23.11.17

Troppo vero

a fotografía postmortem surgió tan pronto como apareció la técnica fotográfica, en el siglo XIX, pero se suele decir que la idea de retratar a los fallecidos viene de lejos. Las máscaras mortuorias (maiorum imagines) de la antigua Roma y los retratos del Renacimiento y de los Siglos de Oro son los antecedentes más claros.
Encontré ayer el detalle de un cuadro atribuido a Velázquez, Retrato del fraile trinitario Simón de Rojas difunto (1624). Actualmente el cuadro se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Valencia en depósito. ¡Qué lejos se encuentra, a pesar del tema, de las postrimerías de Juan de Valdés! El rostro del fraile, que fue canonizado por Juan Pablo II (San Juan Pablo II), muestra una marca en su frente, cerca de la sien derecha. El dermatólogo Xavier Sierra, se refiere en su blog a esta señal, que no es desde luego un estigma: "Algunos autores la interpretan como una lesión congénita, e incluso dicen que en su época había quien la llamaba la "la coz del diablo. En este caso deberíamos interpretarla como un hemangioma. Sin embargo, las referencias a esta lesión no son frecuentes en las crónicas o descripciones anteriores a su muerte. Tampoco aparece en otros retratos que de él se conservan. En caso de ser una lesión aparecida ex novo, se tendría que considerar otra interpretación. Velázquez la pinta con minuciosidad, y por la forma, localización, bordes y colorido sugiere una extravasación sanguínea, un hematoma, probablemente como consecuencia de un traumatismo. Fray Simón de Rojas fue hallado muerto en su celda, tirado en el suelo, víctima de un ictus. Es posible que al presentarse el accidente vascular el fraile se desplomara y no es descabellado pensar que se pudiera haber golpeado con algún mueble o contra las losas del suelo. Aunque muy tenue, la órbita derecha, próxima a la lesión, también presenta un leve tinte violáceo, que afecta también ligeramente a la zona malar, por lo que la hipótesis traumática quedaría bien fundamentada."
Curiosamente -o no- el verismo casi forense del retrato del trinitario coincide con la inscripción de dos palabras que emanan de sus boca: Ave Maria. En la biografía del santo en la página vaticana se cuenta que las primeras palabras que pronunció, con apenas 14 meses, fueron esas, así que es lógico afirmar que también fueron las últimas, especialmente porque las pronunció tantas veces a lo largo de su vida que le llamaban "Padre ave María". 
Si alguien quiere se puede asomar a los comentarios al post de Xavier Sierra y vería que incluso algún otro médico sugiere que se aprecian xantelasmas (placas de colesterol) en la piel de los párpados del difunto. Pero yo creo que esa observación está inducida por el dato del ictus, que suele asociarse clínicamente a la colesterolemia. Cuando Velázquez pintó al fraile tenía 25 años, y aunque el retrato no nos muestra el pintor en toda su plenitud, sí podemos apreciar ya algunos elementos de su genio. Uno de ellos para mí sería ese. Lejos de entroncar con el tenebrismo y la morbosidad de los memento mori más tremendos, más bien entroncaría con el verismo de Rembrandt, que también tiene algunos retratos con signos de las enfermedades y de la vejez. Vemos la cabeza del fraile en línea con el crucifijo y las manos que sostienen un rosario con cuentas que podrían ser de nácar. Con una gama cromática tan limitada, los matices son muy finos, y la paz que refleja el rostro también añade una cierta serenidad y aceptación. 
Por lo que se desprende sobre los datos de la vida de San Simón de Rojas, su proceso de beatificación como si dijéramos ya empezó con ese cuadro. También conocemos la habilidad para proyectar mensajes "propagandísticos" que tuvo Velázquez, quien por ejemplo preparó el programa iconográfico del encuentro en la Isla de los Faisanes, su último trabajo. El golpe en la cabeza nos infunde ternura. Es un hombre más (o un hombre menos) que en su sencillez aloja la fe. Murió con 72 años, que para la época no estaba nada mal. Lo del colesterol... Callo.

Retrato del fraile trinitario Simón de Rojas difunto (Diego Velázquez, 1624)
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La peca que lucía la infanta María Josefa de Borbón en La familia de Carlos IV de Goya (tercera por la izquierda) en su sien no era un melanoma ni una queratosis seborreica, sino un postizo. Era una moda afrancesada de aquel entonces (finales del siglo XVIII). Una rival declarada de la reina, la duquesa de Alba llamada Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, también llevaba el postizo, para los que incluso se hicieron cajitas decoradas (boites à mouches, patch/snuff boxes, beauty marks boxes, estuches de lunares postizos). Las de esmalte de Bilston tenían hasta versos, como los caramelos adoquines maños con jotas o los baci perusinos con el bigliettino del giorno.

Boite à mouches del siglo XVIII, en plata y marfil

Patch/snuff box del siglo XVIII, cobre y esmalte

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