3.10.11

"Somewhere"

homas Statz, a quien nos venimos refiriendo estos días incansablemente, en ese libro que bla bla bla, cuando trata el tema tan socorrido de la infancia y demás, etcétera, etcétera, se refiere (años setenta) a cómo hay una especie de infantilización de los adultos y una adultificación de los niños. O algo así. Como todas las frases mnemotécnicas memotécnicas suena bien, se retiene mejor y cuando se rasca un poco pierde consistencia pero sirve. Pues bien, "Somewhere" (Sofia Coppola, 2010) ilustraría muy bien ese fenómeno y en el Álbum nos va a servir para tratar de una vez por lo menos dos temas: la proliferación de películas que no tienen mucho que ver con el cine ni como espectáculo ni como séptimo arte, como por ejemplo aquella de Isabel Coixet sobre "Los sonidos de Tokio" o la de la misma Coppola, "Lost in traslation", tan bien acogidas y que están marcando estilo. Como no he visto ni pienso ver "El árbol de la vida" (Terence Malick, 2011), no sé si pertenece al mismo género, que creo que no, pero que aún es peor porque tiene pretensiones filosóficas y formato de powerpoint en donde seguro que no falta la panorámica de la Gran Muralla China desde un satélite antes de estrellarse, el macro de una mosca frotándose las patas y algún sutra.
El inicio de "Somewhere" ya nos previene de su desarrollo porque a lo largo de la película hay varias escenas en las que el montador -montadora en este caso, me parece- podría haber cortado en total por lo menos media hora de fotogramas. Es decir, por algún factor de estilo o de contagio de la vaciedad que siente y en la que se regodea el protagonista, la directora se detiene en algunas escenas más allá de lo previsible y somete al público a la incomodísima situación de soportar una imagen en la que apenas pasa nada no sé si para que la acabemos de asimilar o nos sumamos (de "sumir" y de "sumar") también en nuestra propia vaciedad y aburrimiento. Ese efecto, que se repite a lo largo de la película cosa de cuatro, cinco o seis veces, no es ni minimalismo ni detenimiento, sino falta de ritmo llevada hasta la náusea.
Lo que también sienta precedentes absolutamente inaceptables es la sugerencia de que el protagonista, un actor de éxito, encuentra su razón de ser o la claridad  de horizontes al ser visitado por su hija de 11 años, que es la que nos lleva a ver aquel fenómeno con el que he abierto el post, el de la adultificación de niños. Y es que la niña se encuentra al final de su infancia, en aquel momento en que es cuestión de semanas que asomen los pechos, el acné y una serie de tormentas hormonales. Aunque no voy a poner en duda lo importante que es "tener" un hijo, una hija, no creo en todo el aparato por el cual hay quien se considera "realizado" a través de su perpetuación o extensión o como quieran llamarle. La incomprensible veneración que se ha tenido durante siglos por los ancianos se ha trasladado a la entronización de nuestros pequeños monstruos, que como esponjas representan lo mejor y lo peor que les hemos transmitido y hecho asimilar. No hago ningún comentario sobre los visos de Lolita que va adquiriendo el asunto, de manera que el mundo no solo se nos está llenando de Audrey Hepburns sino que también cada vez hay más niñas-mujer y las mujeres maduras estamos no a años luz sino a neutrinos cúbicos de inspirar la menor excitación.
Por si teníamos alguna duda sobre el asunto de que todo es cuestión de "justificarse" (siguiendo en el terreno del lenguaje, tal y como lo había dejado preparado nuestro psiquiatra de cabecera), se le sugiere al protagonista que se haga ¿sí? ¡voluntario!
Por no dejar nada en el teclado solo me faltaría añadir que si bien hay factores externos que pueden ser desencadenantes o aliarse para engrandecernos o empequeñecernos como personas, también es una gran verdad que no encontraremos fuera de nosotros nada que no cultivemos interiormente. Por esa extraña razón es por la que por muchos libros que leamos eso tal vez nos "legitimará" (?) para escribir nuestro libro, pero el propio libro viene de muy adentro y un libro sobre otros libros es más de lo mismo y huele a cerrado, a fogón meado y a peliculucho.


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