23.3.09

La selección de las especies


A Marisol Ruiz-Meana, médica veterinaria, y a Margarida Julià Sapé, bióloga.

El gorila de la fotografía pone un poco la mirada de Clint Eastwood en “Gran Torino” (Clint Eastwood, 2008) cuando se enfrenta a la banda de hmongs que amedrentan a sus vecinos vietnamitas. Gran película, “Gran Torino”, de la que apenas se ha remarcado la interpretación del actor principal, que nació hace cosa de 80 años, además de la peripecia. La película alcanza el ciclo vital que va desde la muerte de la señora Kowalski a la muerte del señor Kowalski y se mueve entre las dos capas de emigración cuyo epicentro está exactamente en la fabricación del Gran Torino de la Ford en los años setenta. Kowalski es de origen polaco, su barbero es de origen italiano y también sale un contrastista de obras de origen irlandés. Esa es una capa de emigrantes, la de los emigrantes más integrados al país de acogida, Estados Unidos. Después está la otra capa de emigrantes: bandas de latinos, bandas de negros, bandas de hmongs, la consulta del médico (una china) con indios, afroamericanos, etc., llegados en una segunda oleada. No es una cuestión baladí, sobre todo a la vista del contraste con la familia que Kowalski (Clint Eastwood) consiguió formar. Como siempre ocurre con este director, la sobriedad de elementos es muy elocuente y, como ya dijimos hace algunos días, sabe moverse en la delgada línea que separa lo que está bien, lo que está mal y lo que está con un pie en cada lado. La impecabilidad e implacabilidad de los planteamientos de Eastwood quedó demostrada en “Million dollar baby” (2004), una película en la que no se parte de prejuicios, una película que no se refuerza en un aparato moral ni obedece un dogma o una ideología de base. Era una película sabia.
No se ha dicho gran cosa de que el “Gran Torino” podría considerarse un coche fetiche para Eastwood, ya que es el coche del asesino en serie de otra película suya, “Harry el sucio” (1971). De tal manera podría decirse que “Gran Torino” es el final de un ciclo que empezó con “Harry el sucio”, de la misma manera que “Gran Torino” empieza con una misa in corpore presente y acaba poco más o menos con otra misa in corpore presente. Ese Ford, perfectamente encerado, pero en el que no se recrea la cámara en ningún momento, es un poco como la rápida imagen en la que nos da tiempo de distinguir apenas una foto en blanco y negro de pareja en la cartera de Kowalski cuando la abre en un momento dado.
Cuál no sería mi sorpresa ayer, al volver de ver la película en el cine Boliche, y leer una pequeña reseña de Salvador Llopart que apareció el 18 de marzo en “La Vanguardia”. Leo: “Y también [es] una historia de redención personal, la propio [sic] Kowalski, dispuesto a pagar por sus pecados. Tiene, además, un aspecto evidente de exaltación patriótica con la renovada fe en las esencias democráticas yanquis. Ese Kowalski avinagrado y triste reconoce que hizo cosas inconfesables en Corea, como Estados Unidos las ha hecho en Vietnam y otras guerras. Pero es capaz de rectificar y, en la medida de lo posible, de enmendar sus errores. Y si es necesario, de expiarlos”.
Cuando releí este comentario me dio la sensación que hacía tiempo que no tenía de que el crítico no había visto la película. Si es que Salvador Llopart ha visto “Gran Torino” no puedo creer que haya captado el mensaje de la película, que es esencialmente que la violencia no sirve para nada. Kowalski, en vez de dejarse llevar por los deseos de venganza, hace un sacrificio para que la violencia sea de alguna manera útil, porque él sabe bien que no lo es. Pero no hay expiación de los pecados como pretende el señor Salvador Llopart. Cualquiera que vea la película puede verificarlo. No hay un análisis moral de las peleas de las bandas y de la manera de integrar a sus miembros a través de la violencia. El planteamiento es un poco como el de “My beatiful laundrette” o “Mi hermosa lavandería” (Stephen Frears, 1985). La violencia genera violencia y todo va de mal en peor. Por lo que respecta a lo de la “exaltación patriótica” también refleja un análisis muy ingenuo. Pero ese es otro tema.
Al tema al que nos dirigimos, por poco que lo parezca, es a la manía de analizar desde la moralidad (no hace falta decir cual, cualquiera) todo cuanto de nuevo nos va surgiendo en este mundo que no sabemos bien bien hacia adonde va. Por ejemplo, si abordamos el disparate de Nadya Suleman, la "octomom" que después de haberse practicado una operación de cirugía plástica para parecerse a Angelina Jolie pasó por unas sesiones de inseminación artificial para darles ocho hermanos a sus sextillizos previos, es mejor que nos circunscribamos al asunto desde el punto de vista de su viabilidad. Cuando le preguntan cómo piensa mantenerlos contesta que "con exclusivas".
Vamos por partes: Angelina Jolie adoptó un niño camboyano, una niña etíope y tuvo naturalmente aunque por cesárea una niña a la que le dio ciudadanía namibia. El gusto por las familias multiétnicas –como un anuncio de Benetton- por los scuppies es un subtema consolidado. Nadya Suleman (la “octomom”) se sometió a una cirugía plástica para parecerse a Angelina Jolie, quien a su vez se ha retocado para parecerse a algo que está entre Vivien Leigh, una cheer girl  y una mujer de foto de parada de autobús. La Jolie tiene recursos económicos para mantener a sus niños y además ha conseguido la manera de blanquear o reinvertir lo que saca de las exclusivas de sus criaturas en fundaciones “sin ánimo de lucro” (*). Los hijos de Angelina Jolie y Brad Pitt son los niños más fotografiados del mundo. La Suleman también ha encontrado la manera de recobrar lo que se ha gastado en cirugía plástica y en inseminación artificial: las exclusivas. Obviamente esta señora no tenía acceso ni posibilidad alguna con la adopción. Yo no me quiero imaginar las dificultades no sólo económicas de criar una camada de sixtillizos con otra de octillizos. Ya no entramos en la falta de una figura paterna (¿?), cuando tampoco es que se pueda hablar de una figura materna (¿?). ¿Se puede hablar de familia uniparental? ¿De familia? Por esos derroteros nos perderíamos sin quererlo en apreciaciones de índole moral.
A lo que yo voy es que tanto desde mis creencias, como desde el puro determinismo darwiniano, el pilar de la sociedad y de la evolución se van al carajo. Si la selección natural no funciona y puede procrear cualquiera por poco dotado que esté por su naturaleza, nuestra especie se va al fin. Que conste que tampoco se pierde nada, creo. Que conste también que no es que me despreocupe del tema del aborto, que lo tengo muy presente y que se ha tratado en blogs amigos. Lo que me preocupa hoy es que se traigan al mundo niños cuyo entorno familiar parece un videojuego o una tertulia de Telecinco. Eso por decir algo benigno.
Ab imo corde espero y deseo que estos 14 hermanitos se salgan con bien de tamaño berenjenal. Y si puede ser que haya alguno lo suficientemente listo para exigirle a su madre su parte de lo ganado con las exclusivas. Pero no será así.

(*) “El 27 de mayo de 2006 Jolie dio a luz a una niña, a la que llamó Shiloh Nouvel Jolie-Pitt, en Swakopmund, Namibia por medio de una cesárea programada. Pitt confirmó que su recién nacida tendría ciudadanía de Namibia, mientras que Jolie decidió ofrecer las fotos a través de Getty Images por su propia cuenta, en lugar de permitir que un paparazzo las tomara y cobrara gran recompensa por ellas. La revista estadounidense People pagó más de 4.1 millones de dólares para obtener los derechos legales de las fotos sólo en Norteamérica, mientras que la revista británica Hello! obtuvo los derechos internacionales con una cifra de 3,5 millones de dólares; el derecho legal total de venta de las fotos valió más de 10 millones de dólares en todo el mundo. Todos los beneficios fueron donados a la fundación sin ánimo de lucro de Jolie y Pitt. En 2006, se volvió amiga de Gwen Stefani al unirlas la meta de eliminar la desnutrición del planeta; los hijos de las dos artistas son los más fotografiados en Estados Unidos” (
Wikipedia)

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