27.12.07

Me pido la luna

-"¡Win Yun! Deja ya las gymnopédies que me tienes harta. Oyes, qué pesada..."

ue los Reyes son los padres, como decía el padre Bueno, pronto tuve ocasión de saberlo. En mi caso los Reyes fueron mi madre, cosa que iba en detrimento de mis aspiraciones. Así me pasé las primeras navidades de mi niñez y parte de la pubertad, pidiendo en vano un piano y una caja de 24 colores. Otra cosa no pedía. La caja de 24 colores me la pude comprar la noche del 5 de enero de 1973 con el dinero que había sacado trabajando. La compré en una tienda de la calle Amílcar que se llamaba "Cheles" donde luego abrieron una colchonería. El piano no lo conseguí. Me había hecho una guitarra con la caja de las fichas de las damas y el parchís y con gomas de pollo de diferente grosor y tensión.
Con los años he llegado a poderme comprar una caja de 40 colores y cuatro guitarras en total. De las cuatro conservo dos. Si mi plan de futilidad sigue adelante, como no puede ser de otra manera, aún he de tener otra. Por lo demás, la suerte que no he tenido con sus Majestades, la he tenido con los profesores. Le digo a mi profesor de guitarra que si él hubiera dado clases de balalaika, que yo tocaría la balalaika. F. R. tuvo el año pasado otro alumno de mi mismo nivel –un tercero de la LOGSE- que sin embargo había publicado ya un disco la semana en que se descubrió la falsedad de la superviviente barcelonesa de las Torres Gemelas. No ganamos para impostores. Ahora, todo hay que decirlo, es más fácil hacerse pasar por superviviente y por escritor que por guitarrista.
También he tenido la fortuna de poder recibir mi clase semanal en la tienda de la escuela Luthier y no en la escuela propiamente dicha. De esta manera estoy dispensada de tener que oír y ver otros alumnos y otros instrumentos. Intento llegar 10 o 15 minutos antes de tiempo. No tanto por asegurarme la puntualidad como por disfrutar del ambiente. Al taller llegan a veces guitarras que han sufrido el típico accidente de habérseles clavado el atril en la tapa desprevenida u otras desventuras. Una vez llevaron una guitarra de concierto nueva cuyo imperfecto barnizado había como absorbido los pelitos rojos del estuche. Parecía una guitarra de Charlie Rivel. La afectada propietaria no podía explicarse qué había ocurrido. Yo escondía mi cara tras una revista de musicología, sentada en mi rincón favorito. No podía dejar de mirar la guitarra peluda, y si la veía no podía dejar de reír.
En el rincón a veces algún comprador se sienta cerca para probar varias guitarras. Muchos son extranjeros. El dependiente habla algo de inglés y es zurdo, pero afina las guitarras y las tañe al revés antes de tendérselas al comprador. Sólo eso es ya un espectáculo. En el auditorio hay unas vitrinas llenas de ejemplares antiguos, de talle fino, del siglo XVIII. Un día, al salir de la habitación donde recibo mi clase, oí un guitarrista allí, probando guitarras flamencas construídas en Granada. La novia le tocaba las palmas no ya como quien lo ha hecho toda la vida, sino como quien lo piensa seguir haciendo toda la vida. Esa seguridad da mucha paz. Paz de la de verdad. También hay fotografías enmarcadas de visitantes ilustres. Distingo a Compay Segundo y a Mª Luisa Anido, alumna de Llobet. Donde la caja vi el otro día que hay una de Camarón sentado en la silla donde yo me suelo sentar. Tocando una guitarra romántica. Me acordé de una pintada que vi una vez por el Raval que decía: CON EL DINERO PA LAS ARMAS, RESUCITAR A CAMARÓN. Fue cuando la Guerra del Golfo. Espero que a los Reyes Magos no se les ocurra traerme nada, porque no lo necesito ni lo quiero.

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