. No había una dirección política o ideológica. O habría que decir que había muchas. Pillé sólo dos planes de enseñanza, de los cuales el primero se consagraba al desarrollo de la memoria, el cálculo y las destrezas en el dibujo (técnico y artístico) y la caligrafía. Cuando apareció la cosa de las fichas y los exámenes parciales, también se promulgó una especie de asignatura  que se llamaba FEN (Formación del Espíritu Nacional) y el mismo año –1972 o así- tuvimos un libro de religión que incluía varias creencias y no sólo las monoteístas.
Lo recuerdo a la perfección porque aquel año –1972 o así- nos compraron a mi hermano y a mi una bicicleta. No ignoro que el detalle es anecdótico, y que como prueba de la infalibilidad de mi memoria, es poco satisfactorio, pero no se me ocurre algo más rotundo. En cualquier caso, mi formación no pudo ser más contradictoria ni más variada (por no decir nada de las contrariedades). Después no se enderezó y creo que todo ese batiborrillo se conoce como “globalización”. La verdad es que tampoco entiendo muy bien que es la globalización y mucho menos la antiglobalización. Así es que me veo un poco haciendo lo que propone Thich Nhat Hanh: “No seas idólatra ni te ates a ninguna doctrina, teoría o ideología, incluso a las Buddhistas”. Todos los sistemas de pensamiento son medios de guía; no son la verdad absoluta” (14 Preceptos). Y no porque lo diga él.

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8.8.07

El pequeño viaje. La velocidad y el tocino

oy ha llovido y los sufridos árboles urbanos resplandecen. Suele haber en sus alcorques muestras de una parte de la actividad humana: colillas, pañuelos de papel, excrementos de perro domesticado y hasta botellas de agua medio llenas o medio vacías. Como se prefiera. No pasa un día en que no pueda encontrar tirada en la calle una botella de agua mineral desechada, abandonada a medias, cerrada pero desperdiciada.

Cada vez que encuentro una, echo su contenido en un árbol. No sé cómo es el género de personas que abandona botellines de agua, no sé si tiene que ver con alguna deficiencia física o psíquica. No sé tampoco si hay una explicación más allá del hecho de que son envases con agua desechada por haberse calentado y porque ya ha colmado una sed sin demasiadas aspiraciones.

Colillas, pañuelos de papel, botellines de agua, tarjetas de metro, todo son restos de la actividad personal. Como mucho, familiar. Círculo reducido. El bolso y el bolsillo son el equipaje de un viaje de apenas un día. El paquete de tabaco busca ser atractivo de principio a fín. Para la vista y para el tacto principalmente, pero para los otros sentidos también. El tabaco, como el café, es escatológico y ritual, entretiene la boca y las manos y sirve lo mismo al tímido que al sobrado.

En mi pequeño viaje diario a veces doy con tres o hasta más botellas vacías. Hay que fijarse. Se dirá que no es gran cosa lo que se puede regar con ellas. Sea mucho o sea poco, lo que es incuestionable es que por una parte no supone un esfuerzo y, por otra, no se perjudica nada ni a nadie. Mi gesto sin alharacas, al lado de la gesta o proeza de Ewan McGregor y Charley Boorman, es una ridiculez. Los dos motoristas han recorrido unos veinticuatro mil quilómetros desde Escocia hasta Sudáfrica. No sé la cantidad de agua y combustible que han consumido en esta ruta (Long Way Down) calificada como “épica” por sus patrocinadores y en la que han encontrado el “sentido de la libertad” y aquello de los terrenos más inhóspitos del mundo, etc. Parece ser que iban seguidos por cámaras y que ellos mismos llevaban pertrechadas en sus cascos sendas cámaras, lo cual a mí al menos ya me da una ligera idea del “sentido de la libertad”.

Curiosamente, mucha de la publicidad sobre automóviles tiene como fondo no un colapso de tráfico o un peaje, sino algún paraje apenas conquistado por una capa de alquitrán y una música que subraya una libertad sin sobresaltos ni ruidos ni dióxido de carbono. Sobre motos no hay publicidad, si no me equivoco. Se venden solas.

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2.8.07

“Juicio severo” y verdades superpuestas

A José Pedro Delgado, “Peppone”

“Tengo en el pecho una jaula
En la jaula tengo un pájaro
El pájaro lleva dentro del pecho
Un niño cantando en una jaula
Lo que yo canto”
Amancio Prada

l título “Juicio severo” es del expresidente de la Generalitat de Cataluña, Jordi Pujol, a una colaboración suya en La Vanguardia del primero de agosto. Empieza “las cosas han llegado a un punto de vergüenza” y acaba “Pero también he hecho mis deberes con respecto a España. Nadie podrá negármelo. Celebro poderlo afirmar con tanta seguridad. Y por ello tengo derecho a ser crítico con España. A reclamarle y exigirle que actúe con justicia elemental, también respecto a Catalunya”. La transcripción es exacta: es “celebro” y no “cerebro”, es “respecto” y no “respeto”, es “crítico” y no “críptico” o “cítrico”.

Lo interesante, o lo que me interesa destacar –que no es lo mismo- es algo que aparece hacia la mitad del artículo, pero que tiene el mismo tono: “¿Hay un resentimiento contra Catalunya? Probablemente. ¿Por qué? ¿Hay hostilidad? Seguramente. ¿De qué calado? ¿Cuál es su origen? ¿Se puede superar o atenuar?”.

En vida mía, después de pasar casi 20 años bajo Franco, he pasado otros tantos bajo el gobierno de Pujol, un hábil político, ¿a qué negarlo?. Como la gran mayoría de los políticos actuales, su retórica deja mucho que desear. En algunos casos hasta resulta vergonzosa y siempre enajenante. No está dignificada por las sutilezas del lenguaje.  La severidad suele degenerar en acritud, es más fiable la seriedad. No sé si este número abrumador de preguntas tiene respuesta, o si la respuesta está en la misma pregunta. Un poco es como cuando no sabemos si alguien bebe porque está mal o si está mal porque bebe.

Está claro que casi todo cuanto se dice en “Juicio severo” es cierto. No hay mentiras o –como dírian Marguerite Yourcenar o Luisa Cuerda-, no hay demasiadas inexactitudes. Lo que hay es una falta elemental a la lógica y no voy a perder el tiempo en demostrarlo. Cuando se pregunta si hay hostilidad, la está invocando.

La generación de Jordi Pujol no tuvo acceso a la Retórica pero tampoco tuvo acceso a los juegos didácticos de insertar un cuadradito en un cuadrado mayor. Y sin embargo sí que pudo escuchar aquel pedazo de canción de León y Quiroga que cantaba como los ángeles Concha Piquer:

“En Sevilla había una casa
y en la casa una ventana,
y en la ventana una niña
que las rosas envidiaban.
Por la noche, con la luna,
en el río se miraba.
-¡Ay, corazón-qué bonita es mi novia!
-¡Ay, corazón-"asomá" a la ventana!”

La estructura de anadiplosis de “No te mires en el río” es diáfana. La niña que está en la ventana está en un balcón que está en una casa de Sevilla. Hay otros ejemplos de anadiplosis o concatenación en la poesía culta:
“La plaza tiene una torre
la torre tiene un balcón
el balcón tiene una dama
la dama una blanca flor”
(Antonio Machado)

Y como hermana de la concatenación, tenemos la amplificación o acumulación, con ejemplo bellísimo de Maria Mercè Marçal:
“El meu amor sense casa.
L'ombra del meu amor sense casa.
La bala que travessa l'ombra del meu amor sense casa.
Les fulles que cobreixen la bala que travessa l'ombra del meu amor sense casa.
El vent que arrenca les fulles que cobreixen la bala que travessa l'ombra del meu amor sense casa.
Els meus ulls que arrelen el vent que arrenca les fulles que cobreixen la bala que travessa l'ombra del meu amor sense casa.
El meu amor que s'emmiralla en els ulls que arrelen en el vent que arrenca les fulles que cobreixen la bala que travessa l'ombra del meu amor sense casa.”

Veamos: ni el balcón está en el aire (aunque la niña se cayó en el río) ni las hojas son arrancadas por los ojos, ni la torre tiene una plaza sino que es la plaza la que tiene una torre. El nivel de complejidad es mínimo. Alguien me sabrá decir, sin embargo, a qué España se refiere el expresidente. Prometo honestamente que no lo sé. ¿Se refiere al gobierno de España, al pueblo español, a una parte de los españoles? ¿Y qué es Cataluña? De verdad, no lo sé, y eso que a mí –en lo que a planes educativos se refiere- me pilló la temporada de las fichas y los rompecabezas.

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