26.3.17

Las expectativas

hora que vuelven a salir a la luz las fotografías de Milagros Caturla y revive una Barcelona que ya no existe, al menos en sus formas aparentes, pretendo desarrollar un poco el tema que anuncié en parte en el post anterior. Las expectativas. Como en la enciclopedia al ser sentimental no reparamos demasiado en el diccionario, casi nunca vamos a buscarlo para centrar un significado, pero en esta ocasión leeremos -como si fuera en voz alta-: "Esperanza de realizar o conseguir algo" y "Posibilidad razonable de que algo suceda". La segunda acepción de la RAE me resulta muy llamativa por lo de "razonable", sobre todo porque la primera acepción lleva otra carga y en general el común de los hablantes será la que identificará como la más cercana al valor de la palabra. Una posibilidad razonable es toda una hipótesis fundamentada y con indicios de éxito o de manifestación, pero que además tiene un matiz de sensatez. De hecho, decir "expectativa razonable" desde mi punto de vista hasta reuniría dos ideas opuestas en muchas ocasiones, casi al punto del oxímoron.
Cuando hablamos de expectativas hay que hablar de si vienen determinadas por intereses o por deseos. Se dirá que tanto da, que es lo mismo una cosa que otra. Pero tal vez si doy un ejemplo conseguiré situar un poco más el termino: Gran parte del éxito profesional o amplificación de algunas personas depende de su agenda de contactos y por lo tanto quien aspire a tener un reconocimiento cultivará una buena red de seguidores y amigos y se forjará un colchón social. Ya hemos dicho por aquí alguna vez que en un momento dado hay que valorar si se concede tiempo y esfuerzo a las habilidades sociales o si directamente se está por la labor que nos ocupa. No me refiero a escritores que le confían su proyección social al editor o a un agente y pueden dedicarse a escribir simplemente, sino a aquellos que no cuentan con muchos medios y que dedican una parte de su tiempo a ir a presentaciones de libros, animar clubes de lectura, etcétera. Me imagino que el público que concurre a los clubes de lectura se verá animado a comprar o leer (incluso las dos cosas) el libro o libros de la persona que los dirige, aunque trate de otros libros. Y así se va cuajando piedra a piedra un público. Me lo imagino sin dificultad alguna. Aunque el tema viene de antiguo (recordamos el latín "Asinus asinum fricat"  (un asno rasca a otro asno), en el presenta se hace más patente por la gran cantidad de escritores, pintores, escultores, músicos, etc. que aspiran a ser reconocidos o por lo menos conocidos. 
Se dirá que en la promoción hay tanto deseo como interés, pero a mi entender es "puro interés" y el deseo queda precisamente pervertido por las mañas del aprovechamiento. Y el provecho nos aleja del propósito del puro anhelo. 
Esto mismo ocurre con otros temas que trufamos de expectativas. El mundo de la pareja por decir algo está lleno de expectativas. Nos movemos por el mundo como si fuéramos seres incompletos que necesitan tener y hacer muchas cosas: pareja, coche, viaje, cena, curso, libro, reloj, etcétera. El sector terciario vive de nuestras expectativas y contamina  los otros sectores con sus maneras y perversiones. Y de la misma manera que no hay que confundir intereses y deseos, menos debemos confundir expectativas y deseos.
He observado a mi alrededor parejas y amistades que se fraguan en una maraña de expectativas tan inextricable que se hace difícil sin embargo distinguir lo que es interés de lo que es amor. Les exigimos a quienes nos acompañan en la vida que sean de determinada manera o cumplan con una determinada función y la carta de derechos y obligaciones nos acaba por resultar tiránica, vacía, asfixiante, absurda. Pero, repito, el mal de raíz es que nos consideramos erróneamente incompletos, que confiamos nuestra felicidad o nuestra tranquilidad a tener y a hacer y no tanto al ser y al sentir. Tanto es así que incluso cuando en algún momento de desfallecimiento o lucidez nos damos cuenta de que algo anda mal, recurrimos a alguien que nos ayude: un médico, un psicólogo, un peluquero, lo que sea. Claramente si algún peluquero nos hace una faena que no nos gusta o que nos empeora, tendremos que recurrir a otro peluquero, y así en todo. 
No digo que no se pueda ir a la peluquería o al médico o que no se pueda hacer voluntariado o ir a un restaurante con una pareja. Lo que digo es que no hay que perder de vista lo que se es, lo esencial. Lo demás vendrá dado y en su debido momento.

Milagros Caturla

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