3.5.09

"Dar mucho, pedir poco"



eo en el blog de Luisa Cuerda El día de la madre, donde nos recuerda aquella frase de la Medalla de la Madre, “dar mucho, pedir poco”, que era complementaria a la Medalla del Amor y su frase “Hoy más que ayer pero menos que mañana”, otro experimento comercial que luego se ha visto barrido por otras campañas comerciales de cruces coptas, malas budistas de sándalo o pedrería, cristales de cuarzo imperforados, ositos de Tous, llamadores de ángeles y otras zarandajas variadas.
La frase “dar mucho, pedir poco” se las trae. Son frases ante las cuales se nos puede suscitar –como ante el slogan de Obama “We can”- la pregunta “¿qué?”. “Dar mucho, pedir poco” es como firmar un contrato en blanco, mientras que “hoy más que ayer pero menos que mañana” es como un cheque en blanco. Sobre todo ahora que más bien se va hacia los contratos prematrimoniales. Y que conste además que no estoy haciendo broma con la negritud del presidente Obama, aunque yo no lo veo tan negro como lo es su propia esposa. Ante la declaración de principios del presidente de Estados Unidos no se puede decir nada desfavorable. Tampoco puede llevar a una polémica tal como la que hay sobre la verdadera naturaleza de nuestro presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, de si es tonto o si es malo, o si es las dos cosas o ninguna de las dos cosas, incógnita que ni siquiera Sarkozi ha conseguido despejar. De hecho no ha hecho más que afianzarla.
He querido colgar la foto de Eugene Smith de 1972 sobre los envenenamientos por mercurio en Minamata (Japón). De Eugene Smith *ALFB ya había incorporado la foto de 1946 de sus hijos al final de la guerra mundial. Lo verdaderamente impresionante de la foto de Smith es el amor, no tanto las deformidades congénitas de Tomoko, su hija. Si las personas humanas fuéramos capaces de amar absolutamente a todo el mundo con la misma calma, presencia de ánimo, atención y aceptación con la que la señora de la foto lava a su hija, este mundo sería la leche. Pero no es así. Si incluso lo que llamamos “amor” y lo que llena las bocas de tantas gentes empieza a darme hasta como miedo y abiertamente yuyu.
Espero que la fotografía no hiera la sensibilidad de nadie, puesto que no es mi intención ni mucho menos. De hecho, este tipo de imágenes pueden ser recibidas con mucha incomprensión o caer en malas manos. Recuerdo por ejemplo el premio Pulitzer de 1994. Es una foto con niña famélica y buitre de Kevin Carter cuya "verdadera historia" es relatada por J.M. Arenzana y L. Davilla (*). Kevin Carter, que era un sudafricano blanco, se suicidó meses después de recibir el premio y se creó la leyenda de que se había suicidado por sentirse culpable por no haber atendido a la niña. En realidad la niña estaba haciendo caca en el lugar donde en su poblado solían hacerlo y donde los buitres iban a intentar hacer un break o "tapita"; en realidad parece que Carter lo único que hizo fue esperar que el buitre entrara en el ángulo adecuado. Según Arenzana y Davilla, Carter ya estaba mal antes de hacer la famosa fotografía y era un toxicómano.
Éste caso ilustra una vez más mi teoría de que hay quien tiene la habilidad de volver peor lo que ya de por sí era malo. Otro ejemplo más cercano fue el del primer ministro italiano Berlusconi diciendo poco más o menos a las víctimas del terremoto de L’Aquila que se habían quedado sin sus casas que se lo tomaran como un fin de semana de acampada.
Ayer quise ver "El hijo de la novia" o “El novio de la novia” (Juan José Campanella, 2000) en mi nuevo lectorcito de DVD, pero me di cuenta enseguida de que no podía oírla bien. Tendré que verla en mi ordenador. Como no podía ver la película dediqué bastante tiempo a perderlo y a buscar en mis evangelios una frase que perdí hace tiempo, como si estuviera en un libro de arena, y que espero encontrar pronto. No la encontré ayer. A cambio encontré otras. Por ejemplo aquella del Evangelio de San Lucas, 6 que dice: “[32] Porque si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los malos aman a quienes los aman. [33] Y si hacéis bien a quienes os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores obran así. [34] Y si prestáis algo a quienes os lo pueden devolver, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores para recibir de ellos igual trato. [35] Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada a cambio; entonces vuestra recompensa”, etcétera.
Quiero añadir simplemente que así como he conocido –como he dicho- gente que es capaz de empeorar lo que ya de por sí era malo, también he conocido animales, mujeres, hombres y niños capaces de mejorar la convivencia de los demás. He visto que lo hacen por su ejemplo, por su claridad, por su presencia, por sus palabras y hasta por su mero recuerdo. Las cosas como son.
(*) “Cuando Carter y Silva llegaron a Ayod, entre infectos pantanales, a unos mil kilómetros del lugar civilizado más cercano, el poblado funcionaba como feed-center, un centro de alimentación de la ONU. Unas 15.000 personas exhaustas que huían de los combates, con grave desnutrición y enfermedades como la malaria, el kala azar (leishmaniasis) o el gusano de Guinea, se concentraban allí y aquello era un verdadero festival de ayuda humanitaria. Silva y Carter, cada uno por su lado, hicieron fotos toda la mañana de aquel espanto. Cuando se reencontraron, Carter le describió la escena y se sentó a llorar: esperó 20 minutos a que el buitre entrase en plano, hizo la foto, espantó al bicho (o no, qué más da) y se marchó.
Durante el año siguiente, Carter se vio alanceado con dilemas y acusaciones obtusas, cuando no estúpidas, de quienes jamás han pisado un escenario semejante, incapaces de imaginarse una realidad tan atroz como la del sur de Sudán, pero que parecían hacerse cargo del vértigo terrible que expresaba su foto. Un insensato llegó a escribir: «El hombre que ha ajustado su lente para captar esa foto es otro predador, otro buitre en la escena». Y yo afirmo: difícil ser más imbécil.
Carter acudió a toda clase de foros para ofrecer su versión de lo sucedido, pero para entonces su vida era un completo desastre. Muchos años antes había intentado suicidarse, fumaba White Pipe, una mezcla de marihuana, mandrax y barbitúricos, tenía graves problemas familiares y una personalidad desordenada, perdía sus carretes de fotos en aviones y aeropuertos, arrastraba depresiones, llevaba una vida caótica y tenía acumuladas experiencias trágicas como para colapsar las consultas de varios psicoanalistas. Por si fuera poco, el 18 de abril de 1994, Carter dejó a su amigo Oosterbroek y demás bang-bang de guardia en un suburbio de Johanesburgo y se marchó a conceder una entrevista a un colega, pues seis días antes le habían comunicado la concesión del Pulitzer por la foto de la niña y el buitre. En la radio del coche escuchó que Oosterbroek y Marinovich habían sido heridos en una refriega nada más irse él. Voló hacia el hospital, pero Oosterbroek había fallecido. Las preguntas estúpidas siguieron. Y los imbéciles, como carroñeros, haciendo de las suyas.
En fin, ¿qué otra cosa pudo haber hecho Carter por la niña? ¿Espantar al buitre? Al parecer, lo hizo, aunque los buitres (los hay a montones) habrían vuelto de todos modos. ¿Llevarla consigo? Bien, ¿adónde?, porque parece que nuestra conciencia acomplejada pretende imaginar que esa criatura yace en un páramo hacia ninguna parte. No es cierto. Esa criatura, reventada por el hambre y por las diarreas, que a los niños allí les desvencija el ano y les hace colgar una tripa larga pierna abajo, está a unos 20 metros de la puerta del poblado, junto a la empalizada de paja que rodea el feed-center y rodeada de gente que deambula a su alrededor. Nadie la ha llevado hasta allí. Simplemente, esa niña se ha sentado a defecar. Sí, maldita sea, es el estercolero de la tribu, donde todos los suyos, de generación en generación, acuden a realizar sus deposiciones. Son gente educada, al fin y al cabo, con sus normas cívicas, que no permiten que uno haga de vientre en cualquier lado. ¿Será preciso decirlo en plata? ¡Esa niña ha ido allí a cagar! Y el buitre, esa bestia cobarde que parece tan atenta, no hace sino esperar a que la niña le regale su magra ración de carroña cotidiana, como también sucede con la criatura que retrató Davilla en idéntica actitud en ese lugar demoníaco y escatológico.
No, Carter no se suicidó por un remordimiento de esa clase. Se limitó a recortar un trozo de paisaje para servírnoslo a domicilio. La expresividad fue su gran logro, pues la foto ejerce de metáfora certera de una realidad trágica y atroz de una guerra olvidada. No es ningún montaje: sucedió así y Carter sólo nos troceó y nos regaló el significante; el significado lo pusimos nosotros, espectadores occidentales, atormentados por nuestra sucia conciencia y acosados por los problemas de obesidad extensiva desde la tierna infancia. Carter no era otro predador ni el ejecutor de la niña, no, sino su único redentor. La redimió y esparció la culpa al mundo, para que volviésemos los ojos por un segundo hacia la tragedia de Sudán y ayudásemos a esas criaturas a llevar su cruz olvidada. Carter no logró salvarla, pero es que eso ya (a unos más que a otros, desde luego) nos correspondería a todos.”

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