21.2.08

Bidibi badibi bú



Marquesa de Pompadour, Maurice Quentin de La Tour (1755)
:
Salagadoola mechicka boola bibbidi-bobbidi-boo
siete palabras de magia que son
bippity-boppity-boo
Salagadoola mechicka boola bibbidi-bobbidi-boo
yo hago milagros con esta cancion
bippity-boppity-boo
tu Salagadoola bi y chanki robula bu
pero para lograr un gran amor
di bidibi badibi bu
Salagadoola menchicka boola bibbidi-bobbidi-boo
todo se logra con solo decir
bidibi badibi bidibi badibi bidibi badibi bu

Leí estos días gracias al blog de J. A. Millán,
La copa de cristal de Beatriz Warde, que rescata un texto bellísimo sobre la tipografía y su excelencia en la sencillez. La copa de cristal me hizo recordar a su vez, por fusión y no por asociación de ideas, la copa Pompadour. La copa Pompadour es la copa de champagne inspirada en los perfectísimos senos de la marquesa. Recientemente ha sido suplantada por la llamada copa "flauta" ya que al parecer la copa alargada y algo abombada en el centro, permite conservar la frialdad del champagne, el aroma y hasta las burbujas. La copa "flauta" resulta una denominación poco poética al lado de la "copa Pompadour". Es un poco como lo de los patrones diábolo, cilindro y campana que han surgido para designar tres tipos femeninos. Si Jean-Antoniette Poisson, marquise de Pompadour, hubiera asistido a tal despropósito garrulón, a no dudarlo hubiera dicho algo tan magnífico como lo que le dijo a Luis XV "le Bien-Aimé" para consolarlo tras la derrota de Rossbach: "Au reste, après nous, le déluge" ("Por lo demás, después de nosotros, ya puede caer el diluvio"). En fin, nada que ver con la cortesana que nos ha tocado en suerte en vida nuestra, que dice "Estupendo" como nadie (Isabel Boyer). La marquise protegió la porcelana de Sèvres y la Encyclopédie, nuestra cortesana se decantó por Porcelanosa y por unos bombones que todo el mundo (menos ella) hemos comido compulsivamente.
Estamos rodeados de objetos como la copa Pompadour, o como los objetos de depurado diseño e ingeniería. Pero algunos son inmortales y otros cansan. Unos son atemporales mientras que gran parte de los otros no resiste ni una Operación Triunfo, como el Elvis Presley que colgó en todos los coches imaginables. Tanta ingeniería, tanta mercadotecnia, pero por razones que no alcanzo, los lomos de los libros se imprimen de arriba abajo, de abajo hacia arriba, y hasta como un tejuelo transversal. Repasar los anaqueles de una librería se convierte en un ejercicio intenso para las vértebras cervicales. Las tarjetas magnéticas o con chip, por otra parte, cada vez más impuestas en la vida cotidiana, también tienen su perendengue: lo mismo se introducen por el lado del chip como de perfil de cara o de perfil por el dorso, en sentido ascendente o descendente. Esta variedad no es enriquecedora, es un fastidio que a las personas que somos despistadas y que nos movemos en espacios que parecen recreados por Jacques Tati, nos desgasta muchísimo.
Por favor, queremos que todas las tarjetas funcionen por el mismo lado. Las personas y las mujeres que tenemos que hacer las cosas al revés porque somos zurdas contrariadas (discapacitadas hemisféricas integradas), tenemos un verdadero problema incluso para descifrar el panel de los timbres de un bloque. Nunca sabemos por ejemplo si las filas corresponden a los pisos y las columnas a las puertas. Y, por pedir que no quede, lo ideal sería que todos los wáteres estuvieran todos al fondo a la derecha o bien todos al fondo a la izquierda. O, mejor aún, al fondo tirando recto. Si algo tiene de bueno ser una discapacitada hemisférica mal lateralizada es que, de tanto hacer las cosas al revés, se acaba por adquirir plena conciencia del eje en que giramos y del bidibi badibi bú que nos sustenta. Al fin y al cabo, pillamos antes a un mentiroso que a un cojo, como todo el mundo.
Mi pequeña labor enciclopédica cuántica (el índice de materias que voy construyendo) está empezando a recoger sus frutos. Me ha permitido ver que el año 1755 coincidieron el terrible terremoto de Lisboa -la prueba para Voltaire de que estamos en el peor de los mundos posibles- y el retrato de Quentin de La Tour de la mecenas de los enciclopedistas. Me gustaría mucho poder añadir a mi índice el nombre exacto del azul de la partitura que sostiene la marquesa. Azul francés no es, tampoco es azul borbón (el Bien-Aimé lo era) ni azul pitufo. Estoy en un sinvivir, de verdad.

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