28.5.17

La palabra dada

espués de haber probado durante apenas un año un móvil del sistema iOS, me di cuenta de que lo que me convenía era un Android. Estoy contentísima con mi segundo Samsung y eso que es de gama media. Aparte de que uso a menudo la radio, sin tirar de datos, y de que se puede recargar la batería con muchos cables que tengo por casa, tiene la bondad de que se deja hacer y devuelve la impresión de que es la mujer la que manda sobre el móvil y no al revés. La cámara del Iphone no era mejor y si bien la pantalla tenía una buena definición, y eso sin empañarse de suciedad tanto como las de otras marcas, el aparato tenía un defecto de serie en el micrófono y tenía que usar el teléfono a gritos, no siempre con éxito.
En mi móvil he agrupado determinadas aplicaciones en tres carpetas que llamo "Ver", "Oír" y "Callar", como indican los tres monos budistas. En "Ver" tengo el acceso de Instagram, Whatsapp, Gmail, Messenger y la Mensajería de SMS. Todas esas aplicaciones las uso o intento usar con moderación. Intento no ser invasiva ni inoportuna o mandar mensajes innecesarios. Whatsapp es muy útil pero a veces se cuelan comunicaciones que exigen descargar muchos datos o que remedan un chat que fácilmente me irrita, porque a partir del cuarto o quinto mensaje la cosa ya no me me resulta grata, me siento o bombardeada o llevada a un terreno en el que no me siento a gusto. 
Dejé de usar el teléfono fijo el día que supe que había fallecido una tía que vivía en Galicia. Mi línea es de fibra óptica y la apago cuando no estoy conectada al wifi. Mucho tiempo antes de que mi tía nos dejara ya noté que muchas personas no podían usar el teléfono sin por ejemplo lavar los platos. El sonido del grifo y de la vajilla me llegaba con tonos metálicos y distorsionados que eran bastante desagradables para mis sufridos oídos. También era normal y corriente oír como al otro lado de la línea se estaba tecleando o entraban notificaciones de móvil. Y esto sin haber llamado yo. Es decir, recibía una llamada de teléfono fijo para pronto comprobar que el ruido de fondo revelaba una actividad secundaria y no una "atención plena". 
No estoy en ningún grupo de Whatsapp, porque lo normal es que generen mucha actividad y ya se desprende de lo dicho que no me gusta. A pesar de tratarse de un medio fundamentalmente "Ver", con texto e imágenes, a veces voz grabada tipo "Oír", he observado que es fácil que se produzcan malentendidos propios de una lectura ligera o con sobreentendidos y confusiones. No tengo ningún interés en ser una smombie, en estar todo el día con la cerviz doblada sobre la pantallita acabando de arruinar mi vista y mis canales carpianos. Veo que muchas personas adultas mantienen una ocupación paralela a su trabajo o a su estudio en el día a día, que el móvil lo consultan o atienden constantemente, para mí ese estado no es deseable. Y no es estético.
Cuando dispongo de un momento entre una cosa y otra y quiero establecer contacto con alguien veo que la manera menos invasiva es sin embargo un mensaje corto. Pienso que al otro lado de la plataforma lo atenderán cuando puedan y que yo puedo seguir a lo mío tranquilamente. Con el tiempo vas viendo cómo se maneja cada cual con el Whatsapp, si lo consultan a menudo e incluso dentro de horas de trabajo, cuando lo contestan en un momento que tienen para esas tareas, etcétera. Hay personas que escriben textos largos, otras que se reconocen porque envían a cada punto y cada mensaje va entrando con su sonido de notificación. Es decir, que es un sistema tremendamente flexible y no sería bueno restringirlo. Eso sacrificaría la versatilidad.
Otra de las rarezas seguramente por mi parte que no puedo dejar de mencionar, es el hecho de que hay personas con las que estoy conectada con Facebook y/o Twitter que sin embargo me envían mensajes de naturaleza política o cultural a través de mi cuenta de Whatsapp, cosa que me parece incomprensible, porque en algún momento decidí que era un medio para la comunicación personal y que para todo lo demás ya estaban las redes sociales, las cuales a su vez permiten controlar la difusión.
Por suerte siguen existiendo las ocasiones en que es posible tener una conversación ante una taza de café, un té, o una copa de vino. Y la comunicación que se establece en una conversación es mucho más rica, mucho más honda y con mejores consecuencias. Sé que se hacen muchas comunicaciones a través del Skype por ejemplo (parejas que viven a gran distancia, cursos de formación, incluso entrevistas de trabajo, tratamientos de psicoterapia, etc.), y no dudo de que resultan cómodas y convenientes, pero en esto -como en tantas cosas más- es mejor la calidad que la cantidad. Dice una amiga mía que las redes sociales acercan a los que están lejos pero alejan a los que estamos cerca y es verdad.
El "infantilismo" al que nos han devuelto los emoticonos un día -si es que no se ha hecho ya- se interpretarán como el sucedáneo de una expresividad efectiva y la firma de una afectividad fijada. En el uso de los emoticonos también soy parca, y eso que hay una paleta muy variada, porque me empalaga su exceso. Pertenecen en buena parte al bienintencionadismo de que hablábamos en el post anterior. Admito que todo cuanto digo relata un carácter grave, no lo niego. Y sin embargo eso no es nada comparado con el desagrado que me inspira el mareo de mensajes que se establece para por ejemplo concertar una cita, cosa que no evita que vaya precedida de un torpedeo de molestas precisiones porque se llega tarde o se quiere adelantar. La palabra, en definitiva, ha perdido su valor esencial.
En la carpeta "Oír" tengo Spotify, el reproductor de música, la radio y el teléfono. En la carpeta "Callar" tengo mis apps de yoga. Silenciadas.
Los tres búhos sabios (por los Tres Monos Sabios)

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