13.8.07

Dos orejas, una boca, diez dedos

Thich Nhat Hanh

Aún no he conseguido aclararme con la famosa frase de Goethe (“Prefiero la injusticia al desorden”). Es un dilema heterogéneo. Y la palabra “injusticia” me alerta. Está claro que casi nadie preferirá la injusticia a la justicia. Lo del orden y el desorden ya es otro tema. Y sin embargo es una frase sobre la que medito cuando la recuerdo. Es en esos ratitos perdidos en que la mirada se hunde bobamente por ejemplo en la forma de la ventana del tren que está en otra vía.
Leí estos días sobre la ira. Primero leí un libro titulado Controle su ira antes de que ella le controle a usted. Cómo dominar las emociones destructivas. El libro lo firman Albert Ellis y Raymond Chip Tafrate. Da unas pautas sobre la TREC o Terapia Racional Emotivo-Conductual, que “deriva de la antigua sabiduría de numerosos filósofos asiáticos y europeos, combinándola con algunos de los métodos más modernos de psicoterapia”. Los filósofos “europeos” a que alude serán acaso Epícteto y Séneca, ya que luego los cita en la introducción. Este típico manual de autoayuda con sus pautas, sus consejos, su bibliografía, sus tests, tiene un orden. Sí que lo tiene. El orden en que se sostiene es fácilmente reconocible y lo asimilan a un modelo contemporáneo, de divulgación mercadotécnica, de producto. 
Otro libro interesante sobre la ira es el del monje vietnamita budista Thich Nhat Hanh. Y sin embargo, el que más me gusta, el que más me empapa, es el texto de Séneca (Córdoba, 4 – Roma, 65). Lo que más me acerca al texto del cordobés no es su sabiduría, su serenidad, su elegancia, su latinidad; es la fidelidad a la palabra pronunciada, al discurso no corrompido por la galaxia Gutemberg. Además es bien cierto que los clásicos son actuales.
En el siglo,  a veces no sólo no escribimos como hablaríamos, sino que además hablamos como si estuviéramos escribiendo. Y eso es una injusticia y un desorden.
Los sutras de Patañjali sobre el yoga están fijados en breves epígrafes pensados para su memorización y transmisión. Cuando leí los yamas y los niyamas que, respectivamente, son las actitudes respecto a lo que nos rodea y hacia nosotros mismos, entendí que se debían conquistar simultáneamente o como mejor se pudiera. Presupuse que el primer yama (ahimsa), que expone el respeto o la consideración que se debe a todos los seres vivos, era equivalente en importancia a satya (segundo yama), que representa la comunicación sincera, la autenticidad. Pero estaba en un error. El orden, en los yamas, actúa de una manera impecable. Actúa igual que en los diez mandamientos cristianos, donde el más importante es el primero (“Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”). Como en el Derecho, en el que hay un a jerarquía de las leyes, entre las cuales debe prevalecer la Constitución, en los yamas prevalece ahimsa sobre satya. Me di cuenta de que estaba en un error cuando en una ocasión pude ver ahimsa y satya en conflicto, con una claridad asombrosa. La ocasión la vi confirmada en pocos días con una lectura casual que oportunamente me certificó que ahimsa es el yama principal.
En Los cuatro acuerdos de Miguel Ruiz, subtitulado Un libro de sabiduría tolteca, el autor honra ese subtítulo al empezar a exponer el “primer acuerdo” (ser impecable con las palabras) advirtiendo de que “es el más importante y también el más difícil de cumplir”. Los otros tres acuerdos son: No tomarse nada personalmente, no hacer suposiciones y hacer siempre el máximo esfuerzo.
Hay mucho donde elegir: sutras yóguicos, la educación para la ciudadanía, las tablas de Moisés, la sabiduría tolteca, el romanticismo alemán, Séneca,...
Tuve, creo, la suerte de hacer la enseñanza primaria en un colegio donde lo mismo nos hacían rezar el mes de María que escuchar a Serrat. No había una dirección política o ideológica. O habría que decir que había muchas. Pillé sólo dos planes de enseñanza, de los cuales el primero se consagraba al desarrollo de la memoria, el cálculo y las destrezas en el dibujo (técnico y artístico) y la caligrafía. Cuando apareció la cosa de las fichas y los exámenes parciales, también se promulgó una especie de asignatura  que se llamaba FEN (Formación del Espíritu Nacional) y el mismo año –1972 o así- tuvimos un libro de religión que incluía varias creencias y no sólo las monoteístas.
Lo recuerdo a la perfección porque aquel año –1972 o así- nos compraron a mi hermano y a mi una bicicleta. No ignoro que el detalle es anecdótico, y que como prueba de la infalibilidad de mi memoria, es poco satisfactorio, pero no se me ocurre algo más rotundo. En cualquier caso, mi formación no pudo ser más contradictoria ni más variada (por no decir nada de las contrariedades). Después no se enderezó y creo que todo ese batiborrillo se conoce como “globalización”. La verdad es que tampoco entiendo muy bien que es la globalización y mucho menos la antiglobalización. Así es que me veo un poco haciendo lo que propone Thich Nhat Hanh: “No seas idólatra ni te ates a ninguna doctrina, teoría o ideología, incluso a las Buddhistas”. Todos los sistemas de pensamiento son medios de guía; no son la verdad absoluta” (14 Preceptos). Y no porque lo diga él.

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