16.5.08

Hermes psicopompo

A Cesca Prats


Amélie "tiene de repente la extraña sensación de estar en armonía consigo misma. En ese instante, todo es perfecto: la suavidad de la luz, el ligero perfume del aire, el pausado rumor de la ciudad. Inspira profundamente y la vida ahora le parece tan sencilla y transparente que un arrebato de amor parecido a un deseo de ayudar a toda la humanidad la invade. Y, de golpe...
- Yo le ayudaré. Baaajamos y... allá vamos. Ahora nos cruzamos con la viuda del tambor de la banda municipal. Lleva la guerrera del difunto marido. Atento ¡Allehop! Oh, el rótulo de la tienda de carne de caballo ha perdido una oreja. Esa risa es del marido de la florista. Se le arrugan las sienes de pura picardía. Anda, en el escaparate de la pastelería hay piruletas. Ummmmmm, ¿percibe ese olor? Es Pepón, que ofrece una degustación de melón a sus clientes.
- "Vamos, prueben este riquísimo melón".
Oh, la señora Marión tiene helado de turrón. Ahora pasamos por delante de la tocinería: el jamón con hueso está a 70 y a 45 la paleta cocida. Llegamos a los quesos: a 12,90 el Picodon d’Arlès y a 23,50 el cabécou de Poiteau. En la carnicería hay un bebé que mira a un perro que mira a los pollos asados. Bien, ya estamos delante del quiosco que hay a la entrada del metro. Le dejo aquí. Adiós."
Le fabuleux destin d’Amélie Poulain (Jean-Pierre Jeunet, 2001) 
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Hermes de Lisipo
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finales de diciembre de ¿1997? estaba en Ayvalik, un pueblo turco en la costa Egea, cerca de Éfeso (Selçuk) y Pérgamo (Bergama). Una esmirniota con quien habíamos entablado conversación en francés nos señaló con la barbilla un punto de la mejor puesta de sol que he visto en mi vida. "C’est Samos, la Grèce". Le dije a mi compañera de viaje: "Hala, saca la cámara", a lo que me contestó consternada: "Está en la estación en la mochila". La estación de autobuses quedaba a unos 2 quilómetros a pie del muelle en donde estábamos, así que la imagen sólo ha quedado registrada en la memoria, que tampoco está mal.
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Aquí se podía acabar el cuento, pero no. No, porque yo no quiero y porque ver Grecia desde Turquía y lo que fue (según la antigua Geografía) Asia Menor no es cualquier cosa. Valoro mucho la primera impresión, la forma en que conocemos a alquien o la primera vez que oímos hablar de alguien. En realidad no era Samos sino Lesbos, pero eso tampoco importa. Es mi vivencia más parecida a la escena de Amélie guiando al ciego generosamente, con todo lujo de detalles, en la película de Jean-Pierre Jeunet. La esmirniota me mostró la isla griega brumosa en la sombras, en la hora ultravioleta, con su Mitilene y sus poetas y su todo. No tengo palabras.

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