9.12.08

Post 195: Estatuas vivientes

“Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontróse en su cama convertido en un monstruoso insecto”
Franz Kafka, La metamorfosis
Apolo persiguiendo a Dafne (G. Bernini)

Bernini esculpió en mármol de Carrara ésta maravilla cuando tenía 24 años. La metamorfosis de Dafne en laurel cuando escapa de Apolo se encuentra en Roma, en la Villa Borghese, y sólo por admirar esa pieza de más de 2 metros vale la pena acercarse hasta allí. Después del
Hermes de Lisipo y la Victoria de Samotracia, ambas en el Louvre y ambas de una serenidad prodigiosa, no me cansaría de mirar esta estatua. Estatua, sí, pero llena de movimiento, como prefigurando la fotografía deportiva. Las estatuas vivientes que tenemos en las Ramblas adoptan posturas que se puedan sostener un rato largo e incluso algunas se mudan al sonar una moneda de quien la deje a su paso. Perdón por el anacoluto, uno de los rasgos sintácticos de Santa Teresa, que por cierto fue también fue carrarizada por Bernini en su célebre “Éxtasis”. “Éxtasis” pone en las paradas de autobuses griegas. Y dijo la poeta Mª Mercè Marçal que vio una vez un camión de mudanzas en Atenas, y que en griego mudanza era “Metáfora”. Debe de ser una maravilla ser griego sólo para hablar con tanta propiedad en vez de utilizar las palabras para darse importancia o para indicar en qué facultad se ha echado uno a perder. Y sin embargo nací en España y lo que mejor conozco es el español oficial contemporáneo o espofcont (Agustín García Calvo dixit). Me faltaría, para conocerlo mejor, no saberlo; así tendría una impresión totalmente auditiva y limpia de significados y de frases hechas, de chistecillos consabidos y de otros enojos. Una vez dicho esto, yendo del coro al caño y del caño al coro, vuelvo del monólogo interior a las estatuas.
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Las personas vivientes no somos estatuas, aunque con el tiempo se van los cuerpos haciendo rígidos donde eran flexibles y fláccidos donde eran lozanos, y pierden el vello. Las personas estamos sometidas a las estaciones, al paso del tiempo, a las enfermedades, a los cambios de humor, etc. A veces experimento mi propio cuerpo como una especie de
caleidoscopio. No me refiero tanto a los caleidoscopios en forma de estrella, rueda o mandala, como a los que se hacen con tres cristalitos y se van trasformando girando sobre sí mismos reticularmente. De hecho Chomsky defendió la posibilidad de que la neurología del lenguaje tiene mucho que ver con un sistema como de interruptores que se levantan o se bajan en cadena. Es decir, hay una sola lengua universal y en cada hablante se ejecutan siempre unos determinados circuitos como si la norma tuviera una existencia física. Desde ese punto de vista, adquirir una lengua nueva supondría ejercitar su encadenado de interruptores. Los tipólogos lingüistas han llegado a parecidas conclusiones a las de Chomsky. Han estudiado lenguas que se parecen mucho, aunque no están emparentadas, y cuyo léxico por lo tanto no coincide, pero cuyas similitudes estructurales apuntan a la existencia de una lengua universal humana que no se concreta más allá que a través de esos “interruptores” que alternan propiedades excluyentes.
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De la misma manera que en un caleidoscopio giran los tres cristalillos coloreados y forman figuras geométricas múltiples, nuestro cuerpo parece a veces pasar por un proceso tal. Parece, cuando algo nos descorazona o algo nos sorprende o algo nos alivia o algo nos alegra, que nuestra alma se gira y se ilumina o se oscurece. San Juan de la Cruz, en su Subida del Monte Carmelo, puso muchos ejemplos de la luz pura y la noche oscura del alma, a través de la cual sí era posible ver. A tanto no alcanza mi entendimiento, pero algo entiendo. Ahí estamos, en el paso del tiempo, en el paso de las estaciones, en nuestra circulación sanguínea y la de nuestros humores, con los movimientos peristálticos y el ritmo de nuestro corazón. Y sin embargo parece que a veces queramos conquistar un estado tan estable como el de una máquina o un maniquí.
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Cuando esto meditaba me ha sorprendido un síndrome vertiginoso que espero que se pase pronto. "Al despertar esta mañana, tras un sueño intranquilo", me he dado cuenta de que todo giraba a mi alrededor. Pero no como si fuese Penélope Cruz. No: voy hoy por el mundo como encima de un barco. Todo se tambalea (crisis aparte) si camino o si giro la cabeza rápido. Bajar unas escaleras es ahora para mí casi una experiencia mística, sobre todo porque me doy cuenta de que cuanto más ando más alcanzo el equilibrio, como si el caleidoscopio se adaptara a la nueva situación y fuera el camino mi imán. En esas estamos.


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