25.8.11

Matices

En julio empezó la exposición "Retratos de la Belle Époque" en Caixaforum, que estará hasta el 9 de octubre. Había muchos cuadros de Joaquín Sorolla que pertenecen a colecciones particulares y que son de gran tamaño. Me gustaron especialmente los que pintó de su hija convaleciente ("María en el Pardo", con una naranja entre las manos) y otro con María Sorolla sana.  También había algunos, muchos, cuadros de John Singer Sargent y alguno de Asta Norregaard. He conocido a Jacques Émile Blanche, de quien había un cuadro que pertenece a la colección Thyssen que nunca antes había visto ni siquiera reproducido.
Creo no ser injusta si señalo que así como los cuadros de John Singer Sargent retratan una capa social muy determinada, más bien alta, los retratos de Sorolla alcanzan a todos los sectores sociales y sus capas, todas las edades de hombres y mujeres. La reproducción del retrato de María Sorolla convaleciendo en el Pardo no le hace honor a los matices de la naranja que tiene entre las manos, que en el original resulta como si entre los dedos tuviera la vida misma, la naturaleza nutricia y más sabia por generosa y por fecunda que por nada más. En la reproducción que encontré la naranja es casi imperceptible. No es una cuestión de tonalidad. Con motivo de esta desilusión me acordé de que la principal aportación del MP3 como formato de audio se cifra en la compresión de los datos y en la premisa de que hay un sinnúmero de sonidos que no son perceptibles al oído humano o que son irrelevantes. Remito al artículo de la Wikipedia para las cuestiones técnicas. Tal vez por eso, pienso, los melómanos siguen con el vinilo y ya no digamos con los discos de piedra, como uno que tuve ocasión de oír una vez en San Sebastián que me dejó perturbadoramente sorprendida. Lo mismo que ocurre con el MP3 debe de ocurrir con las películas de cine en DVD, puesto que solo un fotograma de los de antes puede pesar cosa de 20 MB. Es decir que un DVD con una joya del séptimo arte nos permite acceder simplemente a la información más "relevante" de la película. Y, sin embargo, gran parte de la emoción estética de las joyas del séptimo arte se esfuma entre tanto bitio y tanta compresión.
Es evidente que gracias a los DVD lo que es servidora ha podido ver muchos clásicos del cine que de otra manera no hubiera podido ver, pero siempre soy consciente de que estoy viendo una reproducción empobrecida donde no hay ni rastro de los matices del nitrato de plata.
Así que asomarse al lienzo de "María en el Pardo" les exige un acto de fe y creer que les aseguro que es un cuadro digno de ver, una preciosidad, en que cada pincelada se recobra de su estado inerte cuando pasamos la mirada y hasta nos ayuda a revivir fácilmente la relación que pudo haber entre padre e hija enferma, los dos pintores. A veces la distancia que hay entre lo que queremos decir y lo que decimos (lo que queremos pintar y lo que en realidad pintamos) es tan grande como esos estragos tecnológicos de los que me acabo de lamentar. Pero merece la pena.
Hay autores que al escribir o al pintar superan no obstante aquello que pretendían transmitir y eso, por muy buena intención que pongan algunos lectores queda desestimado o desapercibido, o se considera -como dirían los del MP3- irrelevante (pero merece la pena).

"María en el Pardo" (Joaquín Sorolla, 1906)
Una vez le pregunté a un amigo mío que con qué disfrutaba más si con su trabajo o con los resultados de su trabajo. Me respondió que con los resultados. Aunque le interesó mi pregunta y responderla creo que no se le ocurrió pensar que mi respuesta hubiera sido otra. La otra. Pero hemos dejado muchas conversaciones abiertas, cosa que ahora que caigo tiene mucho que ver con el misterio de porqué es el único español miembro de una sociedad británica de expertos de su especialidad.

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