29.12.09

Inocentes, culpables y santos

Himawari Nohara
“Hace 3.000 años los chinos decidían sobre la honestidad del testigo haciéndole tragar rápidamente cierta cantidad de granos de arroz inmediatamente de terminada la declaración. Si no podía tragarlo quedaba probado que el testigo había mentido, y consecuentemente anulaban sus declaraciones. Los israelitas sometían al sospechoso al Juicio de Dios. El testigo debía tocar una barra de hierro al rojo vivo con la punta de la lengua. Si se quemaba era prueba de que estaba mintiendo, si por el contrario la lengua aparecía sin daño probaba su sinceridad. Estas técnicas estaban sustentadas sobre el papel del estrés como facilitador de la detección del engaño, que siglos más tarde con los avances de la medicina guardarán relación con el efecto del estrés sobre el sistema inmunitario (Falsas acusaciones)
Hace un tiempo hablamos de los cuñados y las cuñadas (Momentos estelares de la humanidad y Las bondades), también de las madres de España (esos seres mitológicos) se ha tratado  aunque siempre de soslayo. A mi padre le dediqué un post entero (Pater). De lo que sí que podría hablar y mucho es de los hermanos menores.  Hubo un tiempo que hasta usaba un llavero con Himawari, la hermana menor de Shin Chan (Shinnosuke Nohara).  Hoy simplemente diré que el hermano mayor (que no Gran Hermano), aunque tendría que ser nuestro primero contacto con un “igual” resulta ser nuestro primer contacto con la pérdida de la inocencia y de la ingenuidad. Ya sé, ya sé que no hace falta tener un hermano mayor para volverse una hidra venenosa y comportarse como un ruin. Tampoco creo que haya que enfocar el asunto de la hermandad bajo el punto de vista de una mala experiencia como la de que  un hermano mayor le revele a un hermano menor en falso que él/ella es un niño adoptado. Eso son tonterías. Además hoy en día la bromita de que te diga tu hermano “tú, eres adoptada” queda totalmente descontextualizada por la abrumadora realidad de las adopciones generalizadas y todo tipo de modalidades de parentesco. Ya volveremos al tema de los hermanos menores en algún día del futuro imperfecto.
Hoy leo un post magnífico de Luisa Cuerda titulado “Feliz inocencia, culpable ingenuidad”, que desafortunadamente está limitado por la extensión de su columna en “El Mundo”. Es buenísimo. Y les invito a que lo lean en su blog, pero también lo transcribo aquí:  “Hace ya unos años que los gobernantes del pequeño reino de Bután miden la felicidad de sus ciudadanos como en otros países se mide el PIB. Desde que recientemente se publicó un reportaje sobre esto, ha crecido el número de españoles que quieren ir a Bután en vacaciones, de lo que podría deducirse no sólo que la felicidad nos importa, sino que somos tan ingenuos como para creer que nos está esperando en un lugar a donde nos puede llevar una agencia de viajes. Ingenuos, que no inocentes. Porque tal día como hoy puede ser un buen momento para distinguir ambos conceptos, que suelen confundirse con grave daño para la inocencia, de la que la ingenuidad es una mala imitación. Ingenuo es, por ejemplo, quien busca la felicidad como una meta; inocente, quien la experimenta como consecuencia de aceptar la vida como viene. A ser ingenuos nos lleva el egocentrismo y el miedo, dando por hecho que tan ingenuo es quien cree que si es bueno le irá bien como quien aplica la ley del más fuerte. A ser inocente por segunda vez, que es la que importa, se aprende desaprendiendo ingenuas ideas preconcebidas y liberándonos de lo que nos han dicho que somos, es decir, culpables (inocente significa, también, “libre de culpa”).
Por eso es muy significativo que en nuestra sociedad se identifique a los inocentes con niños o con retrasados mentales, o sea, con personas de inteligencia sin desarrollar. Se diría que oponemos una cosa a la otra, que estamos resignados a que los desmanes de nuestra inteligencia malcriada nos hagan desdichados, cuando si la inteligencia tiene un cometido es el de ayudarnos a encontrar el camino de lo que nos dicta el corazón. Con un mínimo esfuerzo, todos podemos recordar con qué poco nos sentíamos felices antes de convertir nuestra inocencia en ingenuidad aprendida y, por eso, manchada de una culpa que nos impide ver claro. Sería suficiente conectar con ese recuerdo para darse cuenta de que ese poco nos sigue bastando.”
Le comenté hace un rato a L.C. que lo mismo que hay una confusión entre ingenuidad e inocencia también la hay, sistemáticamente, entre escepticismo y desengaño. Servidora casi nunca desconfía de los desengañados, pero ve a los escépticos  y ya no digamos a los escepticistas como unos chafaguitarras y unos perezosos que siempre están dispuestos no a trabajar pero sí a desmerecer cuanto hagan los demás. Yo pensaba, al leer el título del post de Luisa, que trataría sobre las falsas acusaciones  de las que últimamente se habla en especial a causa del llamado “maltrato de género” y que tienen como única justificación perseguir beneficios económicos o trascender algún trastorno psicopatológico de “ciertos sujetos fabuladores necesitados de estima o perversos”). Y sin embargo o por todo ello, trata sobre la inocencia.
Lisa Simpson
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