2.7.10

Pro vita mea


Foto: Elliott Erwitt
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Elliott Erwitt es uno de mis fotógrafos favoritos. En *A la flor del berro, o yerro, o mastuerzo, he colgado varias fotos suyas: la de la mujer y el perro que se rascan cada uno por su lado fue la última, pero tengo en mente también haber colgado la del perrillo con gorro. La foto del perrillo, junto con la de “The walk to paradise garden” de Eugene Smith (1946), sobre el fin de la guerra (o el final de una guerra) es tal vez una de mis diez fotos preferidas.  Por decir un número. Esto no va así. El otro día lancé una pregunta desde ese lugar que está dejando de ser un locus amoenus, el de los comentarios, sobre qué es lo que había verdaderamente aportado la fotografía a nuestro mundo. Tal vez alguien pensará en la espectacularidad, la investigación del ángulo y de la luz. Yo pienso sobre todo en la instantaneidad y en la intimidad. Y eso, junto el candor y el humor, el poro, el trazo, es lo que me gusta de Erwitt y Smith. ¿Por qué hablo de esto? Porque estoy intentando hablar de mí. Abiertamente, honestamente. Nunca de una manera exhibicionista, nunca imponiendo un modelo. Hago, como dicen que hizo el Lazarillo, algo así como una apologia pro vita mea. Con las distancias debidas, “por supuesto”. Y por eso tengo que empezar por Erwitt o Smith, porque lo que más me interesa de la vida es lo que precisamente no tiene que ver con los esquemas mortíferos, con lo consabido, con los caminos trillados.
Se suele explicar que Camilo José Cela, entre 1931 y 1932, cuando se recuperaba de la tuberculosis en el sanatorio del Guadarrama, leyó a José Ortega y Gasset y la colección completa de clásicos españoles de Rivadeneyra (Biblioteca de autores españoles), cosa que a su parecer le habilitaba, por decirlo de alguna manera, para proceder a escribir su prodigiosa obra. Otros creerán que para escribir hay que leerse la “enciclopedia” de Proust. Lo que no deja de ser curioso, a poco que pensemos, es cómo hay tanta tantísima gente hablando y escribiendo de literatura que en su vida no ha escrito un libro o un verso ni lo escribirán. Es muy curioso pero apenas lo advertimos. Y yo sé que no es lo mismo estar de un lado de la literatura que del otro. O, mejor dicho, yo sé por ejemplo qué es estar de una lado de la cocina (el de la comensal) y del otro (el de la cocinera o cocinero). El otro día me acordaba de este particular porque medio leí una especie de articulito digital sobre la blogosfera sanitaria. Por parte de alguien que no “tiene” un blog pero que sin embargo, con una locuacidad conmovedora, en el tono neutro del autobombo bien temperado, remetía a los lugares comunes -que les voy a excusar de repasar- que son característicos (!) de los bloggers y su quehacer. Claro está que yo podría hacer, como hacen tantos otros, aquello de ponerle tachas y buscarle la debilidad de sus argumentos o hasta rebatir alguno de los topicazos a los que recurría, entre los cuales el menor no era el de afirmar que los blogs “empezaban” a ser importantes en el mundo de la información médica. Y sin embargo (“vive y deja vivir”) no suelo dejar comentarios adversos en ningún lugar. A no ser que ofendan a alguien que no se puede defender. Es una cuestión no tanto de aptitud (capacidad) como de actitud (pulsión),  esto de rectificar o corregir a los demás. Desde mi modesta experiencia lo que también he visto es que normalmente los rectificadores son personas de poca productividad o como le quieran llamar.  Cagapoquitos. Escribir no es más difícil que hacer encaje de bolillos o alicatar, pero a veces hay que “mojar la pluma”, como decía una escritora romántica, en el propio corazón.  Y hay que tener un don.  Todo esto para decir que el próximo memo que se meta aquí con el propósito de pasar el corrector ortográfico o de dar su visto bueno o malo (a pesar de su exigua aportación al saber mundial o local) a lo que aquí se exponga en carne viva, será despachado según la costumbre. No tengo previsto introducir ningún cambio ni mejora a este respecto. Me toca mucho las narices que alguien pretenda erigirse en juez o demiurgo de lo que haga un ajeno. Vale ya, ostras.
Como a una profesora que tuve la suerte de conocer durante mis inacabados estudios universitarios de Filología Hispánica, la Profesora Coloma Lleal, nada me entusiasma más  que una excepción a la regla. Nada me da tanto gusto como una tendencia que se aparta de la norma y que se acabará imponiendo por el principio de la economía del lenguaje y su genio. Si hasta me gusta cuando me sale una nota falsa al leer una partitura de guitarra. Es la leche. Porque, mirad, resulta que esa nota tiene para mí más acierto que el cojón de un hipopótamo. Ya digo, no sé si me explico. Y no “no sé si me entienden”, frase de la que nos advertía otro profesor de Español muy querido por mí, Miquel Arbona. Y es que mi pobre vida, “pobre barquilla mía”  diría Lope de Vega, creo, no pierde de vista a los buenos profesores que he tenido la suerte de disfrutar y que van apuntalando los conocimientos fundamentales, los útiles. Los que no se olvidan en la vida.
Se podrán decir de mí afirmaciones (o negaciones) adversas -siempre referentes a mi temperamento- pero nunca que soy falsa o tacaña. No soy falsa, no soy tacaña. Ni codiciosa. Y al no ser falsa o hipócrita, taimada,  o como le quieran llamar. Eso implica que pueda cambiar de parecer sin ningún problema. Poblema, como decimos en Barcelona. A estas alturas de la vida no puedo cambiar de rumbo, por paradógico que parezca lo que asevero. Aparte, sería la repanocha. Hay que resistir.
Lo que llevo vivido es un intento casi absolutamente fracasado de concordar mis pies con mi corazón, mi corazón con mi boca, mi boca con mi cabeza (eso es además de fácil, como un relámpago), mi lado izquierdo con mi lado derecho, el ventrículo izquierdo de mi corazón con el derecho, la Marta que hay cintura para abajo y la que hay cintura para arriba, el intestino delgado y el grueso, el colon ascendente y el descendente, la que hay Marta adentro y la que hay Marta afuera. A veces lo consigo, pero siempre hay pruebas, avatares, contratiempos. Es igual, ya decidí que quiero ser quien soy. No porque me crea alguien especial. Al contrario, solo consigo ser yo cuando soy humilde, esa cualidad que es tan denostada por la retroizquierda ultradogmática, como si fuera opuesta a la libertad (¿?). Y sin embargo sé que el único impedimento que tengo soy yo misma, que la felicidad y la tranquilidad están dentro de mí. No le echo la culpa a nadie, y menos al mundo, de cuanto se opone a mis deseos o a mi voluntad. Intereses no tengo. Solo deseos. O ni siquiera. Y aquello de lo que no hablo pero que se adivina es precisamente lo mejor.
Es injusto que un post como “Ladran, luego cavalgamos” haya sido tan pinchado, cuando otros posts que yo tengo por bonitos han pasado totalmente desapercibidos. Pero es así y bien está.


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