7.5.10

A flor de piel

ermítaseme que enfoque el asunto del rubor no por el lado patológico (eretufobia o eritrofobia) sino por el lado más despreocupado (*), que es el del tono general de este pobre blog. Se dice que el rubor es una especie de atavismo por el cual algunas personas señalamos nuestra honestidad y que su función es exactamente la de que se nos elija para formar una familia más o menos estructurada, la de inspirar confianza. Saber que ponerse roja sirve de algo hace llevar con más conformidad un desarreglo o mecanismo que recuerda el de los perros cuando se les eriza la pelambre del espinazo y que tiene el efecto contrario al de los camaleones cuando quieren pasar desapercibidos.
Otra razón que me lleva a sobrellevar mis alteraciones cromáticas es que hay más gente igual. Una prima mía tiene además los capilares tan a flor de piel que si le das un beso en la mejilla le queda como si le hubieran dado una bofetada. De todo lo cual y más deduzco que lo viene viene por el costado de los Marcote (que son muy sentidos y sufridores) y que podría ser mucho peor.
Una vez estaba yo en una librería ya desaparecida (la Librería Francesa, en el Paseo de Gracia de Barcelona) y vi entre las novedades un libro de un amigo mío. Cuando estaba hojeándolo apareció por la puerta y me puse como un pimiento. Él se puso como un tomate.
Dado que aquella situación estaba tomando un cariz purpúreo, me presté a quitarle importancia diciéndole: "Que consti que jo em poso vermella perquè sóc vergonyosa, y tú tímid" (Que conste que me pongo roja porque soy vergonzosa, y tú por tímido"). Yo sé que hay personas que no pueden distinguir entre las dos palabras y que las usan indistintamente. Creo que para los romanos la verecundia era una virtud, mientras que timidus nos habla de "temor".  Taambién hay personas que no pueden distinguir entre la velocidad y el tocino y que no pueden sacar la lengua doblada, así que -aún tomándolas en consideración- no les dedicaremos más esfuerzo.

Agustín Romero Barroso, poeta en Llerena. Ponerse colorao (25 de marzo de 2008)
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Bien es verdad que la mayor parte de las veces ese agolpamiento de la sagre es mucho más rubicundo que el propio del clímax erótico ("Le sommeil" de Gustave Coubert) o el de la cólera, y que conduce a malentendidos. Y que los que nos ponemos como tizones damos la impresión de haber sido pillados en falta o de esconder algo o qué sé yo.
Hay unas ciertas personas a las que solo se les ponen rojas las mejillas, como a Heidi, o bien las orejas. Pero lo de las orejas no sé si obedece al mismo mecanismo de la honestidad del que hablábamos al principio. Además casi nadie lo percibe más que como una extravagancia térmica del cuerpo y ya está.
Como seguimos sin querer hacer del rubor facial un problema fóbico, tal vez podríamos defender una hipótesis basada no en la demostración de nuestra honestidad sino en una advertencia de aposematismo. El que es todo lo contrario al camuglaje:
"Entre los animales es frecuente el aposematismo en especies dotadas de medios defensivos potentes, tales como aguijones o colmillos venenosos, o un sabor desagradable. En las plantas, por el contrario, los rasgos llamativos suelen ser signos de coadaptación mutualística con animales, a los que se quiere atraer, no repeler" (Wikipedia)

(*) La ereutofobia ("temor a ponerse rojo" puede llegar a ser como la hiperhidrosis ("sudoración excesiva"), un problema. La solución quirúrgica para ambos trastornos es una simpactectomía o inutilización -reversible o no- de unos nervios que se supone que no servirán para mucho más. El caso es que la operación no deja de entrañar sus riesgos y el menor es que se le queden a uno los párpados caídos y tenerse que someter a una reparación blefaroplástica que a su vez también puede complicarse.

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