9.5.09

La buena leche

José Mª Senra Xulián (Foto escaneada)

Consuelo Fernández y su madre (Foto de J. Sellier, de La Coruña)


Para mí a ese par de fotografías centenarias poco más hace falta añadir porque me dicen infinidad de cosas y además me las dicen todas a la vez, que es como realmente ocurre la mayor parte de las veces con las cosas. Todas juntas o si acaso como las capas de una cebolla. En esas fotos no se pueden distinguir los ojos verdes de mi abuela paterna, porque el sepia no permite captar esos matices, pero sí su claridad. Tampoco se puede ver el azul de los ojos de mi abuelo materno, pero si su valor y un punto desafiante como de mariscal prusiano. Era el pequeño de no sé cuantísimos hermanos y su madre era una nodriza de las mejores de la comarca.
He colgado en Picasa una fotografía de alguno de los “hermanos de leche” de mi abuelo. No sé cuál de los dos fue el que crió mi bisabuela Corona. Uno fue abogado y lo asesinaron durante la vil Guerra Civil de los cojones. Digo “asesinaron” porque la historia tiene toda la pinta de un ajuste de cuentas, como tantos hay en las guerras. Se llamaba Pepe, Pepe Miñones. El otro fue médico. Los Miñones abrieron la primera oficina bancaria de Corcubión (La Coruña). Mi abuelo iba por la casa de los Miñones como Pedro por la suya. Allí comía hasta tres platos y sobre todo los pasteles, y no precisamente por el orden canónico. A veces empezaba por los pasteles. Así que, bien mirado, la buena leche de Corona Xulián Valdomar fue correspondida con creces. O no, o no hay nada que pueda pagar una buena leche o que se pueda medir a una comida servida con cariño, sin interés. ¡Ay, los intereses! ¡Ay de los interesados!
Tenían las nodrizas gallegas, como las finlandesas, la fama de la mejor leche de Europa. Mi madre heredó esa buena leche y de hecho recuerda que cuando nos amamantó a mi hermano mayor y luego a mí, por la noche la leche calaba el colchón de lana, los bodoques, y llegaba al suelo como si estuviera en una novela de Gabriel García Márquez o de Isabel Allende. Se oían por aquel entonces anuncios urgentes en RNE dando aviso de desaparecidos, de gente que debía un alquiler y de alguna madre se le había cortado la leche, por si había alguna mujer lactando dispuesta a alimentar al bebé que no podía ser amamantado por la madre propia. Mi madre tenía tanta leche que hubiera podido alimentar a varios bebés sin problema, pero como tenía un comercio y debía atenderlo, todo lo más que podía hacer era –como en el caso de Mahoma cuando no puede ir a la montaña- ofrecer que fuera la montaña la que fuese hasta Mahoma. Es decir, que la madre a la que se le había cortado la leche hubiera tenido que llevarle a su bebé.
El contraste entre mi abuela y su madre (cuyo nombre desconozco) es tan acusado, que eso de por sí ya es muy sugerente y me llevaría varias entradas, empezando por las manos y el gesto protector hacia la niña pero sin pasarse. Tal vez se trataba de su primera comunión. Yo conocí a mi abuela cuando ya era vieja, pero seguía teniendo unos maravillosos ojos verdes que a veces se volvían grises o azules como el mar. Y ese tema, la vejez, es el que ahora me guía. El de la leche me hubiera llevado impepinablemente al asunto de la degradación del semen ibérico, puesto que según un estudio publicado en la revista Andrology, los espermatozoides de los españoles son escasos, de poca movilidad y de escaso vigor. Especialmente en determinadas regiones. Aquí no podemos entrar en pormenores, especialmente en plena Champions.
No puedo mencionar exhaustivamente el desmoronamiento de signos apocalípticos tan elementales como por ejemplo el de no reservar el uso del chándal para practicar ejercicio. Pero el uso del chándal para ir al supermercado es una costumbre que hasta se irá imponiendo de la misma manera que prácticamente hoy en día usamos la ropa propia de los militares y de las prostitutas que en tiempos pasados estaban reservadas para funciones muy específicas. Ya explicó el historiador Georges Duby, o alguno de sus discípulos, que en la Edad Media las bragas o culottes las usaban principalmente las limpiadoras de ventanas y las putas. La costumbre se extendió con el tiempo al “resto” de las mujeres, llegando a su máximo esplendor en mujeres de la talla de la de Beckam. En los dos sentidos de la palabra “talla”. Pero no podemos ir deteniéndonos a cada palabra porque no acabaríamos nunca. Tampoco quiero decir con todo esto que el uso del chándal para ir al supermercado va asociado a la degradación de los fluidos seminales. Más bien pretendo adentrarme en el topos clásico del paso del tiempo y de cómo cambian las cosas y hasta su valor.
Ya sé que nadie o casi nadie me va a creer, pero prometo por la salud de mi anciano canario que ayer oí hablar a dos niños que iban por la calle como yo misma pero en la otra dirección. Tendrían la edad de mi abuela en la foto que he colgado. Uno le dijo al otro: “Yo prefiero una puta, saben más”. El mes pasado también me vi sorprendida por un diálogo de dos niños aún más pequeños: “¿Dónde está el hijo de puta?”, decía uno, y el otro reponía “Está ahí dentro con el cabrón”. Un poquito más adelante había un tipo fumando un canuto y un niño de unos 4 años le decía: “Dame una calada”. El hombre le respondió paternalmente: “Si te portas bien”.
Estos días cambiaron la ruta del 185, que es un autobús o colectivo ni grande ni pequeño que hace un itinerario extrañísimo pero que me transporta en 10 minutos a mi trabajo. Hay unas obras en el alcantarillado de la calle Tajo y con tal “motivo” han eliminado 3 paradas del 185 y además han cambiado los coches por coches pequeños, los de apenas 20 plazas si llega. Odio esos coches porque son poco seguros, inestables e incómodos, de manera que estos días hago mi viaje en otra línea, la del 19, que hace una vuelta de 20 minutos pasando por el Carmelo y La Clota. No se me escapa el hecho de que la renovación del alcantarillado depende, como los autobuses, del Ayuntamiento y que el Ayuntamiento no da puntada sin hilo. Ayer a mi regreso del trabajo sí tomé el 185. Íbamos todas las trabajadoras del Hospital Vall d’Hebron que conseguimos irnos a las tres y que vamos a Horta. Y un señor con un pequeño en brazos. Lo que se llamaba un “cartillero" en los tiempos en que los pacientes iban con la “cartilla” de la Seguridad Social por delante, para hacer cualquier gestión. Le cedí el paso, cosa absurda porque aquello no tenía visos de mejorar su situación. Simplemente lo hice por amabilidad y porque advertí que era sudamericano y podría haberse sentido discriminado. Con el mismo gesto pero ligeramente modificado le dije al conductor: “Amigo, esto parece el furgón de las redadas”. Me contestó: “Esto es lo que hay”.
La ciudad está pensada para el consumo, para votar, para determinados negocios, para el terciarismo, para que haya de todo. Pero ya sabemos que las grandes ciudades pueden ser inhumanas. Por mucho Bicing y mucho pipicán y muchas rampitas que se pongan para los carritos de los discapacitados, de la compra o de los niños que aún no andan. Las ciudades son especialmente desalmadas no ya para los niños que ya andan, sino para los ancianos. Mi vida ha estado orientada por diferentes razones que ahora no son al caso más hacia los enfermos y los ancianos que hacia los pequeños. Pero no porque una cosa excluya otra. A pesar de todo, admito que sí he observado alguna vez que hay personas que dejan de cuidar de sus enfermos y de sus abuelos, con la excusa de que tienen que cuidar de sus hijos (y eso incluso cuando los hijos ya se afeitan y ya abortan). Hay viejos que están muy solos. Porque sus hijos y sus nietos no hacen por ir a verlos. Porque son sobrevivientes, porque con los años a veces se van perdiendo amigos (en vez de ganarlos), porque tienen achaques y no oyen bien o no ven bien o simplemente no pueden andar entre cascotes de obras y bicings. Limpiar la caca de un bebé hace hasta gracia, es como una prueba fehaciente de lo bien que lo estamos alimentando, un trofeo, pero hay poca gente a quien le haga gracia limpiar la caca o el pipi de un enfermo.
La medicina antigua nos hablaba de otros fluidos y de su dominancia en las personas de tipología biliosa, flemática, sanguínea. Servidora sería más bien de naturaleza sanguínea, lo que traducido a las fisiologías china o ayurvédica se diría una combinación de agua y fuego. A veces soy agua caliente, a veces circula por mis venas tinta roja como la tinta “Amour” de Montblanc, que huele a vino trasnochado o a rosas marchitas. A veces de pura alegría caen por mi cara lágrimas ardientes, a veces me fundo en la multitud, otras me sulfuro y me gustaría evaporarme e irme al cielo inmenso libre de charters y low costs y atronar. Turismo de mierda. Lo que nunca cambiará en mí es que deje de lado a mis viejos.
Track de regalo: Rúas medievais no 2009 (de Beatriz Ínsua Gómez), sobre los accesos a las aldeas de Finisterre/Fisterra por carreteras impracticables.

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