6.1.08

El circo Raluy



Regir un gran estado es como freír un pequeño pez 

Lao Zi

arece que los días en que empiezan a frenarse los carritos de la compra (como ha dicho Antonio Burgos esta mañana) dan para ensoñar los tiempos bonancibles de la Champions League que auguraban Rodríguez y Solbes, Zapatero y Mira respectivamente. Rubalcaba, Alfredo Pérez, llevado por el impulso buenista del principio del año nos ha presentado unas cifras de accidentes de tráfico amañadas. Se han dejado fuera las comunidades autónomas del País Vasco y Cataluña, los que se han muerto en los hospitales (conocidos como éxitus) y los que se mueren a las 24 horas del siniestro, que no son pocos. No sé si es peor lo de que no se han cuadrado los presupuestos del Estado o el pasteleo con los fallecidos y éxitus en carretera. El uso de nuestros políticos de las cifras recuerda aquella anécdota de John Allen Paulos en Pienso, luego río. Explica Paulos como se puede acertar siempre en el blanco si primero disparamos y luego dibujamos el convencional conjunto de círculos concéntricos. Así no se falla nunca.

Estos días están consagrados a Jano, el dios romano bifronte, el de los principios y finales, el de las puertas. El templo principal de Jano, en el Foro, no cerraba sus puertas en tiempos de guerra. Osea que no cerraba sus puertas. Los días de puertas abiertas, las nonas ianuarias, dan para imaginar la brisa algecireña perfumada de residuos informáticos sumergidos y de chapapote en suspensión en el Chinarral. “New Flame” se llama el monstruo marino cargado de combustible y ordenadores desechados. Pero habrá que esperar a los carnavales de la ciudad más antigua de Europa, Cádiz, para que se oiga algún comentario.

Hasta Montilla ha regalado por Navidad a sus consellers (a nuestros consellers) El arte de callar del abate Dinouart. El honorable Montilla no es muy hablador de por sí. Sería un buen ejemplo antropológico del chiste aquel en que dos cordobeses en su patio de la judería están callados, hasta que uno le dice al otro: “Qué bien se está hablando poco”. Después de un largo silencio, el interpelado le contesta: “Mejor se está sin decir nada”.  No obstante, yo no le veo a Montilla ese aire que tienen los cordobeses entre sufí, senequista y hondo, le veo aire de mandado. Tampoco hay que olvidar que a veces hay quien calla porque no tiene nada que decir (es imposible pedirle peras al olmo) o porque tiene mucho que callar, o por hacer el vacío. Eso que los psicólogos infantiles y de infantería llaman “extinción”. De entre las formas del silencio malo la de la “extinción” me parece la más mezquina. Por mi parte, estoy esperando a ver si soy capaz de leer el Cómo no hablar de Jacques Derrida. No paso del título, ambigüo, enorme, prometedor, todo un alarde de filosofía en sí misma.

Como Jano bifronte, como una puerta abierta, a un lado miro los temidos resúmenes y recapitulaciones anuales, tan adornados y floralescos. Y ya no digamos los buenos propósitos. Del otro lado miro la cuesta o precipicio de enero como si fuera una saltadora ante  la pista nevada de Garmisch-Partenkirchen, tomando aliento. Lo peor de la cuesta de enero o del Año Nuevo empieza el primer día, con la Marcha Radetzky y toda esa jauría de malditos triunfadores de oídos abotargados tocando las palmas. Un espectáculo lamentable que siempre intento compensar o diluír como puedo. El 2008 lo he hecho con tres medidas:
  • Me he bajado “Jarabe tapatío” como timbre de mi móvil.
  • Me he comprado el concierto de violoncello de Dvorák en la grabación de von Karajan y Rostropovich.
  • He ido a una sesión del circo Raluy.

Para quien no haya tenido la suerte de poder participar en un espectáculo del Circo clásico Raluy, aún puede hacerlo hasta el próximo 13 de enero en el Moll Vell de Barcelona. La fotografía corresponde a una parte de los carromatos que circundan la acampada y la carpa rojiblanca. La carpa ya es de por sí algo por lo que fácilmente me dejo fascinar, así que los carromatos –que son de los años 30- ya no digamos. Es todo una belleza. Yo no me dejo impresionar con los espectáculos grandes (el Camp Nou lleno o el Circ du Soleil, o una ceremonia inaugural oficiada por Els Comediants sin trabas de presupuesto). Prefiero los grandes espectáculos, aunque sean unos títeres, bien trabados y siguiendo el espíritu de la magia.

No es de extrañar la pasión entre la poesía y el teatro, entre la poesía y el circo. Recuerdo de El público  de Federico García Lorca, que no se representó en vida suya, una escena en que alguien que no está tocado ni lo estará por la gracia de la escena poética lamenta que le parece estar en un arenal donde nunca acaba de amanecer. El prestidigitador le dirá algo así como que a él le parece estar en un lugar donde anochece cada cinco minutos y cada grano de arena se convierte en una hormiga vivísima. Cito de memoria.

Ya me gustaría a mí, digo, saber más para poder trasmitir toda la ciencia o la sabiduría que hay detrás y encima del circo. El circo se parece a la poesía incluso en que nunca o raramente se prohibe cuando llegan los represores con sus largas tijeras y sus cortas frentes. Ahí está incólume el circo chino,  a pesar de El libro rojo y lo que representó. Lo primero que prohibían los totalitaristas de toda la vida era el teatro (antes de que hubiese televisión e internet). El teatro, con su desvergüenza, su riguroso directo y sus morcillas eran una amenaza. Los poetas, o son descartados (como en la República platónica), o son ignorados (la extinción famosa), o son encarcelados, o son un lujo que se sobrelleva con escepticismo garrulo.

Si yo supiera un poquito sobre el mundo del circo, podría hablar de esos artistas que parecen llevar en sus venas sangres de siete u ocho naciones  y que pueden hablar cualquier idioma con un acento como el de Charlie Rivel. El clown nació, como servidora, en Cataluña. No me gustan los domadores de leones y focas del circo americano, el break-dance. No digo nada del circo romano. Prefiero el circo indio o chino (sin llegar a los delirios del Circ du Soleil, repito) con sus elefantes y con sus contorsionistas que hacen lo más difícil todavía sin aparente esfuerzo. Me gustan los números con jarrones y platillos, los aros, la rola-bola, la cuerda floja, la cama elástica, el monociclo, el tragasables, el tragafuegos, el payaso que anda sobre zancos, el forzudo canijo, el  acróbata que hace equilibrios, el antipodista y la mujer que lo muestra, la bailarina de las telas aéreas, el bigote del forzudo, la cabeza del hombre bala, el payaso blanco cuando se tiene que ir, el payaso tonto cuando llora o cuando chilla, el mago y la faja brillante de su frac, sus ases. Su todo.

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