21.5.10

Otra ley


A mi padre

Parce mihi, Domine, nihil enim sunt dies miei |
Spare me, Lord, since my days are nothing |
Señore, déjame solo pues mis días son un soplo
(Job 7:16)
"Parce mihi domine", Christobal de Morales (Jan Garbarek & Hilliard Ensemble)

Ya se levanta el héroe del domingo
ya ruge su caballo de metal,
ya se cala la gorra y acelera,
la ciudad queda atrás.
Unas gotas de lluvia en la comida,
no te preocupes pronto escampará.
Concha, coge a los niños que parece
que la cosa va a más.

Adelante hombre del seiscientos
la carretera nacional es tuya.
(doble bis)
"Adelante hombre del 600" (Desde Santurce a Bilbao Blues Band)

Teníamos un amigo mío y yo una broma que retomábamos a menudo sobre una tercera persona, un médico, que había conseguido por la ley del mínimo esfuerzo llegar a trabajar muy poco o casi nada y eso sin esforzarse. Porque el logro de ese señor estaba en no hacer nada pero realmente sin hacer nada de nada de la muerte. Me intento explicar mejor: la mayoría de mortales cuando queremos evitarnos una labor nos metemos en una batería de complicaciones que además por su excepcionalidad resultan muy cansadas y acaba uno pensando que hubiera sido mejor hacer lo que había que hacer y ya está. Aquel médico descansaba una cierta parte de su estrategia  en la posesión de dos despachos que no sé bien qué razones había justificado. De manera que aunque no estaba en ninguno de los dos podía parecer que estaba o en tránsito o en alguno de ellos pero siempre en el opuesto. Todo esto se respaldaba en la ausencia total de la megafonía en el hospital, que se impuso por el abuso que de ella se había hecho (para dejar en evidencia a fugados). Es decir, había personas que se habían dedicado en el hospital a lanzar mensajes sucesivos a través de la megafonista de manera que todo el mundo se acabase enterando de que el buscado estaba más perdido que un pulpo en un garaje. Pero lo de los desaparecidos en combate o escaqueados es otro tema. El de hoy es el del mínimo esfuerzo, cuya ley nos dejamos en el post previo deliberadamente olvidada. Y eso que tocamos la cuestión de la indigencia que suponen las adhesiones a campañitas de opinion y presión como las de Facebook.

Yo a veces me acuerdo de mi abuelo y padrino, que fue estibador en los muelles de Nueva York muchos años, o -por el  otro costado- me acuerdo de mi abuela que iba a lvar a mano no al lavadero público sino a un manantial que estaba bastante alejado del pueblo. Quien tal vez tuvo el trabajo más duro fue mi otro abuelo, que trabajó en el mar (en los caladeros de la Costa da Morte), y hasta percebeó, y en unos tiempos en que no había ropa de mar ni radio ni Protección Civil ni nada de nada. Además era muy friolero, y el frío en el mar es atroz. También lo considero un trabajo durísimo porque a veces no pescaban nada y entonces no cobraban. Así que, en resumen y para abreviar, mi trabajo nunca me ha parecido penoso ni nada que se le parezca. Bien es verdad que conozco la fatiga, sobre todo de los ojos y de la cabeza, pero también lo es que el descanso se recibe mejor cuando estamos cansados. Y hasta me obstino u obceco en creer que gran parte de los problemas psicológicos y parapsicológicos que tenemos es porque no nos cansamos de verdad. Y eso que es común cuando le preguntamos a la gente cómo está que se obtenga por respuesta "Cansado" o "Cansada".

También es otra verdad como una catedral o como una pirámide laica si quieren, que el buen uso de la voluntad ayuda mucho a no cansarse in-ne-ce-sa-ria-men-te. Si no estamos divididos por dudas, vacilaciones y algo muy pero que muy inferior, las chorradas, parece que nuestra voluntad va más dirigida y es más firme y certera. Sólo eso, y la buena mecánica de los Seat 600, explica que tantos españoles llegaran con éxito a sus lugares de veraneo y/o pueblos originales. Mi padre nos llevó y nos trajo 4 veces a Finisterre, que está a más de 100 quilómetros de La Coruña, con un Seat 600 D blanco. Total, unos 1300 quilómetros ir y los mismos o hasta más para volver. Lo que no recuerdo es si las puertas eran del tipo llamado "suicida" (que se abrían de delante hacia atrás) o si eran como las de la foto. Salíamos a eso de las 5 de la mañana de un día y llegábamos por la noche del día siguiente. Íbamos casi de un tirón, con alguna paradita para dormir un par de horas o para comer y beber. Sin teléfonos móviles, sin refrigeración y con una red de carreteras muy desigual. El periplo, visto desde este año de Nuestro Señor de 2010, era no heróico sino intrépido y hasta temerario. Atravesar los bellísimos secarrales de la meseta de Castilla con más que unos bocadillos, vino, leche y fruta, sería ahora una aventura como las que les preparan a los ejecutivos para tonificar sus chuchurridas adrenales. Lo que pasa es que se hacía con ilusión y con ganas. Si bien es cierto que había algunas casas de comidad y alguna gasolinera que otra (mi padre usaba Normal 86), también lo es que el socorro lo hacían muchas veces los camioneros. Ellos sí que se merecían un post.

Todo esto lo digo para: 1) No dejar de lado la ley del mínimo esfuerzo, que anteayer descuidé; 2) Señalar que como principio de economía es una ley totalmente aceptable siempre que no sirva para caer en la indigencia vital sino como modelo de sencillez y eficiencia, y 3) como homenaje a aquel utilitario que salía airoso de todas las dificultades y sin el cual es imposible explicarse la España de los sesenta y los setenta. Si no recuerdo mal el nuestro costó 60.000 pesetas (unos 361 euros), pero ¡qué 60.000 ptas. más bien gastadas!

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