30.3.08

La noche y el día



Jul. Wilt thou be gone? It is not yet near day:
It was the nightingale, and not the lark,
That pierced the fearful hollow of thine ear;
Nightly she sings on yond pome-granate-tree:
Believe me, love, it was the nightingale.

Rom. It was the lark, the herald of the morn,
No nightingale: look, love, what envious streaks
Do lace the severing clouds in yonder east:
Night candle’s are burn out, and jocund day
Stands tiptoe on the misty mountain tops.
I must be gone and live, or stay and die.”

 (W. Shakespeare, Romeo and Juliet, act. III, sc. V, Juliet’s chamber)

(“Jul. ¿Te quieres ir? Si aún no clarea; / ha sido el ruiseñor y no la alondra / quien te azuzaba tu oreja miedosa. / Canta de noche en lo alto del granado. / Créeme, amor mío, ha sido el ruiseñor. // Rom. Era la alondra, que anuncia el alba, / No el ruiseñor. ¿No ves las franjas celosas / Partir las nubes en el lejano oriente? / Ya han ardido los cirios de la noche  / Y el día alegre recorre las montañas brumosas. / Hay que partir y vivir, o quedarse y morir.”)

l reloj de sol de Can Verdaguer (Calle Piferrer) mostraba ayer la hora verdadera que hoy es la oficial. Distinguí la fina sombra del gnomon equidistante entre el número XI y el mediodía, ténue bajo el resplandor nublado. La casa, que pertenece al barrio de Porta, creo, parece que tuvo su primera construcción en el siglo XVI y a diferencia de otros vestigios rurales sigue habitada y es –o fue- por tanto la última masía de la Barcelona postolímpica.
La sombra del gnomon es alargada, como la del ciprés, y parece más real que la aguja de un reloj suizo, como si la aguja sólo midiera el tiempo y el gnomon además de medirlo, lo reflejase. El reloj de arena no es extraño que pertenezca a la alegoría de la muerte. Sus sucesores, los cronómetros de cocina, sea porque tienen forma de cerdito o de gallina clueca, sea porque no parecen tan perentorios, resultan más simpáticos.
Estoy convencida de que una de las estrategias de aturdimiento y venta de El Corte Inglés es confundir al consumidor con una iluminación que impide saber si es de día o es de noche. La cadena OpenCor, que tiene sus tiendas a pie de calle, suele revestir las cristaleras con un plástico adhesivo azulón y opaco que no deja pasar ni un resquicio de luz. La obnubilación comercial no tiene nada que ver con la célebre albada de Romeo y Julieta que he reproducido ahí arriba, cuando no saben si ha cantado la alondra y es de día o si ha cantado el ruiseñor y es de noche.
Parece sin embargo que en los teatros, en los cines y en otros espectáculos se recrea una noche oscura para más fácilmente subir el telón y guiarnos a su ilusión óptica y también a una cierta agudización de los sentidos (“y todos mis sentidos suspendía”).
Curiosamente, hay cosas que sólo ocurren por la noche en cuanto se pone el sol o en horas más avanzadas, y otras de día o cuando la aurora de rosáceos dedos homérica levanta el palio de la luz crepuscular (de Jorge Sepúlveda).
Al final del día nuestro, ese que está marcado por los horarios, hay un relevo. En la hora ultravioleta los pájaros cantores y los pájaros cantaores entonan unas notas dulces y horacianistas. Los noctámbulos y los crápulas se peinan. Al caer la noche en las casas de mi bloque hay un trajín generalizado de cacharros, recibos, luces, puertas de armarios, electrodomésticos y llamadas al orden. Luego hay como un toque de queda que debe de ser el noticiario de las televisiones y cada mochuelo se va yendo a su olivo.
En la noche pasan cosas, digo, que no pasan de día. Hay picos pardos y gatos pardos y además he experimentado que es mejor no tomar por lo menos ninguna decisión de largo alcance. 

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