13.1.10

El juicio y la razón


“Adán y Eva expulsados del Paraíso” (Marc Chagall, 1967)

*Para Lucha, por las alegrías que siempre me das.

Días atrás hemos visto el vapuleo al que se ha visto sometido el titular del juzgado de familia número 7 de Sevilla, Francisco Serrano Castro, quien criticó la ley contra la violencia de género por la infinidad de denuncias falsas que atrae. María Sanahuja, miembro de Jueces por la Democracia y militante de la plataforma Otras Voces Feministas, y por cierto una de las defensoras de la custodia compartida, cuando era Jueza Decana de Barcelona, allá por el año 2006 después de Cristo, ya nos había prevenido contra los abusos de la antedicha ley (LEY ORGÁNICA 1/2004, de 28 de diciembre, de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género) y contra las querulantes aquejadas de delirios pleitistas. Maria o María Sanahuja denunció la indefensión de los hombres bajo la Ley 1/2004 y también, como el juez Serrano, desató la polémica entre una parte del feminismo cuando señaló la mendacidad dolosa (término pericial donde los haya) de muchos casos abiertos y de otros mal cerrados o cerrados con suicidios.

Evidentemente siempre hubieron psicofantes o delatores “profesionales”. Los hubo en Roma, puesto que las propiedades del denunciado pasaban al erario público; los hubo (por razones parecidas) al tribunal del Santo Oficio. Las hubo durante nuestra postguerra civil. Y siempre habrá mendacidad, incluso con la participación de pruebas periciales de expertos corruptos o sobornados. No hace ni diez días que he sabido de una anciana ingresada (por orden judicial impulsada por su hija) en una unidad psiquiátrica de uno de nuestros hospitales de Barcelona. Como si no tuviéramos bastantes pacientes verdaderos. Un mes. Después de discapacitarla la han institucionalizado en una residencia geriátrica que está entre dos pueblos de la comarca de Osona, a la que sólo se puede llegar en coche o andando.  O como ha llegado Montserrat. Todo esto, creemos,  al objeto de precipitar su fin y/o de hacerse cuanto antes con el patrimonio de la vieja antes de que se produzca la legítima herencia. Doy fe de que la señora en mi opinión está en su sano juicio. El de la razón. Y no lo ha perdido. El juicio. Aún. En fin, antes de hacerme un lío querría en todo caso dejar claro que estoy convencida de que la inmensísima mayor parte de la judicatura es impecable y honorable.

El otro detallito que quería comentar más que postear hoy es el de los prejuicios lingüísticos, y especialmente aquellos que se utilizan desde una parte de las feministas y las “feministras” contra otros supuestos prejuicios lingüísticos. Un prejuicio lingüístico es, traduciendo a Jesús Tusón, “una desviación de la racionalidad que tiene la forma de juicio de valor emitido bien sobre una lengua (o alguna de sus características), bien sobre los hablantes de una lengua (en tanto que hablantes), generado directamente, sea por la ignorancia, sea por la malevolencia, ajustado a los estereotipos maniqueos y dictado por la inquietud que nos producen las diferencias” (Mal de llengües).  Juicios de valor son por ejemplo afirmaciones como que una lengua es superior a otra, o más difícil, o que tiene más palabras, o que es más áspera. Prejuicios lo son juicios de valor maniqueos como que el swahili no sirve para escribir un código de la circulación. Lo que yo no sé es si un prejuicio lingüístico contra otro prejuicio lingüístico se anula, como dicen que una negación anula a otra negación.

Cuando se dice que el plural, que en español cuando no “se marca” (perdón por la jerga filológica) va en masculino y por lo tanto agrupa a mujeres y hombres, a hembras y a machos, a objetos que que se rigen morfológicamente por el género (no por el sexo) masculino y femenino –como los mandos a distancia y las sillas-, algunas feministas de ambos sexos ponen el grito en el cielo y pretenden imponer un nuevo sistema por el cual desdoblemos a cada paso los géneros y no hagamos uso del género no marcado, que en nuestra lengua es el masculino. Evidentemente la lengua es así por uno de sus principios “naturales”, el de la economía, cosa que es admitida y además inevitable (*) por nuestras feministas más inveteradas.

Creo que Álex Grijelmo en El genio del idioma (¡Jesús! – no Tusón, el otro-  ¿dónde lo habré puesto?) ya se detiene a explicar porqué no hay que ensañarse con la letra “o” ni con ninguna otra letra en particular. Fórmulas como la de la a de arroba (@), que procede de la abreviatura del inglés para “at”, para substituir el plural desdoblado, no soportan un análisis somero. Y las extravagancias tipográficas o gráficas tienden a degenerar y no me quiero ver escribiendo con el teclado numérico y el mapa de caracteres ASCII. Antes sencilla que muerta.

He podido comprobar en la Nueva Gramática de la Asociación de academias, tal y como anunciaban nuestras desdoblacionistas (*), que Ignacio Bosque ha descartado esa fórmula totalmente (ni siquiera la menciona si no me equivoco), aunque sí que se refiere a la inadecuación de la palabra “miembra” después de haber hecho al pormenor una explicación de la morfología del género en español absolutamente moderna, descriptivista, científica y lingüista. Y si hubiera dicho “descriptivista” ya lo englobaba todo, pero no me quiero estar de nada.

Todo esto de las arrobas y las “miembras” me resulta una tontería incomportable, puesto que el sexismo, el machismo, el mamachichismo, la discriminación y la violencia se esconden oportunísticamente en resquicios que nada tienen que ver con la representación gráfica de un sonido que convencionalmente representa un rasgo de género para entendernos.  Por ejemplo en los sueldos. Ostras.

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Post scriptum: El título  del post, “El juicio y la razón”, atiende a una sutiliza de nuestro latín vulgar, que no sé si es extraña al swahili, por el cual con el juicio me refiero tanto  a la cordura como a un contencioso entre dos o más partes (con perdón), y por razón a un juicio en su primera acepción (cordura) y a estar en lo cierto, y todo ello sin apelar a la naturaleza del género de ninguna de las dos palabras.

(*) “La gramática española recuerda que en las lenguas románicas el masculino es el llamado género no marcado, es decir, que abarca a individuos de los dos sexos. Sirve para los seres humanos, claro, pero también para los animales. Cuando alguien dice que el oso es una especie en peligro de extinción incluye tanto a machos como a hembras. Para Ignacio Bosque, miembro de la RAE, el desdoblamiento es un artificio que distancia aún más el lenguaje de los políticos del lenguaje común. “Si uno habla del nivel de vida de los españoles, es absurdo añadir “de las españolas”. Suena incluso ridículo”, apunta. “Si yo le pregunto a alguien cómo están sus hijos se entiende que también le pregunto por sus hijas. No creo que sea discriminatorio”. Bosque es ponente de la comisión que trabaja en la nueva gramática, que estará lista en dos años. La anterior era de 1931 y el esbozo para la renovación, de 1973. El académico insiste en que lo que algunos consideran el “ladrillo simbólico” del patriarcado no responde más que a una simple regla gramatical. La misma que funciona cuando se coordinan un sustantivo masculino y uno femenino. En “Juan y María han ido juntos”, “juntos” es un masculino plural: “Así es el idioma, no hay otra forma de decirlo”. El lingüista sostiene que incluso los políticos son conscientes de que la doble forma es artificial: “Cuando no tienen delante un micrófono hablan como todo el mundo”. Incluso hablando en público los políticos se relajan. Al final del último Consejo de Ministros, la vicepresidenta del Gobierno aseguró, a vueltas con la sequía en Barcelona, que al final habría agua para todos “los barceloneses y las barcelonesas”. Acto seguido añadió que en el mismo caso estarían los valencianos, los murcianos y los andaluces. Esta vez, sólo en masculino plural. “Quienes proponen el desdoblamiento se dan cuenta de que no pueden mantenerlo a ultranza”, insiste Bosque. (“Crecen las alternativas para evitar el masculino a pesar de la Academia”, Red feminista, 10/04/2008)

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