23.12.09

Post 362: Secundarios


ace unos días estuve disfrutando de “El testamento del Dr. Mabuse” (Fritz Lang, 1933) y reparé en el papel de los actores secundarios, su valía interpretativa. Los personajes secundarios siempre me han llamado poderosamente la atención, incluso los de la vida real, que también los hay y sin los cuales es difícil explicar muchas situaciones y hasta sostenerlas. Hablo ahora en general, cosa que no me gusta como se sabe. Para entrar en el pormenor y en lo concreto simplemente me referiré a aquellos casos en los que se requiere nuestra participación como público o como “secundarios”. Por ejemplo en las bodas, tal y como se celebran en su mayoría. Damos por sentado que la “estética” de la boda es poco más o menos como la organización de un altar mayor, piramidal y simétrica, con una fachada y un territorio no visible como el que hay entre las bambalinas.

Estos días me he regalado el documental de Roberto Rosellini sobre la India (“India Matri Bhumi”, 1959), el teatro completo de Shakespeare y un par de calcetines con pingüinos emperadores. Los calcetines los estrenaré el día de Navidad (“Per Nadal qui res no estrena, res no val”, se dice en Cataluña), el vídeo me lo hice traer del Japón y ya lo he mirado un par de veces. El Teatro completo lo empecé a leer ayer, con la comedia sobre Los dos hidalgos de Verona, que se cree que fue una de las primeras obras de su autor. Se cita el 1598 aunque no fue publicada hasta el año 1623, en el famoso First Folio. Sin duda los dos personajes literarios más famosos de la comedia no son los dos hidalgos (Proteo y Valentín) sino Launce, el criado de Proteo, y su perro Crab. El perro “aparece” en dos escenas cómicas, y digo aparece entre comillas porque -como es natural- el dramaturgo se vale del recurso del teatro dentro del teatro para  que Launce o Lanza explique las andanzas de Crab en vez de representarlas:

“ESCENA CUARTA.
El mismo sitio.
Entra Lanza con su perro.
LANZA – Cuando un criado se porta con su amo como un perro, todo va mal. A este perro le crié desde cachorro, le salvé de ahogarse cuando echaron al agua a tres o cuatro de sus hermanos y hermanas. Le he instruido con tierna solicitud. Mandome mi amo ofrecerlo como regalo a doña Silvia; pero apenas entré yo en el comedor, se fue derechito a la mesa y hurtó un muslo de capón; ¡oh! es vergonzoso cuando un perro no sabe portarse bien en sociedad. Me gustaría, como si dijéramos, que un perro se propusiera ser de veras un perro, un perro en todas las cosas. Si no hubiese tenido más astucia que él, atribuyéndome la falta que él cometió, creo, por mi alma, que lo hubiera pagado con la horca. Tan cierto como estoy vivo, que le hubieran castigado. Vais a juzgarlo. Figuraos que bajo la mesa del duque, se mezcla en la compañía de tres o cuatro perros bien nacidos. No había estado allí, fijaos bien, ni el tiempo de orinarse, cuando todos olieron su presencia. “¡Fuera ese perro!”, dice uno. “¿Qué perro es ése?”, dice otro. “Echadle a latigazos”, dice un tercero. “¡Que le ahorquen!”, dice el duque. Yo, que lo había olido antes, reconocí que había sido mi Crab; y me fui al encuentro del que blandía el látigo y le dije: “Amigo, ¿os proponéis azotar a ese perro?”. “Pardiez, claro que sí”, me contestó. “Eso será una injusticia -repliqué-, pues la falta cometila yo.” Con lo que, sin explicación alguna, me echó de allí a latigazos. ¿Cuántos harían eso por su perro? ¡Palabra de honor! Me he visto en el cepo por haber mi perro robado pasteles, me he visto en la picota por haber él muerto ocas…, pues de otro modo le hubieran castigado. Ya no te acuerdas de eso. Vaya, pues yo sí recuerdo la treta que me has jugado al despedirnos de doña Silvia: ¿no te había recomendado fijarte en mí y hacer cuanto yo hiciera? ¿Cuándo me has visto a mí levantar la pierna y hacer aguas en la falda de una dama? ¿Cuándo me has visto cometer semejante porquería?”

La vivacidad de Lanza nos recuerda la de tantos personajes secundarios del Bardo, como por ejemplo la nodriza de Julieta (*). También la nodriza introduce un torrente de interjecciones y de picardías. aunque la escena cobra mayor contraste por tratarse Romeo y Julieta de una tragedia y no de una comedia. La presencia de animales en el teatro inglés o en el europeo en general no era rara y ya proviene del “teatro” primitivo y hasta de los Misterios. Encima, dicho sea de paso, Crab desde luego nada tiene que ver con Troilo, el perro de Antonio Gala. Troilo era el perro de Petrucho en La fierecilla domada. A todos nos gustarán los ingeniosísimos juegos de palabras y conceptismos de los personajes protagonistas de las obras de Shakespeare, pero sin duda estas “arias” bufas tienen su qué. Hace nada, a cuento de Romeo, Julieta y Dulcinea ya homenajeé un pasaje de lenguaje popular castellano del Quijote que es una maravilla.

También tengo un recuerdo vivo para al Profesor José Mª Valverde, a pesar de que no llegué a poderlo disfrutar en la Universidad de Barcelona, aunque lo pude seguir desde mi adolescencia en sus colaboraciones en “El Correo Catalán” y en sus conferencias, como la serie que dio en el Institut d’Humanitats del Centre de Cultura Contemporània de Barcelona (CCCB). A través de Valverde se palpaba que la literatura no es aquella cosa agria, anaftalinada, apocada, roma y regurgitada que se deja ver a través de alguno de sus colegas (no solo de la enseñanza sino de la poesía y la crítica).


“Launce, teaching his dog Crab to behave as a dog in all things – Shakespeare – The Two Gentlemen from Verona”, por Henry William Bunbury (1750-1811)
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(*) “NODRIZA – Pares o nones, de entre tantos días
del año, cuando entremos en agosto
catorce ha de cumplir anocheciendo.
Susana y ella -¡Dios acoja a todas
las almas y las lleve a su morada!
la misma edad tenían, y no yerro.
Pero Susana está en el cielo, ¡y era
tan buena para mí! Como os decía,
cumple catorce años cuando agosto llegue.
¡Vaya si los tendrá! Bien lo recuerdo.
Hace once años ya del terremoto;
fue destetada entonces, y no olvido
aquel día entre todos los del año.
Estando al pie del palomar, me puse
acíbar en el pecho, al sol sentada;
en Mantua estabais vos con vuestro esposo.
¡Tengo buena memoria! Y, como dije,
cuando probó el pezón que estaba untado
y lo halló tan amargo, ¡la tontuela!,
hacía falta verla así enojada;
¡cómo se incomodó contra mi pecho!
El palomar temblaba, y, os lo juro,
para correr no me hizo falta aviso.
¡Once años cumplidos desde entonces!
Y se tenía en pie; doy mi palabra.
Y podía correr, aun dando tumbos.
La víspera, sin más, se hirió en la frente.
Y mi marido (que del cielo goce),
tan jubiloso, levantó a la niña.
“¡Vaya -dijo-, ¿de bruces te caíste?
Con más juicio, caerás de espaldas.
¿No es verdad, Julia?” Por la Virgen juro
que no lloró ya más la picaruela
y dijo: “Sí”. Pero hay que ver si ahora
las bromas son de veras como antaño.
Si llegase a los mil lo recordara.”

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