11.3.10

Las cabras que miraban fijamente a los hombres

Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao,
no ves que va la luna rodando por Callao
Balada para un loco



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i, claro, ya sé que el título de la película es "Los hombres que miran fijamente a las cabras" ("The men who stare at goats", Grant Heslov, 2009), película cuyo avance me ha salvado de verla entera. Gracias, graias, benditos sean los trailers. Con mi título invertido, por picardía, quisiera subrayar la moda, de la cual hemos hablado otras veces, de los títulos kilométricos. Sobre todo cuando se vierten a nuestras lenguas romances. También quiero subrayar la posibilidad de que las cabras también nos ven. No tenemos bastante con el maltrato de género que vamos a comenzar con el de especie. Tampoco es que una crea en los trailers a pie juntillas, pero para mí son determinantes. Por eso no he visto Precious, por ejemplo, pero por eso sí vi "El secreto de sus ojos" (Juan José Campanella, 2009), película que ha sido galardonada según tengo entendido con un Oscar de Hollywood a la mejor película de habla no inglesa, en su edición de 2010. Que me alegro. Y eso aunque el desenlace no sea a mi entender muy verosímil, ni en lo que respecta a la venganza de Ricardo Morales ni en lo que respecta al romántico desenlace de la larga historia entre Benjamín Espósito (Ricardo Darín) e Irene Fernández Hastings (Soledad Villamil). Todo lo demás, las escenas del Tribunal Supremo de Buenos Aires (un edificio soberbio), la escena del partido de fútbol entre el Huracán y el Racing Club (con 49.000 aficionados rugiendo un gol) mucho más vibrante -al menos para mí- que la escena final del partido de "Invictus" (Clint Eastwood, 200) aunque ésta última dure 17 minutos. También se habla mucho del interrogatorio a Isidoro Gómez (el asesino), donde cae de bruces en la confesión de la violación porque la letrada hiere su orgullo de macho. Viejo truco de las cortes de justicia, humillar o halagar al acusado (según vean). Son espléndidas todas esas escenas y responden a las necesidades que nos viene creando el cine argentino de tocar lo más sórdido de nuestra sociedad con densidad, templanza, elegancia y un cansancio juicioso no desprovisto de candor. Enhorabuena, caramba.
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Foto: Alan Bauer

La referencia al candor  y a la sordidez en "El secreto de los ojos", lo mucho que tienen entre sí halagar y humillar, dos parejas de ideas que parecen contrarias pero que solo lo son en lo emocional (en sus estragos), nos devuelven de lleno al tema de hoy: la paradoja. O habría que decir "las paradojas". Como en catalán les llamamos paradoxa este post en catalán se hubiera titulado probablemente "Paradoxes i ortodòxies" o algo por el estilo.

Siempre me ha llamado la atención algo que no sé si es hipocresía, neurosis o paradoja: que por ejemplo a veces luzca de ser más ignorante el más sabio (y viceversa, como en la canción de Tom Zé) o de ser a ves más Amoroso (así, con mayúsculas) quien es menos capaz de amar. La leche es cuando a veces alguien nos pretende aclarar o hasta enseñar algo oscureciéndolo como si en el fondo no quisiera más que darnos a entender que no es alcanzable para nuestra inteligencia. Como si en el fondo nos quisieran pero no nos quisieran. O como si en el fondo nos quisieran enseñar que no sabemos nada. Servidora ya tiene tan pocas neuronas que está por ponerles nombre (Rosita, Encarni, Ricardo, Perseveranda, Maribel, Roser), como si las reconociera en una pecera que imagino bastante desangelada.

Solía decirme una jefa mía que sólo se equivoca el que trabaja, que el que no hace nada ese seguro que no se equivoca. Yo creo que tiene toda la razón y que además también se podría decir que es difícil que nos equivoquemos cuando somos modestos, rigurosos, y no vamos por ahí dando lecciones a troche y moche.

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