12.2.09

Las respuestas sin pregunta y las preguntas sin respuesta



 Ilustración de Kost Lavro (El Nadal del llop ferotge)


"Esto es, que mi vida está reducida a querer decir lo que otros no quieren oír"
La vida de Madrid, Mariano José de Larra


aya por delante que de tenerme que situar en algún lado del título, cosa de todo punto imposible, estaría más bien entre las respuestas que esperan una pregunta.
Dicho esto, pasaremos al siguiente punto directamente, a las encuestas. Ya en un post reciente dedicamos alguna atención a las encuestas, y Manolotel tuvo a bien proporcionarnos su visión desde ese privilegiado panorama atlántico de la Andalucía occidental y nos acercó a las verdades estadísticas. Por supuesto, a mi entender, desde mi punto de vista de respuesta sin pregunta, si hay algo mucho peor que las encuestas, eso son las patéticas encuestas de satisfacción. Las preguntas de los referendos tienen también su qué y su cómo. A servidora le llevó unos años ver que ante un exámen lo que había que preguntarse es qué esperaba el profesor de una y, más concretamente, por qué preguntaba lo que preguntaba. Una vez que di con esa clave salvífica, y evidentemente poniendo los codos, conseguí sin excesivo esfuerzo avanzar en mis estudios. Los profesores son muy previsibles, supongo que tan previsibles o más como para ellos lo son los alumnos, pero nunca menos.
Hablé recientemente de dos profesores de los que guardo un bonísimo recuerdo (Mª del Carmen Gea y Josep Català), ambos de mi Primaria o lo que se llamó E.G.B. En la secundaria o B.U.P. guardo un bonísimo recuerdo de Francesca Prats Tur, de la que luego fui amiga. Cesca, como la llamo, había estudiado entre otras cosas, en Toulouse, Lectura de la imagen, especialidad vinculada a la Historia del Arte y que lo mismo sirve para disfrutar del cine, de un brocado chino que de un cromo de “Vida y color” o del Pokemon. Estaba en Toulouse alejada de Barcelona y escondida. Allí mejoró una de las muchas cosas que hace bien, cocinar. Pues de la misma manera que tengo grabado en mi alma a fuego las ecuaciones de primer grado que nos enseñó el profesor de Matemáticas Josep Català, tengo grabada en mi memoria una de las frases de Cesca en una clase de Filosofía. Nos explicó lo importante que eran las preguntas. Eso desencadenó en el tierno alumnado un alud de preguntas en los días consecuentes, cosa que se hizo aborrecible y pedantesca. Otra cosa que nos explicó es que generalmente los alumnos que se sentaban al fondo de las clases tendían a pretender llamar la atención de los otros alumnos, mientras que los que se sentaban al principio de la clase lo que pretendían era llamar la atención del profesorado. Yo sé o yo me imagino que la cosa es más compleja que todo esto, pero que como planteamiento inicial es impecable.
A parte de los referendos, tenemos los tests psicológicos (con unas preguntas que presentarían dos respuestas, la que atendería al principio de la exposición de la pregunta y la que atendería al final de la exposición, y otras lindezas). La oralidad (o verbalidad, mejor dicho) y esa forma de comunicación basada en pregunta-respuesta rige los juicios, los exámenes orales de las oposiciones y las anamnesis o, vulgo, los interrogatorios de los médicos y el personal sanitario para establecer el historial de sus pacientes. Nótese que esa forma de comunicación de pregunta y respuesta exige la convención de que hay una cierta superioridad del que realiza la pregunta sobre el que está de alguna manera impelido a contestarla. Será por eso por lo que de natural una es refractaria a las preguntas, ya no digamos a las impertinentes e indiscretas, que esas me las ventilo con toda la elegancia posible pero sin pestañear. Aparte de ese natural rebelde al que no puedo ni quiero ni debo renunciar, está mi natural de ocho bisabuelos gallegos. Se rechaza por ahí a veces el tópico del gallego que no se sabe si sube o si baja, pero todo tiene una base fundamentada en la costumbre y en el idioma, apenas evolucionado desde el latín. Nada tan odioso como el mito del RH y otras majaderías.

Mucho gallego normativo, mucho gallego normativo, pero yo sé que es más genuino un gallego castrapo o “ghalegho” que estructuralmente evade las respuestas. Mi abuela materna hablaba prácticamente un gallego del siglo X. La buena mujer, no sólo no había visto nunca la televisión, sino que tampoco mostró nunca el menor interés y eso que mi abuelo le explicaba con todo lujo de detalles lo que había visto en algún bar o en casa de mi primo Pepucho, que se llamaba como él (José María Senra). Sobre todo le hablaba de los niños de África que pasaban hambre (luego ha habido otros) y pensaban en cuidar uno y hasta en llevarlo a la Sastrería Emiliano para hacerle un trajecito y comprarle jerseys. Mi abuela sólo tenía una imagen del Sagrado Corazón de Jesús y alguna fotografía. Pues ella -gracias a no haberse contaminado con la TV- hablaba como se hablaba en el siglo X y terminaba los infinitivos en –ere y palabras como mujer (lat. muliere) en –e (mullere). Evidentemente, por el genio de la lengua que hablaba jamás dijo “sí” o “no”. La pureza de su romance sólo se veía realzada por algún arabismo ya desaparecido de nuestra península, como "alsifate" (cesto). El que habla gallego correctamente, como el que habla inglés correctamente o el que hablare latín correctamente, nunca contestarían a la pregunta “¿Has comido?” con un “sí” o un “no”. Eso, independientemente de que el pretérito indefinido no existe en gallego. Si alguien pregunta “¿Comiste?” la respuesta es “Comín” o “Hei comer” o algo por el estilo. Si un niño en una guardería le pregunta a la pedagoga o lo que sea que hubiera “¿Puedo ir al lavabo?” la respuesta genuina (enxebre) en gallego de toda la vida es "Podes" (“puedes”).
Que además todos estos frenos estructurales se vean rebasados por otros daños colaterales, como la conciencia de la imprecisión de nuestros alcances, con la certeza de que nadie nos va a dar un duro a cuatro pesetas, etcétera, no nos debe despistar de que “sí” o “no” también son convenciones lingüísticas. En inglés se considera very rude contestar “yes” o “not” a secas, por mucho que nos empeñemos en nuestra idiosincrasia carpetovetónica o salgamos de una victoria del Barça, del Madrid o de cualquier equipo de Primera División.
Cuando yo trabajaba en el Hospital de Bellvitge (debería de decir “trabajé”, que no es tan ambiguo, pero ya está dicho), pues allí conocí a un médico lucense, Xan Corredoira. Entonces aún había megafonía y a veces se le llamaba para culminar la anamnesis difícil y accidentada de algún gallego que no se dejaba interrogar. “¿Cómo se encuentra? ¿Le duele?”, “Dolerme dolerme no me duele” “Depende”. El Dr. Corredoira era paradigmático. Ya su saludo era un encogimiento de hombros, que tanto expresaba su disponibilidad, como su modestia, como ese remanso de dudas y ese temporal de certezas en que duerme la Galicia eterna. Un día Xan me invitó a cenar y cuando íbamos a ordenar la cena me dijo “que no te sepa mal, pero voy a pedir tortilla de patatas, porque ¿qué quieres que te diga?, a mí es que es lo que más me gusta”. Espero que ahí donde esté esté bien y que siga con esa autenticidad que inspiraba una confianza que no tiene precio. Y que ya casi no se encuentra.
Luego no hay que dejar de recordar también a Caperucita Roja, cuando llega aquello de “¿A dónde vas, Caperucita?” y responde el clásico “A ponerme rulos en el coño, no te jode”. Perdón al respetable, pero es que tenía unas ganas de alguna vez responder a algo que no me han preguntado nunca…
P.S.: Este post está dedicado a la limpia memoria de El Pobrecito Hablador, que murió el 13 de febrero de 1837.



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