11.10.10

La estrella azul


ías atrás me refería a “La régle du jeu” (Jean Renoir, 1939) y ayer cuando ví “Conocerás al hombre de tus sueños” o “You will meet a tall dark stranger” la recordé. La recordé porque la película de Woody Allen empieza con la canción “When you wish upon a star”, canción que originalmente escribieron Leigh Harline y Ned Washington para la película “Pinocho” (1940) de Walt Disney.
Lógicamente, o no, la versión de “Conocerás al hombre de tu vida” es la que canta Leon Redbone, que no pierde la suavidad oldy del original pero que le retira el aire vaudevillesco e introduce un cierto tinte de quebranto porque la voz es más ronca y tostada. En cualquier caso la canción, al principio de la película, lo que sin ninguna duda introduce es toda una declaración de principios sobre las debilidades o la inmadurez -digásmolo así- de los personajes que nos va a presentar.


Pero lo que me recordó defintiviamente “La régle du jeu” no fue “La estrella azul” (que es como en el territorio hispano conocemos la canción). Lo que me  recordó definitivamente “le fil des films” fue el uso que hace Woody Allen de Boccherini durante y al final de la película, muy similar al que hizo Jean Renoir con W.A. Mozart, y para subrayar como se entralazan sin estridencias las conveniencias sociales. La tesis de “La régle du jeu” encajaba perfectamente con Mozart (su ternura, su picardía burlona) porque señalaba como las más bajas pasiones se desarrollan y entretejen en la más estricta cortesía. La contribución fundamental de Allen es que los deseos y los intereses se muestran indistintamente. De hecho, lo único que nos permite distinguir un deseo de un interés es la moral y en la película la moral hubiera sido un engorro. Los dos músicos barrocos se prestan muy bien con sus melodías aparentemente ligeras para plasmar el entramado de triángulos, cuadrados, poliedros varios y círculos amorosos. “Conocerás al hombre de tu vida” es una comedia y por esos las referencias a Macbeth, a los Espectros de Ibsen y a la escena romanticona  en la Royal Opera House de “Lucia di Lammermoor” están al servicio de las referencias dominantes.
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Además de este apunte sobre la película, la otra reflexión que podría hacer se refiere a aquello en lo que intentaba recalar en el último post, sobre los finales. Mi propuesta era como otras veces de mostrar un río que no hay que beber entero. Y ya sabía yo que no tardaría en volver sobre el tema. En “La embriagadora tristeza” reparamos en cómo gran parte del público que vio conmigo “A serious man” (Joel Coen y Ethan Coen, 2009) en un perímetro de 10 butacas acabó un tanto irritado porque la película no tenía final. A ver, sí que tenía final pero no ofrecía respuestas, no le daba al público una conclusión acabada y preparada para ser consumida o donde descansar. Algo de lo que ocurre con el final de “A serious man” ocurre en “Conocerás al hombre de tu vida”, pero el mero hecho de haber montado las escenas y concluir la película cuando ya todo se había más o menos conectado, me parecen una propuesta mucho más elocuente que la de llevar las cosas a sus últimas consecuencias. En cierta forma parece que Woody Allen nos ilustra la inmadurez  o insensatez de algunos personajes sin importar su edad,  pero también nos ilustra el viejo tema de las “oraciones atendidas” o de tener cuidado con lo que deseamos, lo que creemos desear, lo que creemos que nos interesa, etcétera., no sea que se cumpla. Una vez que ya nos ha explicado esa maraña de correspondencias ¿para qué rendirse a la tiranía o la rutina del argumento usual con “principio” y “fin”?
El final de “Conocerás el hombre de tu vida”, cuyo título remite al lenguaje convencional de la cartomancia también en inglés, no se lo debe tomar el público como un desaire  o la indigencia del guionista ni como una extravagancia de la dirección. Cualquiera que tenga un mínimo conocimiento del mundo ya sabe lo que dará de sí cada una de las historias que aparecen, que si no fueran ridículas o cómicas -como se suele decir- serían patéticas.
Otra cuestión que le resulta incómoda al público de la película, por lo que he podido saber, es la ausencia de un protagonista o de un personaje central. Puede parecer que el protagonista tenía que ser el personaje que encarna Anthony Hopkins (Alfie), tal vez a causa de su estatura interpretativa o algo parecido al carisma. Y sin embargo no llega a serlo, aunque es un puntal decisivo por la fuerza no solo del actor sino la de su papel y la del  arquetipo que encarna o encarniza. Esa falta de protagonista yo no la percibo como una ausencia porque tal vez esa falta es la que permite que los secundarios destaquen y además de que lo hagan por un igual, cosa que es sencillamente maravillosa.
Es muy gracioso que precisamente ahora, oyendo a Andrés Aberasturi en la radio (recuperado por la COPE), estaba el hombre diciendo que no le gustan los finales abiertos y que le gustan aquellas películas en que se dice al acabar: “Fulanito fue juzgado y cumple una pena de 80 años de prisión. Menganito vive ahora en bla bla bla y ha tenido dos hijos que bla bla bla, murió en el año bla bla bla de un ataque al corazón y bla bla bla”. Pues es verdad que también está bien, porque así una se queda la mar de tranquila en lo que esa persona se refiere.


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