6.12.07

Cunqueiriana


“Delante de la cama, la luz de la Luna brillante,
creí que era escarcha sobre la tierra.
Levanté la cabeza, vi la Luna brillante,
bajé la cabeza, y pensé en el hogar lejano.”
Li Po

Cuando una está desbordada por tanta realidad como hay cada dos sin tres (fusión de "no hay dos sin tres" y "cada dos por tres"), se recrea en personajes que saca de su ficción. Es el caso de Manolo. Manolo es un muchacho que resucitó y que no tiene ni oficio ni beneficio. También tengo a la princesita venida a menos Win Yun, cuyo único consuelo es templarse en el difícil arte del haidong gumdo (épee coréene) y el no menos arduo recamado de peces carmesí en seda casi blanca. Manolo y Win Yun, son seres de diferentes ficciones como tantos (como Winnie the Pooh y el Llanero Solitario) pero abrigo la esperanza de que se encuentren algún día tal vez en una tercera ficción, en un pueblo castellano o hasta en la realidad, donde todo es posible.

Sigo a vueltas con la lógica del tres mientras me solazo en las chinoiséries y en las cosas incomprensibles de Manolo. Qué cosas tiene este chico... Ahora anda perdido, de la mano de Dios. Dijo el otro día que se iba al monte de los olivos y aún no lo hemos visto. Win Yun se aburre, pero de acuerdo con las estrictas normas de conducta y de savoir faire de la insigne dinastía Liao, jamás bosteza. Jamás muestra su rostro tranquilo ni la sorpresa ni la desaprobación, emociones serviles pero inservibles. C'est si jolie. Saben los Liao, como la Madre Teresa de Calcuta, que los sentimientos nos engañan. Win y Teresa son coincidencias en la época, parangonables y pelargonables y peragollitinables a la coincidencia de Lao Tsé y Heráclito yendo cada uno por su lado. Entre puntada y puntada Win Yun considera los males del mundo, pero pronto se abisma en el bordado y, como dicen los maestros taoístas, su aguja se hunde en el fondo del mar.

Un año por San Martiño el cerdo de los Lobelos engordó tanto que lo tuvieron que matar de un tiro al no poderlo pasar por la puerta de la inmunda porqueriza ( "corte" o “cortello”). Yo siempre había ido a Galicia sólo a veranear. Hacía mi inmersión de tres meses y luego volvía a Barcelona llena de ronchas, hablando gallego y, como Alicia en el País de las Maravillas, viendo según qué cosas familiares más pequeñas y otras más grandes pero todas diferentes. Jet lag. De repente (como se dice en los cuentos), de repente... un año fui en invierno y supe de golpe de donde salían los chorizos y que mis parientes no comían siempre caldeirada, congrio, jureles, sardinas, longueiróns y otros animalitos marinos o de las rocas costeras. Había vivido en un error. Ya había tenido algún indicio –como suele ocurrir- pero nada comparado con aquella matanza generalizada. Un gallo que me regalaron cuando cumplí 10 años.
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El matadero municipal de mi ciudad fue trasladado hace años a las afueras. Estaba detrás de la plaza de toros de las Arenas, que está siendo reconvertida de tendido y circo en un mall, creo. Pasaban los días y los meses y seguían por allí, donde ahora hay una plaza dura dedicada a Joan Miró, unas moscas enormes tornasoladas que parecían seres de Star Wars. Conocí el antiguo matadero o "escorxador" en su decadencia. El año 1978. La decadencia le imprimía al lugar un definitivo aire de morgue más sórdido que la más sórdida, siniestra, cutre, morgue de Poe. Pude ver un barbado rabino con su alto pulcro sombrero negro supervisando, según los preceptos de la Torá, el sacrificio de algunos corderos para el consumo de la comunidad sefardí.

En donde alguien que yo conozco se gana el pan se sacrifican cada semana 4 o 5 cerdos clónicos entre 35 y 40 quilos ad majorem gloriam scientiam. En propiedad habría que decir "para la mayor gloria de la investigación" y no de la ciencia, pero ese es otro tema. Cuando le practican al cerdo la incisión quirúrgica con el bisturí eléctrico, aflora un olor de chicharrón y de corteza croustillante. La cabeza del cerdito inconsciente cuelga fuera de la mesa operatoria y bajo el reflector bombea su pobre corazón que nada sabe de cardiologías ni de injusticias ni de justicia. Todos son iguales. Son clónicos, como digo. Lo que se ensaya no es un procedimiento. No se trata de "hacer manos" para llevar una técnica nueva a humanos enfermos. Se trata de provocarle al puerco un infarto y ver los mecanismos fisiológicos de defensa del corazón. Um. Los animales de laboratorio son siempre sacrificados, incluso aunque sobrevivan a cuanto se les ha hecho. Después se les cierra la herida quirúrgica, se les limpian los restos de sangre y los excrementos y se dice que son llevados a una incineradora. No me quiero meter a objetora de ciencia y tampoco quiero saber si la cagalera o diarrhée es por el miedo o por la anestesia. Se supone que llegan purgados. Tout à fait un asco.

El veterinario ciruja tiene de salvapantallas en su ordenador una galería inacabable de pajaritos de la fauna ibérica.

Manolo andaba muy callado últimamente. Pronto va a ser su cumpleaños y no sé que regalarle. Es más raro que un perro verde.

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