13.12.08

Cherchez les femmes

Virginia Woolf


"All I could do was to offer you an opinion upon one minor point—a woman must have money and a room of her own if she is to write fiction; and that, as you will see, leaves the great problem of the true nature of woman and the true nature of fiction unsolved."

Hace unos días hubo en *ALFB
una entrada sobre la extracción social de los escritores. Con la misma claridad con la que deducimos en qué década del siglo nació una persona, según se llame Visitación, Jonathan o Carla, hay grandes posibilidades que acertemos sobre la extracción social de los escritores según la época en qué escribieron. Pero está claro que lo de los nombres de personas tiene mucho que ver, entre otros factores, con las modas. Basta leerse en los diarios la lista de los nombres de los niños recién nacidos agasajados por Caprabo. Incluso se pueden distinguir los hijos de los emigrantes y su procedencia.
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Decíamos entonces, en “Quienes somos, de donde venimos”: “Hay algo que siempre siempre me ha sorprendido y es que la literatura estuviera en manos de un franja social muy determinada. Y ya no digamos que además está copada por los hombres, aunque bien es cierto que cada vez hay más escritoras entre las mujeres o más mujeres entre las escritoras (que no es lo mismo). Lo que ya es la leche es que el principal público lector de las novelas escritas por hombres sean las mujeres. No sé si eso es bueno, la verdad.” Ese tema, el de las mujeres como escritoras y las mujeres como lectoras, ya me di cuenta que exigía otra entrada por lo menos.
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Para ir situando el tema diré primero de qué no voy a hablar. No voy a hablar del techo de cristal, que está ahí y existe por transparente que sea, porque incluso cuando las mujeres y los hombres cobran lo mismo a veces no están haciendo el mismo trabajo o no lo hacen con el mismo rendimiento ni eficacia ni eficiencia. O basta que un trabajo sea ejecutado por mujeres para que no tenga prestigio social. De eso no voy a hablar. No voy a prestarle siquiera la corteza de mi atención a costumbres inveteradas de algunos memos –incluso los modernos memos- como la de referirse continuamente a los propios testículos para dar argumentos de dudosa contundencia a razones más elaboradas (especialmente si vienen de una mujer). No voy a hablar del machismo ni del mamachichismo. No, no, voy a hablar de las mujeres escritoras y las mujeres lectoras.
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De la misma manera que me produce mucha extrañeza que consumamos generalmente textos que fabrican o escriben -según sean productos-servicio o textos inspirados- escritores que pertenecen a una clase social lejana a la nuestra, también me extraña que algunas mujeres que leen asiduamente y que podríamos considerar cultas apenas lean textos escritos por otras mujeres.
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El proteccionismo, la censura y las modas producen determinaciones culturales de alcance histórico. El programa estatal educativo posterior a la Guerra Civil, por ejemplo, determinaba el estudio de Pereda, el Amadís, Balmes, Menéndez Pelayo o Palacio Valdés y se olvidaban Moratín hijo, Larra y “Clarín”. Que conste que a mí “Clarín” me resulta indigesto y agrio. Cuando el año 1951 Joaquín Ruiz-Giménez obtuvo su cartera ministerial de Educación Nacional, se inició una apertura con restricciones tan significativas como la exclusión de Valle-Inclán, Unamuno, Baroja, toda la Generación del 27 y la literatura en lenguas no castellanas. El hecho de que el pazo de la condesa de Pardo-Bazán pasara a ser residencia de verano de la familia Franco no sé si tiene algo que ver con su consagración en los planes educativos, mientras que Rosalía de Castro trascendió tanto –pero fuera de esa órbita académica- que llegó a lo que conocen pocos poetas, a que sus versos se supieran de memoria y formaran parte del patrimonio anónimo popular. A mí me producía mucha emoción ver versos de Gustavo Adolfo Bécquer en las puertas de los wáteres del instituto y en las carpetas de mis compañeras y sin embargo me enojó mucho leerme La Regenta por obligación, sobre todo cuando supe que casi nadie del curso se la había leído entera ni mucho menos.

La cultura debe ser sobre todo curiosidad, indagación, contacto, comunicación. No entiendo algunos sectores, como por ejemplo el de algunos homosexuales, que sólo consumen literatura o filmografía homosexual femenina o masculina. “No entiendo” aquí quiere decir que no quiero entenderlo. Soy muy sensible a que las lectoras no lean escritoras pero no abogo por el extremo opuesto, el de que haya lectoras que mayoritariamente lean solo libros escritos por mujeres.

Servidora empezó a leer literatura escrita por mujeres y películas dirigidas por mujeres cuando ya se había dado unos atracones inhumanos de la literatura escrita por hombres y además por hombres de clases sociales equivalentes pero siempre ajenas a la mía. Un día leí un libro que de repente y con mucha intensidad me reveló como un espejo tres cosas:

1) La voz y una identidad femenina y no sugerida en relación al hombre, como si fuéramos un apéndice o un parásito, sino en todo caso –como mucho- en relación a la madre, a la hija y a la hermana y a muchas cosas más.

2) Que si había que elegir entre ser monja, puta o bruja (perdón por la réplica del dilema medieval en un lenguaje un poco aspero), la decisión para mí estaba muy clara.

3) Que literatura femenina no es novelas rosa, autoayuda ni feminismo doctrinario.
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Dijo Virginia Wolf (A room of one’s own, 1929) que una mujer para escribir ficción necesitaba una habitación propia y 500 libras de renta. Desconozco la conversión no ya al euro sino a nuestro actual crack, no sé si Virginia Wolf está en lo cierto, pero diría que una mujer necesita para escribir exactamente lo mismo que un hombre.

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