12.10.08

Quienes somos, de donde venimos


Princesa Ileana de Rumanía
El Pazo de Meirás -por su lista de inquilinos- no tiene nada que envidiarle al Castillo de Bran, más conocido como el Castillo de Drácula o Castillo de Bran en Transilvania, del que fue propietaria la princesa Jleana de Rumanía. Además, Emilia Pardo Bazán era condesa como conde era Vlad IV el Empalador. No estoy al día de cómo ha quedado la venta del castillo de Bran ni cómo está la titularidad de la propiedad del pazo que perteneció a la condesa bigotuda y después acabó siendo morada vitalicia estival del General Franco. Bromas aparte, me leí Los pazos de Ulloa cuando yo leía novelas y me pareció muy buena. Creo que fue Curros Enríquez quien le dedicó un asiento del tren en que recreó la Divina Commedia en cachondeo (O divino sainete, 1888). Si no recuerdo mal la situó en el vagón de la gula (por su obesidad). Lo que no soy capaz de traer a la memoria es si equivalía a Virgilio en su paseo con Dante, ni si habían en otros vagones-pecados más escritores. Curros Enríquez era muy de la broma.
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La “princesa galaica” fue descartada de mi escueta lista de preferencias el día que supe que al ser preguntada su opinión sobre una poesía de Rosalía de Castro, contestó “Muy bonita” con una especie de mohín de condescencia, displicencia y superioridad. Ésta anécdota la cuenta el profesor Basilio Losada con tal maestría que hasta echa para atrás toda la fila de vértebras cervicales y reproduce el gesto con la boca cerrada como un piñón y ladeada, y con la nariz fruncida. Ya se sabe en España que el talento literario es raro y no siempre va unido a otras prendas. Otro detalle de la condesa que me inspiró más que reticencias era su costumbre de llamar “dulce vidiña” a Benito Pérez Galdós, en su correspondencia extramatrimonial.
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Hay una determinada época de la vida en que los aficionados a la lectura leemos desaforadamente cualquier cosa con letras y sólo despacio se va forjando un criterio y nos vamos haciendo más selectivos y más afinados. Hay dos temas que me han intrigado siempre: uno, la supervivencia de determinadas obras a través de la historia y los desastres; y, dos, la extracción social de los escritores. Por una parte me ha interesado saber qué obras antiguas han resistido guerras, censuras, purgas, etc., y porqué. ¿Qué maravillas no se habrán perdido para siempre en el camino de la humanidad? Por otra parte, digo, sin que tenga nada que ver (al menos en mi enfoque), me ha interesado saber la procedencia de los escritores. No me refiero tanto a su origen geográfico como a la posición de su familia, recursos y todos los demás condicionantes de clase.
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Aunque el estructuralismo volvió el interés al texto y a analizar de la misma manera textos de diferentes épocas, hay un lastre por el cual cada época literaria se ve encajonada por sus propios estudiosos y su manera de estudiarla. Esta impresión ahora mismo sólo se me ocurre demostrarla –o mostrarla, mejor dicho- con un ejemplo. Precisamente en lo que se refiere a si se indica o no la extracción social de los escritores en las biografías. Si miramos las biografías de los autores de la Edad Medieval veremos que Íñigo López de Mendoza era marqués de Santillana, que el padre de Jorge Manrique era maestre de la orden de Santiago y conde de Paredes de Nava, de una de las más antiguas familias nobles de España. Pero López de Ayala también pertenecía a “una familia noble”, Diego de San Pedro sabemos que era oidor del Rey. Garcilaso de la Vega descendía del mencionado marqués de Santillana, Juan Boscán sirvió en la corte de los Reyes Católicos y después en la de Carlos I. En el Renacimiento, los escritores españoles parece que “vinieron a menos”. La mismísima Sor Juana, aunque nacida en el virreinato de Méjico, era la hija ilegítima de un militar español. El padre de Lope de Vega era bordador, de un valle cántabro. El padre de Cervantes era de ascendencia cordobosa con antepasados gallegos (tal vez exiliados); el padre era cirujano y se sospecha que converso. La madre de Quevedo era camarera de Ana de Austria, la cuarta esposa de Felipe II. Góngora, su enemigo, era hijo del juez de bienes confiscados por el Santo Oficio de Córdoba. En la Ilustración vuelve a las biografías de escritores el cliché de “familia noble” (tanto para Gaspar Melchor de Jovellanos como para José Cadalso, Samaniego y Tomás de Iriarte). En el Romanticismo leemos en las biografías de las otras enciclopedias cosas como “familia acomodada pero progresista” (Carolina Coronado) o simplemente “familia acomodada” (Martínez de la Rosa), “influyente familia madrileña” (Mesonero Romanos), pero en general la cosa de la extracción social tiende a diluirse en referencias como las que suelen hacerse sobre el padre de Larra (un cirujano militar afrancesado) o las “estrecheces económicas” de Bretón de los Herreros. Ya no digamos nada de lo que despistan las biografías sumarias de Bécquer (que “pasó penurias”), Rosalía de Castro (“baja nobleza gallega”) y Campoamor.
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He ido dando tumbos por las biografías wébicas de Juan Valera, Blasco Ibáñez, Valle-Inclán, Juan Ramón Jiménez, Pío Baroja, Miguel de Unamuno, “Azorín”, Eugeni d’Ors, Gómez de la Serna, Rosa Chacel, los autores del 27, los posteriores a la Guerra Civil, etc. Me he dado cuenta de que toda la información que se proporciona para situar a los autores es muy irregular. Gil-Albert o Gil de Biedma siempre aparecen ligados a la alta burguesía y Miguel Hernández siempre aparece como pastor de cabras, pero aparte de casos así “emblemáticos” no hay una sistemática en el dato. Me llama la atención y por eso lo transcribo el inicio humorístico del artículo de la Wikipedia para Eduardo Mendoza:

"Nació debajo del puente en Barcelona en 1943, hijo de un fiscal y un ama de casa." (Wikipedia)

En los escritores contemporáneos me llama también la atención la constante referencia a sus estudios universitarios, al lado de la insistencia en el autodidactismo de Francisco Umbral o José Saramago. De manera que en Luis Antonio de Villena, Miguel Delibes, Ignacio Martínez Pisón, Vicente Molina Foix y en todos los autores vivos nos encontramos en la solapa con el título universitario por toda presentación.
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Intencionadamente no he manejado biografías noveladas o recreadas ni he ido a biografías de investigación y análisis. He buscado lo más común y consabido, simplemente con el objeto de ver qué clase social predominaba entre las plumas ilustres. Mi tesis era que había muchos profesores de universidad entre los escritores actuales y me parece que no me equivoco. Hay algo que siempre siempre me ha sorprendido y es que la literatura estuviera en manos de un franja social muy determinada. Y ya no digamos que además está copada por los hombres, aunque bien es cierto que cada vez hay más escritoras entre las mujeres o más mujeres entre las escritoras (que no es lo mismo). Lo que ya es la leche es que el principal público lector de las novelas escritas por hombres sean las mujeres. No sé si eso es bueno, la verdad. Debo aclarar además que hay muchos escritores y escritoras no publicadores y muchos publicadores no escritores, a las que les cuesta Dios y ayuda poner una frase tras otra, pero que están deseosos de publicar a toda costa. Pero ese es otro tema.
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El tema de ahora es cómo puede ser que los mileuristas lean tanto los escritores de la aristocracia sin percibir que efectivamente pertenecen a otra clase social (la de las Coplas por la muerte de su padre, por un decir), o que los profesores de la universidades se dediquen a escribir unas novelas que en su mayoría son reflejo de un onanismo inveterado y una justificación de su aburrimiento y su estrechez vital. El conocimiento del mundo de un profesor de universidad acostumbra a ser muy predecible y prometo que para mí tiene más interés un documental sobre la vida sexual del pulpo. No se espera de ellos que hayan vivido una vida como la del capitán Contreras o que hayan pasado por el vértigo existencial de una viuda joven con hijos para llegar a final de mes, pero se les exige que por lo menos sean útiles, ardientes o dignos (alguna de las tres cosas).

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