4.11.08

La sota de corazones

“Al fin y al cabo no hay sino treinta y seis situaciones dramáticas”
G. García Márquez

Últimamente se ha hablado mucho del feng shui y de cómo armonizar nuestro entorno material e inmaterial. Oí que el espacio de la casa más propicio para el amor (supongo que se referían al amor carnal y reproductor) es todo aquel que entrando por la puerta principal queda a la izquierda. A la vista de que el piso en que yo más o menos vivo está justo al revés, el único remedio sería compensar esa orientación adversa con alguna figura o representación que mostrase una pareja o algo doble. Ni que fuera la mula y el buey del pesebre navideño.
Tengo dos belenes y no por haber seguido alguna orientación feng shui ni nada por el estilo. Es a causa de que por una parte tengo el que yo compré, después de darle vueltas años y años, y por otra parte tengo el que me regalaron dos días después, de Intermón y con las figuras andinas. Me tocó a suerte en una fiesta que tenía “amigo invisible” el año después en que me regalaron 4 teteras cada una por un lado. "Si naciste para martillo, del cielo te caen los clavos". El belén que yo compré tiene los personajes mínimos de una Natividad tradicional (José, María, Jesús, la mula, el buey y el arcángel). El belén peruano reproduce más bien la Adoración de los Magos (José, María, Jesús, la mula, el buey y los tres magos). Ese mismo año ví otro Belén de Intermón que se trajo de Costa de Marfil una cooperante japonesa. Reunía un niño Jesús y cosa de 30 figuras entre corderos, ovejas y pastores, nada más. Está claro que en el bagaje sintoísta no está asimilada la composición canónica ni captó la japonesa el reflejo de la familia tradicional estructurada en torno a una pareja heterosexual que está a puntito de meterse en una hipoteca. No llegué mucho más allá en mi reflexión, ante tamaño pesebre pecuniario, y hasta me gusta dejar la idea en el aire.
He observado que el arcángel Gabriel tiene tendencia a caer desde su oterillo aparatosamente y que San José pierde la vara o se le resquebraja, mientras que las otras figuritas son menos aparentes pero más estables. Tengo mucho cariño por una gallina que, dicho sea de paso, me costó hace unos 10 años 900 pesetas, cosa que más que nada indica no tanto su valor como el interés que le puse. El último año que armé el belén estaban la gallina y el Niño, nada más. Era como un “detalle del cuadro”, de la misma manera que nos ponen el ángel de la Virgen de la Roca de Da Vinci en detalle aparte. ¿Quién dice, además, que en el Belén no se puede poner a Doraemon, a Kitty o a Pocoyo?
Las aventuras de Alicia bajo la tierra era el título del primer manuscrito de Alicia en el País de las Maravillas. Lewis Carroll rehizo la historia hasta convertirla en el cuento que conocemos. Como la pequeña Alicia, a veces nos vemos obligados a estar en meriendas de locos que pertenecen a diferentes ficciones o reinos y en lugares infestados de puertas y más puertas cerradas. También nos empequeñecemos o somos obligados a empequeñecer o conocemos orugas azules presuntuosísimas. Hasta debemos oír aquello de “que le corten la cabeza” o “niña, las palabras significan lo que yo quiero que signifiquen”, que ya es decir. Nadie está libre de chácharas, salvo los sordos. Pero físicamente es algo más que sonido. El cuento de Alicia acaba cuando ella despierta, pero deja la inquietante sensación de que allí, bajo tierra, seguirán las puertas, las orugas y procesos absurdos como el que se hace eternamente bajo la tierra a la sota de corazones.

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