10.4.08

El medio ambientazo

"Tengo en el pecho una jaula,
en la jaula dentro un pájaro,
el pájaro lleva dentro del pecho
un niño cantando
en una jaula
lo que yo canto."
Amancio Prada
·
e hago eco de la polémica en Francia sobre el repelente "Beethoven". Pobre Beethoven. Es un ahuyentador por ultrasonidos contra los adolescentes y los jóvenes. El corresponsal de "La Vanguardia" del memorable viernes pasado comenta: "emite un molesto zumbido a una frecuencia tan alta –entre 17,5 y 18,5 Khz- que sólo el oído de los jóvenes hasta 25 o 30 años, puede percibirlo [...] El controvertido emisor -creado por la firma británica de alarmas Compound Security Systems- tiene un tamaño reducido (doce centímetros de lado) y un aspecto anodino. Pensado para ser colocado a una altura de tres metros -en una pared o en un árbol, al pie de un edificio o en el hall- barre de indeseables la zona hasta una distancia de veinte metros. Su precio unitario es de 905 euros, aunque hay rebaja si se compran varios a la vez ".
Sé de la eficacia de los ultrasonidos. Tengo un aparatito contra las hormigas en mi cocina. En cuanto lo enchufé la colonia mermó. Las pocas hormigas que quedaron están esmirriadas y trazan una fila tortuosa y muy errática. Alguna vez les dejo antes de irme a trabajar unas migas de pan o un cerco de leche, como quien hace un sondeo demoscópico. Creo que los ultrasonidos sólo afectan a las hormigas y que no me cortan la mahonesa o no se acoplan con el frigorífico. Pero nunca se sabe.
He pasado por dos experiencias directas sobre la naturaleza material del sonido. Una con el canto de un jilguero en el ancho patio a donde da mi casa. Estaba yo aún en la cama de mañana y el canto me dio una noción exacta del espacio que ocupaba. Era una sensación mucho más clara y tangible que la que proporciona cerrar los ojos en la playa y oír las voces reverberar cerca del agua como en el duetto de Lakmé. Por aquellos días había estado escuchando el Ave Verum y la Gran Misa de Mozart una y otra vez. En especial el Kyrie cantado por Arleen Auger, una maravilla. Es música que te reorganiza el cuerpo como un caleidoscopio giróvago. El comentarista italiano de la grabación de Leonard Bernstein de 1990, Paolo Gallarati, nos recuerda:
"In seguito, durante la malattia di Costanza, Mozart aveva fatto voto di comporre una Messa che, una volta ultimata, i due sposi portarano con loro a Salisburgo quando vi si recarono per la prima volta nell’agosto 1783: fu proprio nella città del musicista che il lavoro venne eseguito, forse con parti aggiunte tratte da precedenti composizioni mozartiane, il 26 ottobre nella chiesa di San Pietro. Costanza cantò la parte del primo soprano."
En aquel otro agosto, el que yo viví, me pareció desmedido que una obra tan colosal y tan vibrante procediera de una promesa, del amor mundano. Ahora lo veo de otra manera. Creo que lo veo como lo vería el jilguero. El de mi patio y el que oyó cantar La Niña de la Puebla, quien a su vez cantó en el bautizo de Francisco, que fue compañero de trabajo entre los años 1990 y 1993 hasta que se jubiló. Todo cuadra.
La segunda experiencia material del sonido fue en una clase de guitarra. Mi profesor y yo estábamos afinando sendas guitarras. Noté que cuando él tañía el Re al aire vibraba mi cuarta cuerda. Y mi profesor me aclaró que era "por simpatía". Por simpatía... Entonces, por eso –por la simpatía- es por lo que los cohetes, a semejanza de las guitarras, están concebidos para resistir materialmente el enorme estruendo que produce un despegue, para que los tornillos no se desenrosquen por el ruido de los motores y para que las ondas acústicas no rasguen las junturas hasta casi la desintegración. Según el enlace "cohetes" que he enredado en mi texto, todas las piezas de un transbordador, con más de un millón de componentes, "vibran para producir una cacofonía de frecuencias que van desde las ondas subsónicas que sólo un elefante puede oír, hasta gemidos de alta frecuencia semejantes a las uñas que raspan una pizarra".

Por lo tanto, me pregunto, pregunto, el ahuyentador o repelente "Beethoven" ¿podría ser menos selectivo de lo que parece? Es decir, parece que además de molestar a las ya de por sí atormentadas orejas de los adolescentes emepetrestizados, posiblemente también alterarán o conmoverán aquello con lo que sintonicen. Pienso que lo mismo que el Re tañido en una guitarra provoca la simpatía de otro Re, igual la nota del canto de un mirlo negro puede resonar en la medula de una gata preñada o en mi sangre o en una alarma antirrobos.

Está bastante claro que el repelente "Beethoven" contra el botellón nos refleja una sociedad disociada y desquiciada. Por otra parte, con esos cacharritos van a pagar "justos por pecadores". ¿O es que en los barrios-quartiers franceses en los que se están instalando los emisores no hay jóvenes residentes que duermen a altas horas de la noche? Ante una medida tan antisocial, tan poco dialogante, ante un cacharro más estigmatizador, me atrevo a proponer una alternativa más económica. En vez de "Beethoven" se pueden colocar unos altavoces con algo horrísono. Cuando algún indeseable de mi vecindario hace un ruido innecesario además de molesto, pongo la música a tope, lo más alta posible. Sea la hora que sea. Una emisora pachanguera o retumbadora y deprimente. Por un lado, el vecino se da por enterado y por otro lado mi ruido le impide disfrutar del suyo, cosa que le hace de alguna manera comprender la situación, en qué lugar acaba su libertad y empieza la mía. Además, si el método se desarrolla en un bloque de pisos, nadie puede identificar el origen de la reacción. Solo pueden sospecharlo, y eso fastidia más. Mucho.
Recuerdo que la cosmogonía hindú establece el origen del mundo en la sílaba mística aum. De las vibraciones del aum nació el éter, el espacio del sonido silencioso. Del éter nació el aire y a continuación el fuego, después el agua y por último la tierra. No sé en que punto de la creación apareció la humanidad con su ahuyentador Beethoven y el medio ambientazo.

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