19.8.10

Tres clases de personas


 “En la vida hay tres clases de personas, los que saben contar y los que no”.
Homer Simpson
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stá corriendo estos días por internet un vídeo en el que se ve a Barak Hussein Obama matando una mosca durante una entrevista. Por cierto, aprovecho que el Pisuerga pasa por Valladolid (aqepppv) para preguntarme si la autorización de la construcción de una mezquita en Manhattan ha afectado el valor del suelo de la Gran Manzana. Todo esto, y no el valor sincrético del Tarot, para mí es esotérico, pero me atrevo a espolvorear mi desasosiego en el aire ya de por sí denso de laespeculación inmobiliaria. Ahora que ya entendía a los médicos y empezaba a entender a los abogados, no entiendo pero que nada cuando nos hablan y nos callan  los expertos en finanzas y en general la prensa salmón, etcétera. En el ámbito microeconómico pardo (2 y 2 son 4), ya que hablamos en colores, ahí me siento medio bien, pero en el del capital estoy como un pulpo en un garaje. Por cierto aprovecho, aqepppv, para pedir desde mi locus amoenus que dejen en paz a Paul, el pulpo que pronosticó la victoria de España en el Mundial de Fútbol. Si lo queréis, como diría Lola Flores, ¡dejadlo!.
La chulería o fanfarronería, la displicencia, el desdén, con la que el señor Obama remata al insecto no me gusta. Ya podrá ¡con una mosca!. Qué valiente, hay que ver qué estilo imprime Harvard. Digan que no me gusta Obama. Es verdad: no me gusta Obama. No me gusta desde que le nominaron para el premio Nobel cuando no llevaba ni dos meses en la Casa Blanca. No me gustó saber que su campaña -que por cierto tomaba el pulso principal en Facebook- en parte fue pagada por British Petroleum. Y lo de la mosca es el remate. Se dirá también que las moscas son transmisoras de enfermedades y que hizo un bien. Yo repito lo que repetía un higienista del Institut Municipal d’Higiene de Barcelona o no sé si fue Joan Manuel Serrat (¿qué más dará?): si en una ciudad hay muchas moscas es malo, pero si no hay ninguna tampoco es bueno.
 

 Entre la deificación de los animales y su metaformosis en peluches en el Olimpo de Opencor hay un término medio que no es precisamente su eliminación. Estos días, con la alharaca de la prohibición en Cataluña de las corridas de toros y la retahíla de estupideces y topiquillos  resentidos que hay que oír, muchas personas de las tres clases aludimos a los correbous o toros embolados.  Se ha politizado enormemente el tema de los toros. ¿Se acuerdan de cuando se decía que el flamenco era franquista? Pues sí. Qué barbaridad. Aquí en Barcelona se decía. Pues por el estilo. Para quien quiera ver un asomo de tan lamentable espectáculo en el sur de Cataluña,  el de los toros embolados, está Youtube  lleno de muestras que le permitirán comprobar que esta tradición cultural es aún mucho peor que la  Fiesta.  Dicen que no matan al toro, pero sostengo que es peor. Cobardes. Bellacos.
No soy partidaria de que se fomente la fiesta de los toros ni mucho menos, aunque digo aquí, en Pinto, en Valdemoro, en Valladolid y en donde haga falta que servidora nunca ha visto un espectáculo tan completo y en donde el público vibre tanto sin llegar a la euforia de las masas en el fútbol. Hablo de lo que he visto. Lo de los toros embolados es en mi opinión un espectáculo que podrá ser tradicional pero que no tiene ningún valor estético y es tortura pura y dura.  El toro es humillado y no tiene salida. Es peor lo de la captura de tiburones para hacer sopa de aleta desechando todo lo demás.  Tradición japonesa. Es peor lo de la suavísima piel de Astrakán con corderitos nonatos. No son mejores las granjas de pollos. No es mejor el afan exterminador de palomas. No son mejores los zoos. Para mi gusto hasta la Rapa das bestas se está desmandado y degenera. ¿Siempre tenemos que zozobrar entre la decadencia y la degeneración? ¿Lo de la mosca del salón oval es peor que lo de hacer crema antiarrugas con la baba de caracol o el veneno de las serpientes? No lo sé y por suerte no tengo que saberlo.
Cuando empecé en esto de los blogs me di cuenta de que muchos colegas se veían como obligados a expresar con toda claridad su opinión sobre cada uno de los temas. La pérdida de energía que a mí me representa tal proeza no me merece la pena. Pero intento tratar las opiniones de los demás como si fueran exactamente sus sentimientos y cuando lo consigo no me va mal.


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