19.2.10

El Paleolítico Superior (II/III)

A Elena Díaz, a Mª Rosa Rodríguez y su hermana Fina, a Hermínia Fuster y a su hermana Olga, a Elena López, a Mª José Bagüeste, a la Virtudes, a la Merceditas, al Josef, a Pedro Rebollo, al Pichudi (d.e.p.), al Cagón, a la Pili del Mantequilla, a los hermanos García Casadó, a Griselda Royo

Aaoiue en Aneto, 22 (¿1972?)

Lo dije en Pater: "Otra cuestión que me permitió ver el parecido entre mi padre y los pingüinos fue lo de los icebergs. Según la película de Luc Jacquet ["Le marche de l'empereur"], los pingüinos tienen que guiarse por las estrellas porque de un año para otro los enormes bloques de hielo se desplazan a la deriva". Mi padre con el Alzheimer y la remodelación del barrio, que le llevó de un bloque con aluminosis a otro nuevo pero con los vecinos de toda la vida en desorden (el del sorteo), pasó poco más o menos que por un suplicio solo aliviado por la pérdida de la memoria. Que la desorientación por tamaño desorden se aliviara con la amnesia es uno de esos refinamientos que acompañan nuestra penosa existencia en este valle de sangre, sudor y lágrimas. La famosa frase de Churchill ("I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat") ha sido además de decapitada, cercenada en nuestras citas por el "esfuerzo". Quiero pensar que es por motivos estilísticos de nuestra tradición horacianista y petrarquista, antes que por nuestra no menos tradicional pereza.

"Reconstruir" algo que ya no existe y de lo que apenas tengo recuerdos es también penoso. Pero con mucho esfuerzo he llegado a poder recordar casi todos los elementos que había en la manzana de pisos en torno a la cual transcurrieron los juegos y obligaciones de mi infancia. "Arqueología", dice Rostam. Y tiene toda la razón. Los pueblos sumergidos, y no me refiero a la mítica Antártida, sino a los pueblos invadidos por embalses y pantanos, esos pueblos en los que cuando no llueve mucho asoma el campanario, están ahí. Mi calle ya no está. La demolición fue rápida, con desalojo por la vía de urgencia de los pocos vecinos que iban quedando, puesto que ya muchas familias habían sido mudadas a bloques nuevos. Fue en Navidades y en el desalojo se emplearon 2 días. La mayoría de los vecinos eran los de toda la vida, ancianos. Muchos dejaron atrás hasta álbumes de fotos,  para salir con lo puesto y lo necesario, que ya se sabe que es bien poco. Y antes de que se me olvide lo poco que recuerdo, aquí lo dejaré con una devoción shintoísta. Esa peluquería de la foto, la "Peluquería Rosita", estuvo siempre ahí y si no es por la foto que ayer encontré hoy la habría olvidado. Y es que la memoria, que para mí es tan asombrosa como la imaginación, o más, se zafa. Y las capas de los recuerdos nos arrancan no ya esfuerzo, sangre ni sudor, pero sí lágrimas. Lágrimas de las buenas, y no como las que todos hemos echado hoy en el hospital cuando hemos ingresado cadáver un niño de 12 años atropellado sucesivamente por dos automóviles. Los dos conductores de los dos automóviles se dieron a la fuga.

De todas maneras, el único establecimiento que quedaba ya en la calle Montsant era la Peluquería Reme, cuya propietaria ha abierto en su nuevo destino una cafetería que se llama "El talladet" (el cortadito), conforme la Ley 1/1998, de 7 de enero, de política lingüística. Todo lo demás, a excepción de la Farmacia Vehí y Cristales Calleja, fue desapareciendo por jubilación (el Colmado Bahía del Señor Benito y la Señora Asunción, Novedades Corona, el negocio de mi madre, etcétera) o por cese.



vr. 3.1. (gracias a la colaboración de Rosa Mª Cosials Nualart) - Clicar para aumentar

Como servidora tiene recuerdos que ya sólo obedecen al carbono 14, no estará de más añadir que aún recuerdo la época en que había serenos, a los que ya nos referimos, y porteras o porteros. Lo de los porteros ha sido una pérdida inestimable. Las funciones de los porteros permitían descansar temas que ahora pasan en parte a los presidentes de turno de las comunidades de propietarios y en parte a las empresas de limpieza, que cobran mucho per que a veces no limpian más que nuestros bolsillos. Como los limpiadores de estas empresas temen o tienen un codo de tenista o epicondilitis, no retuercen bien los mochos, ni usan el agua limpia y la mayor parte de las veces dejan peor el suelo de lo que estaba. Nadie recoge las misivas certificadas de Hacienda o del Ministerio de Trabajo (¿existe aún?), nadie sabe quien es el que deja el pipí que se les escapa a los perros cuando los sacan tarde y mal. La vecina del quinto deja pasar a los Testigos de Jehová y a los que dicen que son de Telefónica. Es decir que en resumen se ha prescindido de un puesto de trabajo plenamente justificado y rentable.

Está claro que las memorias de la niñez no tienen ningún interes. Tal vez si el asesino psicópata que me encontré las navidades de... no sé, ?1970?, cuando tendría yo 9 años, si me hubiera metido el cuchillo que blandía, que hacía un pie de largo, entre pecho y espalda, tal vez -digo- entonces tendría algún interés. Pero, "pies" para que os quiero, me escurrí como una sardina y salveme. Los exhibicionistas eran inocuos. Bien pensado, ahora que lo digo, pienso que es mucho mejor que aun crío lo mate un asesino en serie que un automovilista que se da a la fuga. Bueno, no sé. No he dicho nada. No quisera ser de los que son capaces de empeorar, lo que parece que no se puede empeorar, con sus comentarios. No es por decirlo, pero yo era la que más corría en mi calle. Sólo me ganaba el Javi, que era menor que yo, rubio como el trigo. Nos peleamos infinidad de veces, como gatos. Siempre me dejaba la marca de su arco dental en el antebrazo, en el único lugar donde yo tenía algo de carne. Manía que tenía. Yo le daba unos guantazos que no sé como no lo dejé medio tonto. Y patadas, que siempre tuve más fuerza en las piernas que en los brazos, como mujer que soy. Servidora iba al colegio no una vez, sino dos. Es decir, que cuando iba al colegio a las 9 y a las 3 lo hacía dos veces. Cuando volvía, a las 12 y a las 6, no. Y eso porque como iba corriendo me sobraba tiempo y daba dos vueltas. Mi madre me obligaba a llevar el abrigo ni que fuera colgado del brazo. Manía que tenía. El día que finalmente me lo puse, y seguramente no porque tuviera frío sino más bien para que no me estorbara, porque yo frío no tenía nunca, las mangas me quedaban ya por el codo. Mª José Bagüeste, a quien le añadimos el mote de "el culo te hace peste", desagradable donde los haya, también corría mucho, pero yo era más larga que ella. Le sacaba una cuarta. En el juego de las gomas nos quedábamos solas y la distancia respecto a las otras niñas era tanta que sentimos la soledad de los vencedores aunque solo fuera en eso. Mª José iba al colegio del amor de Dios, que era mucho mejor visto que ser del de las Dominicas. Cuando nos hicimos amigas de Elena Díaz, aunque iba a las Dominicas, hicimos lo que se dice una excepción que confirmaba la regla. Pero cuando mi hermano se casó con una mujer que había estado escolarizada con esas hermanas, ya tuve que dejar correr mi animadversión, que era la de la mayoría de las amigas de la calle. Con las niñas del Colegio llamado "Madrid", que era "estatal" (público), no teníamos mucha manía, ni con las del "Jesús, José y María", pero a las niñas de las Dominicas... ni el pan. Las cosas eran así. Los uniformes hacían mucho para ayudar a distinguir una niña imbécil de la que no lo era. Yo diría que no me gusta pero que nada el color azul marino (quitando el azul Prusia), ni el color marrón (quitando algún tono del Siena muy quemado) por culpa del asqueroso uniforme de las colegialas de las Hermanas Dominicas y los calcetines que llevaban las niñas del Amor de Dios. No teníamos nada contra las monjas, era contra las niñas. Sus humos.


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