30.12.07

El perro de Xolotl

espués de la semana grande de la poinsetia o euphorbia pulcherrima y de la gamba, o parapenaeus longirostris, también conocida como camarón o langostino, hay unos días de relativa tregua (por lo menos en el ascensor) seguidos por una cuesta de enero en la que no vamos a poder coger el transporte público sin exponernos al desvanecimiento. Y es que los viajeros se echan en abundancia todos los perfumes químicos que les han regalado los Reyes para parecer mejor, para parecer peor o para parecer algo diferente a lo que se es. Como si con lo que se es no hubiera bastante y hasta demasiado.
El platanus hispanica o plátano de sombra no me produce ni la mitad de asfixia y estornudos en salvas durante su polinización generalizada en casi todas las calles de Barcelona. De unos 153.000 árboles que hay en la ciudad, igual la mitad son plátanos. En los últimos años se han plantado además de las palmeras –que sufren mal el estrés- algunos sicomoros, azufaifos, almeces o litoneros, árboles botella, chopos lombardos, acacias, ciruelos japoneses y hasta magnolios. En general, la mayor parte del tiempo los árboles me dan pena. ¿No es una pena ver un almez ramificándose al tuntún, muerto de asco con tanto autobús y tanta moto, inservible para fabricar con sus ramas una horca de las de aventar, un bastón? Un almez de ciudad con su alcorque lleno de colillas me da mucha pena. No puedo hacer más. También me dan hasta pena en ocasiones los animalitos de peluche. Y en la espiral de la pena, la pena más grande es oír que le gritan energuménicamente a un perro o a un niño solo porque son más pequeños. Pero todo me viene siendo el mismo energumenismo.

Koson Ohara

Los olores de sucedáneos de canela, almizcle, tabaco, cedro, sándalo, azahar, jazmín, rosa y limón me producen una migraña fulminante y se me entrecorta la respiración. Si se trata de esencias naturales, no. No tengo un olfato privilegiado, el justo para apreciar el peligro, un buen libro como el de Patrick Süskind o una mala película como "El perfume". La verdad es que hay pocos libros como el de Patrick Süskind y muchas películas como "El perfume". Mi olfato es más bien burdo, pero me ha proporcionado experiencias inigualables (además de las del metro en la cuesta de enero o a las diez de la noche entre semana). Me gusta el olor de los albaricoques y el de los barcos de madera. Una vez olí intensamente un jacinto que vendían en una floristería. A la mañana siguiente, cuando me lavaba el pelo lo volví a oler. Sin ninguna duda. Aunque no lo pueda demostrar. Como si el cabello hubiera absorbido el magnífico olor de aquellas flores. Mi cabello, lo que siempre había absorbido con "fruición" era el humo de los fumadores, el humo de las barbacoas y la electricidad estática. Cosas.

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