7.4.09

Arriba y abajo

Maggie Smith en el papel de "Condesa Constance Trentham" y Kelly MacDonald en el de su sirvienta, "Mary Maceachran" ("Gosford Park", Robert Altman, 2001)

A Roser Cruells, Pantacruells

Estos días, entre otras cosas, me propongo volver a ver “El padrino” (Francis Ford Coppola, 1972) en Youtube, donde la he encontrado distribuida o segmentada en 18 partes. Cuando se estrenó en Barcelona me llevó precisamente mi madrina a verla, pero creo que no entendí gran cosa porque era una niña. He empezado a ver el primer vídeo y verdaderamente apenas recordaba la atmósfera del despacho de Don Corleone recibiendo a su particular “familia”, familia en un sentido muy extenso, como el del círculo sobre el cual ejercen su protección y su dominación los patriarcas gitanos. Evidentemente no me acordaba de que esas visitas que Don Corleone (Marlon Brando) va recibiendo, mientras en el jardín se desarrolla la fiesta de la boda de su hija, tienen que ver con una antigua tradición siciliana por la cual tal acontecimiento nupcial implicaba que el padre concediera todo lo que le fuera planteado por los miembros varones de la “famiglia”.
Estos atavismos aparentemente lisonjeros para las mujeres a mí me resultan, además de algo primitivos, el reflejo del mantenimiento de un orden en el que las mujeres son las primeras sometidas. O las segundas, tanto da. Hay o había en la Cataluña rural la costumbre ancestral de darle a comer a la pubilla ("heredera") la cresta de las aves de corral cuando se las sacrificaba. Se decía que comer la cresta las hacía o haría más guapas, por lo tanto era un privilegio. El parecido de la cresta con el tocado masculino rural (la barretina), una especie de gorro frigio de lana roja o morada, sería el regocijo para el aparato teórico freudiano del que hablábamos días pasados. La familia, en sentido amplio o en sentido estricto, es una unidad económica y de control, sea cual sea su tamaño o su organización. Por el patio de mi casa, que como el de la canción de corro, es particular cuando llueve y se moja como los demás, campan unos perrillos. Son pequeños como chichuahuas. Al principio eran 3 y ahora yo diría que hay más de 10 pero esos perros, a juzgar por lo que van esparciendo a lo largo y a lo ancho del patio, nunca han salido de ese espacio y se reproducen entre ellos incestuosamente y de mutuo acuerdo (no como “el monstruo de Amstetten”, Josef Fritzl). La presencia de esos animalitos y sus excrementos y costumbres apenas llega a mi vivienda, ya que vivo en el ático y por allí ahora hay alguna urraca, algún mirlo, dos parejas de tórtolas que se llegaron hace una semana y algún gorrión. Por la noche, en verano, se ven estorninos y algún murciélago, y aunque –como es natural- se relacionan entre ellos, todo resulta más integrado en el escenario de toldos, barandas, terrados de fondo. Alguna vez alguna gaviota intenta atacar a una paloma pero, contrariamente a lo que podría pensarse, las palomas son más listas que las gaviotas. Si acaso desde mi tranquilo retiro reparo en una familia “desestructurada” cuyo núcleo central es una madre y su hija. Sus respectivos maridos no son ni los padres de los pequeños ni de nadie y creo que el más joven ha sido substituido recientemente por otro señor. La verdad es que se parecen mucho. Nada interesante, en cualquier caso.
El año 1988 Gary Wray McDonogh publicó Las buenas familias de Barcelona. Yo ahora no sé si este estudio es el que tuvo eco en la prensa por aquel entonces o después, sobre las creo que 40 familias más influyentes de mi ciudad. De hecho, la mayor parte de las veces en Barcelona es posible explicarse muchas carreras y muchas cosas si se conoce la genealogía del personaje en ascenso o expansión. Y la relación de parentesco con otras familias. Me imagino que esto es lo mismo en Zaragoza, en Calatayud y en Kentucky. Días atrás, en la enciclopedia, nos referíamos a las lavadoras y a las peloteras que se formaban en los patios de luces cuando no las había y se tendía la ropa y chorreaba: “la vecina del ático tendió la ropa en el patio y goteó una poca de agua. No era mucha, pero la suficiente como para que la vecina del sotano saliera como un basilisco y una de las cosas que dijo fue: "Tú, que tienes un hijo en la cárcel...". Esa frase al vuelo me dolió a mí y yo creo que me llegó tan directamente como frase al vuelo en toda su magnitud porque clamaba al cielo. ¿Qué culpa tiene una madre de que el hijo esté en la cárcel? ¿Y qué culpa tiene un hijo que esté en la cárcel de que se madre moje el patio de la vecina del sotano? Ninguna.” Por la misma razón, de la misma manera que defiendo que la filiación no es garantía de la probidad de nadie ni de su solvencia profesional, el hecho de ser el hijo de alguien poderoso tampoco es óbice para permitirle desarrollar sus habilidades si las tiene. Hablando en plata: ser un fill de l’amo ("hijo del amo") no es un mérito pero tampoco debe ser un impedimento. O al revés: ser el hijo del amo no debe ser un impedimento pero tampoco debe ser un mérito. Lo curioso de los “hijos de familia bien” es cuando se dedican a otro negocio diferente al del padre o el abuelo pero, habiéndose abierto camino gracias a su posición privilegiada, la soslayan o disimulan. ¿Modestia? Con todo, hay apellidos muy evidentes en la genealogía de mi ciudad. El hecho de que el periodismo amarillista nos despiste con el viaje a África de Benedicto XVI, o con la Duquesa de Alba, una Fitzgerald, una Grande de España donde las haya, o con Penélope Cruz, que lo mismo te hace publicidad de Mango, que de L’Oréal, que de lo que haga falta, no nos debe apartar de otros nombres que no son tan famosos pero que tienen mucho peso en nuestra sociedad. Los banqueros, por ejemplo. No hay narices de meterse con los banqueros, por eso se habla tanto de la Duquesa de Alba y de Benedicto XVI. Es más fácil.
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Tuve por breve tiempo de profesora en Biblioteconomía y Documentación a una biznieta de Josep Espasa, el fundador de la borgiana Enciclopedia Espasa, que por aquel entonces (en los ochenta) la constituían cosa de 120 tomos gruesísimos. Curiosamente la web de Nuria Amat, ahora dedicada exclusivamente a su labor como escritora, se refiere al bisabuelo como a “Josep Espasa Aguilera”. En otros lugares de internet viene referido como “Josep Espasa Anguera”, el cual tenía por cuñado a Salvat, el propietario y fundador de otra gran editorial. Por una autobiografía novelada o “autoficción” de Nuria Amat (La intimidad, 1997) sabemos que en su infancia la escritora vivió en en una casa enfrente de un sanatorio mental, en la Avenida Espasa (!): “La casa de infancia de la protagonista y la clínica psiquiátrica situada justo enfrente, dos espacios que se observan uno a otro a través de sus ventanas o a través de unos ojos -los de la narradora- asimilados, a través de una relación metafórica, a esa ventana: “Todo mi mundo formaba parte de ese pequeño cuadrilátero llamado mi ventana” (10) recuerda la narradora de sí misma y de la casa de su infancia al principio de la novela, ventana desde la cual “espiaba todo lo que podía ocurrir, y muchas veces ocurría, en el edificio de enfrente” (9). Ambos espacios, sin embargo, fueron ya en la infancia y seguirán siendo después en la mente de la narradora uno solo:
“Estaba convencida -escribe cuando ha dejado de ser ya una niña- de que nuestra torre era una ramificación de la clínica donde vivían los enfermos dados por imposibles” (148). No solo es ella misma quien lo reconoce; la doctora Cohen que, andando el tiempo, es la que la atiende cuando ingresa como trastornada (255) en esa misma clínica le dirá: “No es una casualidad que ahora estés aquí. Para ti nunca existió la línea que separa las dos casas” (258). La identificación plena, no obstante, entre los dos edificios no se produce hasta el final de la novela, cuando la clínica se pone en venta y la narradora, junto con su actual marido, decide comprarla convirtiéndola en su nuevo hogar; es entonces cuando la narradora se asoma a esa ventana que veía desde la casa de su infancia, la ventana de la clínica que ya no es clínica, y desde ella observa la ventana de enfrente, la ventana de la que fuera su casa de infancia habitada ahora por nuevos inquilinos: lo que ve es a una niña asomada a esa ventana y es esa niña la que recibe el nombre de Nuria” (Virginia Trueba Mira. La escritura de la intimidad. Duoda 2000; 19)
El término “autoficción” se lo debemos a Manuel Alberca y sugiere una mezcla inextricable y como espuria y un poco nausebunda entre lo literario y lo autobiográfico. Una trasposición. Verdaderamente, o realmente, la escritora catalana vivió en la Avenida Espasa. La madre padecía una enfermedad mental o una cardiopatía severa (no queda claro) y murió cuando Nuria Amat tenía 3 años o poco más. Una vez vio precipitarse una mujer desde la ventana de la clínica y la identificó como su madre. Con los años supo que era otra mujer (v. artículo en "El País" de Arcadi Espada) . La clínica Fuster que Nuria Amat veía desde su casa era casualmente del padre de Valentín Fuster, el famoso cardiólogo. El abuelo materno de Valentín Fuster Carulla, el Dr. Carulla impulsó el año 1906 el actual Hospital Clínico y de hecho fue rector de su Facultad de Medicina hasta que murió, el año 1923.
Yo no sé si mi ejemplar de Pasqual Maragall: el hombre y el político, de Esther Tusquets y Mercedes Vilanova es la versión que ya censurada por Ernest Maragall, el hermano de Pasqual Maragall y el actual Conseller de Enseñanza de la Generalitat de Cataluña. Nada lo indica. En concreto las páginas que se retiraron fueron las que hacen mención al papel del padre de los dos políticos en la Guerra Civil. No sé si en el libro también habrá sido censurado que el padrino de Pasqual Maragall fue no Don Corleone pero sí Porcioles, alcalde franquista de Barcelona. También me preguntaba, ¿si se meten con Esther Tusquets, una intelectual prestigiosa y una amiga de la familia Maragall, qué no harán con los demás, con los aficionados?
Servidora no pudo acabar de leerse la biografía no oficial de Maragall, nieto del poeta Joan Maragall, exalcalde de Barcelona (1982-1997) y expresidente de la Generalitat de Catalunya (2003-2006). Y no pude no porque mi alma no pudiera metabolizar tanta información de la red de las familias influyentes de esta ciudad, el cruce de parentescos inverosímiles. No fue eso, sino porque era fácil captar que el libro tenía que leerse también entre líneas y de alguna manera se movía campo a través entre la ingenua fascinación por el poder y la contradicción que hay entre ser guay e influyente. Uf.
Al lado de estos ensayos, es llamativo el apagón informativo que se cierne sobre algunas figuras que en un momento determinado de nuestras vidas jamás salieron de la primera plana de los diarios (Antonio Hernández Mancha, Jorge Vestringe, José Rodríguez de la Borbolla, etc.). La última señal de vida que tengo de Antonio Hernández Mancha es que montó una oficina de consulting en Bagdad el año 2003. Parece un chiste, pero es cierto. Es difícil, por no decir imposible, encontrar la pista de algunos cesados, como por ejemplo la del exconseller Antoni Comas, que dejó la Conselleria de Benestar Social del gobierno catalán el año 2002. Tal vez la encontraríamos en el Diari Oficial de la Generalitat de Catalunya (DOGC), pero una búsqueda simple no devuelve ningún resultado y además no nos proporcionaría la razón del cese. Como estamos en un país en que parece que nadie dimite, un cese adquiere muchos matices. Demasiados.
Es digno de dedicarle un pequeño comentario al hecho de que la palabra omertà ("silencio mantenido") de la Italia meridional tiene un incierto origen en la humilitas ("humildad") romana, ya que precisamente cuando yo líneas arriba estaba intentando situar el “silencio genealógico” de algunos hijos de familia bien que se dedican a otros negocios diferentes al de sus antecesores, me he decantado por la “discreción” más que por la “humildad” o la modestia, a pesar de pasárseme por la mente.

Soy consciente de haber tocado un tema difícil, agrio y tabú, antipático, pero como lo que nos tenemos entre manos es una enciclopedia general, como la Enciclopedia Espasa, no podemos saltarnos nada. Recuerdo el artículo de la Enciclopedia Espasa dedicado a la bicicleta y era glorioso, excesivo, enorme, borgiano (repito) y una tenía la sensación de que todo, absolutamente todo, estaba ahí, en la enciclopedia del bisabuelo de Josep Espasa Anguera o Aguilera:
“Todo, la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basílides, el comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito” (Jorge Luis Borges, “La biblioteca de Babel”, Ficciones)
Ante todo el aparato de familias y famiglie servidora escora hacia algo que defendió una de las sirvientas de la película "Gosford Park" (Robert Altman, 2001), Elsie (Emily Watson), que además de sirvienta es una de las amantes Sir William McCordle. La película, para quien no la haya visto, es una especie de “Arriba y abajo” ("Upstairs, downstairs"), serie setentera sobre los “felices 20” que transcurría a dos niveles, el del servicio y el de los amos. Elsie, la sirvienta un tanto descarada de "Gosford Park" le dirá a Mary Maceachran (la sirvienta escocesa de la señora Trentham, una altiva condesa muy venida a menos) algo así como “no podemos estar siempre pendientes de lo que hacen los de arriba, tenemos que tener nuestra propia vida”. Por eso, al final de la película vemos a Elsie alejarse en el coche de los americanos camino a la meca del cine. ¡Final perfecto donde los haya!
P.S.: Esta entrada es un tercer intento (y último) de lo que pretendí explicar en las entradas previas (Cherchez les femmes y de Quienes somos, de donde venimos) sobre la extracción social de los escritores. Lo he intentado. 

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