3.3.09

¿Mil dólares o 50 centavos?


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“En Hollywood te pueden pagar 1.000 dólares por un beso,
pero sólo 50 centavos por tu alma.”
Marilyn Monroe


Hacía tiempo que en la Aaoiuepedia no tocábamos un tema sobre el que no sólo sabemos bien poco, sino sobre el que cada vez se va a saber menos. También hacía tiempo, muuuuucho tiempo, que no nos referíamos a las magníficas frases al vuelo, algo que como tema semánticamente tiene por lo menos 7.863 puntos de contacto con el beso.
El sábado la cosecha fue muy buena, pues obtuve dos frases al vuelo. Una, la de un carpintero del metal que conozco de toda la vida, que iba por la calle y le sonó el móvil. Yo no sé lo que dijeron al otro lado de la llamada, pero lo que él dijo fue: “Sí, estoy aquí en casa”. La segunda frase al vuelo la pillé en la radio, creo que en Onda Cero. Estaba yo limpiando una mancha de sangre en la cortina del dormitorio, que me había cortado con la nevera. La Gemio explicaba que Ana Rosa Quintana había entrevistado en la TV a una prostituta y que le había preguntado: “¿Alguna vez has trabajado gratis?”. Yo, a pesar de estar encaramada con el set del agua oxigenada, el cepillo de dientes viejo, el anti-manchas, el trapito húmedo, la pastilla de jabón Lagarto y toda la pesca, distinguí la especial resonancia de una magnífica frase al vuelo. Me bajé de mi banquito de un salto para oír mejor. La respuesta de la puta fue (había sido): “Sí, una vez, por agradecimiento, ¡y me salió de mal…!”.
La comprendí perfectamente, a la prostituta, precisamente porque para mí el trabajo es como un descanso, porque no tengo ningún interés más allá del prurito de la tarea bien hecha, con dignidad y con oficio. Si yo tuviera algún interés crematístico o personal, cometería muchos errores porque emocionalmente me implicaría demasiado y me pillaría unos cabreos descomunales ante algunos “inertos” (combinación de inepto e inerte) y algunas alimañas que las hay, de esas que van avasallando a todo hijo de vecino. Por salvar 7 euros de nuestro presupuesto, no obstante, soy capaz de cualquier cosa y de perseguir sin cejar un tema hasta más no poder.
El beso, maldita sea, es algo que no sé si tiene que ver con el trabajo o el descanso, pero con el interés no tiene que ver. Y eso lo digo de profundis, aunque no hubiera existido jamás la copla aquella:
“La española cuando besa
Es que besa de verdad
Y a ninguna le interesa
Besar por frivolidad”
La fotografía del post, la del beso del quinto o de quien sea llamado a filas o la guerra siempre fraticida, es una acrobacia que esencialmente recrea el bellísimo abrazo esencial del cuadro del esencial Chagall (“Enamorados en el claro de luna”). Ese abrazo acrobático, con el papelito en el suelo a la derecha arrugado y alocado como un clavel para “El público" de García-Lorca, ese abrazo es el abrazo emocionante y desgarrador. Lo mismo que hay el abrazo del oso hay el abrazo emocionante.
Hay besos de tiento, tímidos, de aproximación, como los de Amélie, que tienen su gracia, teniendo en cuenta que el beso con lengua se conoce como “beso francés” y no tiene mucho que ver con el beso lapa o de desatascador o los besos mordientes y sus urgencias y exigencias. En realidad el beso francés es una de las 30 formas de beso conyugal del Kama Sutra, cuyo texto tiene de 14 a 17 siglos de antigüedad. Siglo arriba, siglo abajo, ¿qué más nos dará? El "beso-broche" o, para entendernos, el de tornillo, es una de las 30 formas de besar al amado o a la amada, entre las cuales se incluye hasta el beso transferido que se da a un tercero en la mejilla en presencia de la pareja. Y sin embargo, ese catálogo tan completo no incluye el beso negro y tampoco el cunni linguis, seguramente porque estarán en otro capítulo al que no he llegado.
Yo recuerdo muy bien un beso. Fue en lo alto de una escalera grande como el caballo de Troya o como esas que hay en los cementerios, que tampoco hay que exagerar. Estábamos encaramándonos a la segunda galería de estantes de la Biblioteca de la Reial Acadèmia de Medicina de Catalunya, buscando un libro de Ramón y Cajal, creo. Lo más parecido sería la Biblioteca de la Real Academia homónima de Madrid, pero había una mañana tormentosa e invernal y una penumbra mucho más desasistidora y no había corredor con barandilla, ni lectora de microfilms ni bibliotecaria. Para llegar a la segunda galería de plúteos había que usar el pedazo de escalera y arrimarla con una confianza precaria e indecisa. Los libros de Cirugía de dos siglos, el XVIII y el XIX, todo, formaba un decorado con el aire más muerto que el de un colegio mayor harrypotteriano o un castillo de novela de Sherlock Holmes. Pero recuerdo otro beso en Palamós, un día soleado de primavera. Como digo una cosa digo otra. ¿Qué fue lo que nos fundió?
Hay entre los besos peliculeros algunos besos gimnásticos que me traen a la memoria aquella rima XL o 66, según la edición, de Bécquer, que sólo recordarla me produce tortícolis:
“Su mano entre mis manos,
Sus ojos en mis ojos,
La amorosa cabeza
Apoyada en mi hombro”.
Los besos de 1000 dólares del cine al que se refería Marilyn o los besos que nos guardaron para el final de Cinema Paradiso (Giuseppe Tornatore, 1989) a veces empalidecen ante los besos que hemos soñado en nuestros sueños alguna vez, tan reales, tan de verdad, pero que ocurrieron en algún lugar al que no se puede o no se sabe volver. Son esos besos en que no intervienen las mucosas ni los genitales (esos mismos genitales en los que no sé si dijo José Lezama Lima o Lawrence Durrell que tendemos a hipostasiar la sexualidad). Son más bien besos en los que desaparecemos.

Tracks de regalo:
"El beso" (Inquilino del mundo", de Diego Carrasco); La leyenda del beso (de Reveriano Soutullo y Juan Vert) a la guitarra española.

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