18.8.08

Un lugar

Para Ana del Pozo Ortiz
A mi abuela, Pepita Marcote Canosa

orveiro es una de las playas o calas de Finisterre. Hay otros corveiros en Galicia que supongo que, como éste, tienen que ver con los cuervos. Desde que se recuerda hay cuervos en uno de los escollos de la boca de Corveiro. Se excusa decir que jamás he conseguido fotografiar ninguno, incluso podría asegurar que saben cuando he ido pertrechada con una cámara para captarlos cuando alzan el vuelo y hasta se mezclan con las gaviotas. Cuando lo del Prestige -cuya zona cero fue en Muxía- se hablaba mucho de los araos, especie protegida. Yo no hacía más que preguntarme por los longevos cuervos de Corveiro.
La cala no aparece en muchas guías y queda escondida. Finisterre tiene unos 28 quilómetros cuadrados, pero cuenta con 10 playas: una pequeña parte de Estorde (la gran parte pertenece a Cée), Talón, Calcova, A Langosteira (que tradicionalmente se llamaba "Praia das areas"), O raposo, O cabelo, A riveira, Mar de fora, Arnela, y O rostro. A Langosteira es la más larga y las tres últimas están a mar abierto. A pesar de todo hay gente que se baña en ellas. Un día tranquilo de hace años en que iba por la orilla, lejos de las olas, la arena cedió bajo mis pies un metro y el agua me arrastró con tanta fuerza que el susto me vacunó para futuras audacias. Me había bañado por primera y última vez el día anterior y la sensación fue indescriptible, la de estar en plena naturaleza. El oleaje en Cabo da Nave, desde donde se ve Touriñán, o en O rostro, es impetuoso y brama de una manera inolvidable.
El desafortunado nombre de "Costa da Morte" tiene que ver con los naufragios que han habido desde que en ese punto toman dirección los barcos que van y vienen de América, y también tiene que ver con las víctimas de bajura y hasta de la recolección de percebes, muy numerosas. Se ha nutrido también de las historias griegas, latinas y más primitivas del culto al sol que se hunde en el mar tenebroso cada día (ara solis) dejando el cielo vaciado tras pintarlo de rosas, rojos, verdes y amarillos amontillados. Pero queda una noche como la de Juan de Yepes, más cierta que la luz del mediodía. De la misma manera que de las manos rudas de las labradoras salían encajes finos, el océano chapotea delicadamente en Corveiro y palilla espumas en la pleamar.
Los libros que tengo presentes sobre el pueblo son tres. El primero es la Biblia en España, de Borrow, cuya primera traducción al español se debe a Manuel Azaña, curiosamente. El fragmento sobre el valle del Duio es exacto. El segundo es Madera de Boj, de Camilo José Cela, en el que salen fisterranos que conozco aunque ninguno me parezca modélico, en los dos sentidos de la palabra (ni como persona ni como fisterrán). Nunca me han interesado tales tipos, la verdad. Cela veraneaba en Finisterre, invitado a tutti pleni, cebado como un cerdo, cuando vivía con su primera esposa, que creo que se llamaba Rosario. Como toda la obra de Cela, está el libro muy bien escrito. Las cosas como son. Se detiene en el dialecto propio de este territorio, que tiene arcaísmos al lado de americanismos, y donde las vocales suelen cerrarse. Se habla con mucha entonación e interjecciones, hay geada y en algunas zonas las sibilantes son sonoras. El lenguaje de las mujeres y el de los hombres es muy diferente, pero ambos son dados a la hipérbole y la extrapolación, cada cual a su manera. Como yo he ido hasta con 3 años, puedo comprender perfectamente lo que se habla, aunque quien lo haga sea desdentado y bronquítico, pero no tiene el fisterrán nada que ver por ejemplo con el dialecto que se habla en Lobios, en Orense. Por eso no debo dejar de reconocer lo acertado de Cela a la hora de elegir como muestra dialectal un "Qué é o que che pese?" ("Qué é o que che pasa?", esp. ¿Qué es lo que te pasa?). Sólo leí Madera de boj una vez.
El tercer libro considerado literario que tiene que ver con mi memoria sentimental de la comarca es uno de Josep Mª Espinàs, A pie por la Costa da Morte. Josep Mª Espinàs caminó con Cela en los cincuenta, si no me equivoco. El librito de Espinàs forma parte de una serie de caminatas que ha hecho por España, pero sobre todo por Cataluña. Vi por primera vez a Espinàs en el entierro de Salvador Espriu y su cara es una de las caras más inexpresivas que he visto en mi vida. Hasta que no lo reconocí me pareció un carterista o un froteur que miraba para otro lado. Es llamativo lo mal que ejecuta las buenas ideas que sí tiene. Me estoy acordando de una sobre un gran almacén. Buena idea donde las haya que desarrolló con una superficialidad y una apatía remarcables. En su librito sobre las tierras que van de Muros a Laxe, transcribe algún diálogo con tanto descuido (o habría que decir con tanto desdén) que me agrió la lectura. Una grabadora capta más matices que los que Espinàs captó y la cosa es más llamativa dado que Espinàs fue uno de los artífices de la normalización del catalán. Quiero decir con esto que su sensibilidad para con las lenguas minoritarias debería ser mayor a lo que demuestra su relato.

Como muestra del dialecto de Finisterre transcribiré en mi próximo post una grabación que hice a J., una mujer de 50 años que nació y siempre ha vivido en Finisterre. Espero poder enlazar el documento original, aunque de momento no he sido capaz de convertirlo en el formato preciso.

A Corveiro iban los niños (sus voces alegres reverberan como el duetto de Lakmé en el granito y en la superificie del agua) hasta que en la década de la heroína fue lugar de pico y no se podía ir. Ahora vuelve a ser de los cuervos y de los que sabemos lo bien que se está allí.

Corveiro (Fisterra/Finisterre, La Coruña). Foto: Aaoiue
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