15.4.17

Post 1516: ¿De quién es la calle?

eviso en el nomenclátor del Ayuntamiento de Barcelona la normativa para dar nombres a las calles y releo que solo se puede dar nombre de personas vivas a las calles y plazas cuando el homenajeado hubiera obtenido la medalla de oro de la ciudad, medalla que a su vez se puede conceder póstumamente. Esto me viene a la cabeza porque hace poco le dieron el nombre de Stephen Hawking a una plaza del pueblo de mi madre, en Finisterre/Fisterra (La Coruña). Desconozco los motivos por los que se tomó esa decisión ni quien la impulsó. Ignoro si fue por los méritos del físico, por ser extranjero, por ser famoso, por haber sobrevivido la esclerosis lateral amiotrófica que padece hace muchos años, por ser ateo, por lo que sea. 
Que yo sepa en Fisterra no hay una gran afición por la Física y desconozco la composición del pleno, sus intereses, sus anhelos, quién o quienes impulsaron la propuesta. Sólo me interesa traer el tema aquí como ejemplo del llamado dirigismo-adanismo cultural.
¿De quién es la calle? pregunto. La calle no es mía. La frase "La calle es mía" es una frase de Manuel Fraga Iribarne (1976), cuando reprimió una serie de manifestaciones callejeras desde su ministerio de Gobernación. La calle es de todos y "los españoles se divierten en la calle", como dijo Boccherini en el allegro del quintenttino, algo se expresa en "Morning in Madrid" (Nightnoise) también con violines, aunque irlandeses. Ese espacio social, menos hostil que los palacios y los hospitales, se puede llenar en un momento con una procesión o un festejo y nos bastamos y nos sobramos para llenarlo de color, alegría desbordante y fragancias de azahar o fritangas.
La calle la mata el dirigismo adanista pero también la mata el terrorismo que los últimos años tiene su principal objetivo en las aglomeraciones festivas de las principales ciudades europeas e inspira, como hemos visto ayer en la Semana Santa, seres que no sabemos si son gamberros, alborotadores o descerebrados e inestables a sueldo de organizaciones desestabilizadoras. Como lo más bonito de las calles de Europa es que el callejeo se produzca sin miedo, desde el momento que el terror o el toque de queda se adueña de ese espacio de convivencia, ya deja de ser lo que es.
La lluvia muchas veces ha frustrado las procesiones de las cofradías y las hermandades que sacan sus imágenes movidas por la fe. Este año sin embargo no ha llovido ni un instante se puede decir que en toda España y en ningún momento. Alguien dirá que sí, que hubo un chubasco en Lobios el Jueves Santo o que hizo un levante tremendo en Cádiz. Pero en general no ha llovido y han podido salir todas las imágenes de las Dolores y los Cristos y las Verónicas. Si acaso las ha deslucido apenas el comentario de los que tanto abundan en las redes sociales con las consabidas reflexiones sobre el mal gusto de la crucifixión y el consumo de gambas, churros o vino. A veces ya el planteamiento de esas reflexiones proclama su falta de vamos a decir información o de cultura, por lo que lo mejor es retirarse con un mohín de fastidio y respeto y seguir a lo de cada cual.
No he ido nunca a más procesión que la de Jueves Santo en Valladolid, que me resultó más bien poco emocionante. Dejémoslo ahí. No sé si alguna vez tendré ocasión de ver otras procesiones, especialmente por la gran cantidad de oportunidades que nos brinda la televisión de verlas. Naturalmente que no es lo mismo que estar allí. Ver no es lo mismo que estar. La alternativa festiva que nos han ofrecido alguna vez los detractores de las fiestas populares y de raíz tradicional es esperpéntica o cutre y muchas veces da más pena que otra cosa. Pero tal vez lo que más puede socavar o desvirtuar el espíritu de fiestas como A rapa das bestas, Les falles, San Fermín o la Feria de Abril o la Patum o el Sant Joan de Menorca será el exceso de turismo y de vandalismo alcohólico. No la debilidad. Por favor, ¿cómo se podrá comparar nunca Le Cirque du Soleil, por bonito que sea, con una fiesta callejera en la que participa todo el mundo y hay más o menos una tradición profunda? Es imposible.
Foto de "La Voz de Galicia"

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