23.4.09

Hostiles o gentiles


A Cristina Mendes Ribeiro, de Estado Sentido

Vengo de leer Un ratito con los hostiles en el blog de Hernán J. González, el cual ilustra muy bien la sensación que tenemos algunos católicos practicantes ante la hostilidad creciente que nos rodea. También se refiere a la lengua de la misa, dado que el blog es argentino y ya sabemos que el español es la segunda lengua más hablada del mundo, ya que la hablan vernacularmente o no unos 450 millones o 500 millones de personas humanas, pero con una gran variedad lexicográfica y también de algunas formas pronominales y verbales, de entonación, de fonética y hasta de la gestualidad asociada al lenguaje hablado.
Servidora sostiene que la palabra con la que hay que referirse al segundo idioma más hablado del mundo debe ser “español” por paralelismo con el “inglés” y el “francés” o el “chino” y el “italiano”, pero sin que ello adquiera ni gota de connotación imperialista ni nada que se le parezca. Por otra parte, en la Facultad de Filología Hispánica de la Universidad de Barcelona, se nos enseñaba que la palabra “castellano” hay que reservarla para el substrato del cual proviene el español oficial contemporáneo, para la variedad dialectal del español que se habla en Castilla y para el gentilicio. En mi pueblo les llaman gharabansos o garbanzos castellanos a las judías secas, pero ese es otro cantar.
Servidora, digo, siempre aclara que es incapaz de hablar castellano porque me alejo bastante de los rasgos propios del castellano que se habla en Valladolid, en Salamanca, en Palencia o hasta en León, variantes todas ellas bellísimas y en las que intento hacer de vez en cuando alguna inmersión para volver al llamado genio de la lengua. Y es que una ha pasado por el gallego, por el catalán, por el inglés, por el francés, y por el portugués pero a costa de descolocar mis fundamentos en la lengua que elegí como propia. Abandoné el estudio del gallego porque no solo me removía mis bases de español, es que me removía hasta la ortografía del catalán. Son lenguas demasiado parecidas entre sí para mi pobre cabeza.
Estuve cosa de 4 años para decidir cual sería la lengua en la que yo iba a escribir la mayor parte de lo que escribo: si el catalán, el gallego o el español. Intervenían muchos factores, demasiados para querer aquí exponerlos todos. Lo que es definitivo es que mi competencia lingüística mejor o mayor es la del español y que el hecho de ser una lengua no minoritaria, me proporciona dos ventajas:
1) Una comunicación con un espectro territorial más amplio, con más gente de otros paises y otras culturas y otros saberes.
2) Una presión normativista menor, ya que la presión normativista y terminoloca (que no terminóloga) que padecen las lenguas minoritarias es inviable para una hablante de mi naturaleza. Mi natural es independiente, recreativo y saussuriano chomkysta-tusonianista (por Noam Chomsky y por Jesús Tusón).
Una de las cosas que más ilusión me hacía cuando practicaba taichi en grupo es la de que la tabla que yo conocía se practicaba idéntica en varios países de todo el continente americano, del europeo y de Australia incluso, sin descontar el país de origen de Moy Lin-shin, el monje taoísta que la llevó a Toronto. El hecho de poder practicar una tabla de taichi sin problemas de idioma, es una experiencia bonísima. Es una sensación que conocen los músicos cuando se reúnen y pueden tocar el segundo movimiento del concierto para violoncello de Dvorak sin mediar palabra. La leche, che.
Por eso, cuando Hernán J. González comenta los voseos en la liturgia, alternados con un “ruega por nosotros” del todo exótico en una parroquia argentina, yo me acuerdo de un cura que teníamos en la nuestra que –como había estado mucho tiempo en México y hasta en California- decía: “la paz esté con ustedes” (cuando lo natural sería oír “la paz esté con vosotros”). Este cura hacía unas homilías muy adornadas, sin llegar a las famosas prédicas y panegíricos del culterano Hortensio Félix Paravicino. Nuestra parroquia, que es de lo más tranquilo y en cuyo confesionario no se ha murmurado ningún pecado que merezca ser subrayado, se vio durante algunos días perturbada por las homilías de este sacerdote, que había sido incluso exorcista y por lo tanto se salía del perfil medio de nuestro párroco y sus suplentes.
El sábado hubo una misa jubilar por San Pablo –estamos en pleno año paulino- en la iglesia homónima del hospital homónimo (Hospital de la Santa Creu i Sant Pau), el cual es muy bonito y no en vano ha sido merecedor de pertenecer al patrimonio cultural de la UNESCO como monumento del Modernismo. La misa fue prácticamente toda ella en catalán, excepto por algún canto en español y un 20% de la homilía de uno de los curas que la oficiaron. Al final se cantó el antiguo “Regina caeli”, el cual es en latín. Fui plenamente consciente de que hay 2 cosas que presentan para mí una enorme dificultad si no las hago en español:
1) Participar en una misa.
2) Realizar operaciones aritméticas o tomar nota de un número de teléfono.
Yo no puedo seguir bien una misa en catalán o en francés. Pierdo pie, me descoloco. Y tampoco puedo multiplicar 4 por 3 en catalán o en inglés pero sí puedo hacer operaciones matemáticas de mayor complejidad si hago el cálculo en la lengua que tengo “instalada”. Esta sensación de perder pie y descolocarse es desagradable y algo irritante. Por lo tanto puedo comprender creo que perfectamente que un catalanoparlante se sienta incómodo en una misa en español (dejando de lado las motivaciones políticas, los años de represión, etc.). Y también puedo entender que el Papa y toda la curia sigan la liturgia en latín, que es la lengua oficial –por anacrónico que resulte- del Estado Vaticano que, por definición, pretende ser universal.
Además de entender que la liturgia vaticana sea en latín, debo admitir que es algo que me chifla, porque si hay algo que me gusta en este mundo –además de los percebes, la tortilla de patata, los árboles, el cielo y cuatro cosas más- es el latín. Yo oigo un Virgilio o un Horacio o un Ovidio bien pronunciados y me pongo como aquellas fans que tenían los Beatles o los Rolling Stones, que acababan desmayadas o entre espumarajos de gustirrinín.
Lo que ocurre es que el latín, entre que fue lengua del Imperio Romano y que lo es de la Iglesia, tiene una mala prensa terrible. Se considera fascista y recibe apelativos que parecen extraños al ámbito de lo que es una lengua. ¿Cómo puede haber una lengua “fascista”? Se dirá que el italiano es más atractivo que el alemán, que con el francés es imposible ser desagradable, pero todo tiene un límite. Vale ya de estereotipos, jolín.
Hablando de hostilidades, que es lo que era el tema central del post de Hernán, se refiere él al desprecio que reciben los creyentes y practicantes católicos durante las manifestaciones populares de algunas tradiciones como las procesionales. No sé si sabe Hernán que la mayor parte de los hostiles incluso desconocen que las procesiones la mayor parte de las veces por no decir todas están organizadas por cofradías que nada tienen que ver con la liturgia y con la Iglesia como institución. Son manifestaciones populares de la fe.
Otra forma de hostilidad a la que Hernán no dedica un espacio pero que yo tengo presente es la hostilidad que se mete dentro de las iglesias, de los templos católicos. A veces entra en mi parroquia un grupillo de gamberretes envalentonados que desparraman los libros de los cánticos, o que vituperan a la Virgen o simplemente blasfeman cagándose en Dios o cosas por el estilo. Son pruebas iniciáticas propias de la adolescencia que se soportan con resignación y una cierta inquietud. Otra forma de martirio que padece el católico practicante es la de las miradas de desdén, odio y asco que percibe desde la fila de un grupo que están ahí, en la misa, con el único objeto de celebrar un aniversario por un difunto. Van por compromiso con la familia, pero para ir así, sería mejor que no fueran. Indefectiblemente siempre ocurre lo mismo: no participan en la misa porque ignoran (en los dos sentidos de la palabra ignorar) la liturgia, miran a los creyentes con hostilidad, desprecio y repugnancia y aprietan las quijadas como si en realidad lo que les pidiera el cuerpo fuera cortar cabezas. También ignoran, a pesar de que algunos de ellos hicieron la Primera y Última Comunión, que lo que allí ocurre es la transubstanciación de Jesús ni más ni menos. Y si no lo creen, se les pide que lo respeten y que se vayan a reír de su madre.
Curiosamente los mismos que consideran que el latín es “fascista” y los católicos también, sólo consideran que el budismo y el taoísmo y el hinduísmo son en el mejor de los casos una pamplina, una estupidez o una chorrada para débiles mentales y actores que van de guay. Hay por ahí una barbaridad de gente que es incapaz de percibir que las procesiones son un fenómeno cultural previo al franquismo e incluso al cristianismo, y que sobrevivirán la recesión económica, el zapaterismo y la OCDE y el Producto Interior Bruto. Esta barbaridad de gente –son cientos, millares- realmente cree (¡“cree”!) que una procesión es un vestigio del franquismo y sin embargo el fútbol, que es una de las otras y escasas manifestaciones masivas que habían en tiempos de la dictadura y la dictablanda, no lo ven franquista.
Estación de metro de San Petersburgo ("formerly" Leningrado)

Me ha gustado mucho el título del post de Hernán, Un ratito con los hostiles, porque parece remitir a los "gentiles" y tiene su gracia. Muy lindo y bien templado post, Hernán, bien templado como la espada del arcángel Miguel y la que yo hoy levanto porque no me ha quedado más remedio.


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