20.10.10

24 | Las vocaciones y las equivocaciones

La Habana, 1990
*
Cuando me sienta cansao
y de dar voces esté ronco
me sentaré junto al tronco
de ese mame colorao

contemplaré embelesao
la pradera y la colina
contemplaré la verde fina
cáscara del guajirillo
con la punta del cuchillo
pondré el nombre de Rufina


"El de afilador es uno de los oficios más característicos del mundo rural gallego, en particular del norte de la provincia de Orense, y más concretamente de los municipios de Castro Caldelas, Esgos, Chandreixa de Queixa, Nogueira de Ramuín, Pereiro de Aguiar, San Xoán de Río y Xunqueira de Espadañedo. Mezcla de saber técnico y oficio itinerante, la ocupación de los afiladores gallegos los  llevó por el mundo adelante ejerciendo una peculiar forma de emigración estacional." (Wikipedia)
*
uando tomé la foto del afilador habanero yo estaba en el convencimiento de que era gallego, porque era raro que pudiera ser de otra manera. Ahora no sabría qué decir, pero es bien cierto que hay muchos oficios que podemos asociar casi sistemáticamente a una determinada región de procedencia gallega. Por ejemplo, hace unos años la mayoría de los conductores de autobús de Barcelona eran gallegos porque unos introducían a otros. Se suele decir, no sé si es cierto, que todos los chinos que hay en Barcelona, que son unos cuantos, proceden del mismo pueblo, que también unos trajeron a otros para ir abriéndose camino.*
Luego hay aberraciones de nuestra oportunista economía actual, como la que vi el verano de 2008 por los alrededores de las Pedroñeras, en la provincia de Cuenca. Tradicionalmente es zona de ajos, de buenos ajos, y aquel verano descubrí que estaba saturada de fábricas de puertas. Vi, a ojo de buena cubera, cosa de un centenar, una detrás de otra. Me pregunto en qué habrá quedado la cosa tras el desinfle de la burbuja inmobiliaria.
Y sin embargo, tengo la impresión de que por disparatado e insensato que sea el desarrollo de una región, incluso cuando se pone en peligro el equilibrio ambiental, nada es tan insensato, ridículo y desatinado como otras corrientes especuladoras del sector terciario y sus parásitos. Al fin y al cabo, por mucho que nos empeñemos en fabricar puertas y en cambiar las que aún están bien, llega un momento en que el mercado se satura y cae inane o se dedica a venderles helados a los esquimales. Esto me recuerda una de las novelas más nihilistas de José Saramago, La caverna, sobre una familia de alfareros en la sociedad postindustrial, donde los oficios artesanos son residuales y pierden su dignidad.
Sería el año 1993, cuando salía de una operación, y me vino a ver al hospital una compañera de trabajo que andaba muy descontenta en su lugar porque -decía- la trataban peor que a un lápiz. Me dijo que se había matriculado en la Universidad de Barcelona para hacer Filología Semítica. Yo recordaba que era un departamento tan vacío o más que el de Filología Clásica, donde a duras penas acababan ocho en cada promoción. Pensé en la moda étnica o en las corrientes migratorias magrebíes que empezábamos a recibir. Pensé que tal vez la gente estaba interesada en aprender árabe. Pero Pilar me dijo, "Ah, pero no, somos más de 150, porque la nota de corte es muy baja, un cinco, y entran todos los que no han podido entrar en Medicina, en Derecho, en Filología Catalana..." Me quedé de pasta de boniato porque me imaginaba a gente que en verdad habría querido hacer una ingeniería estudiando perentoriamente arameo y no me cuadraba. También me imaginaba el final de la promoción, aún suponiendo que por el camino se perdiera un veinte por ciento del alumnado. ¿Tuvieron que adecuar el proyecto docente a la masa de nuevos alumnos? Y ¿a qué se dedicarían los licenciados que sí llegaran al final de la carrera? En el caso de Pilar su título le permitió acceder a la enseñanza secundaria y a lo que realmente se dedicaba era a dar clases de música porque lo que ella había estudiado era piano. Ella había estudiado con provecho piano y me enteré cuando ya era licenciada en Filología. No le daba valor y los médicos para quienes trabajaba ya se encargaron de que ni se le ocurriera tal veleidad. Pero es que entonces no había coaching y lo que estaba de moda era el mobbing.
Estas historias y otras me han suscitado muchas incógnitas y dudas y me hacen ver los quehaceres y las preocupaciones de nuestra sociedad, el prestigio incluido, como algo muchas veces inconsistente. En nuestra época está muy claro el efecto de modas como por ejemplo el alud de publicaciones sobre la oxigenoterapia domiciliaria, la cirugía ambulatoria, o el tratamiento regenerador con células madre.  El coaching que ahora está en pleno auge seguramente ya no sabremos lo que es dentro de 5 años o 10. Tampoco me quisiera dedicar a la adivinación. El chocolate, un alimento (o no) del que no había ni un solo artículo en la mayor base de datos bibliográfica médica mundial (PubMed) el año 1992, ahora es una panacea. El hecho de que no hubiera ninguna publicación el año 1992, o mejor dicho que fuera irrecuperable (tanto buscando "cocoa" como "chocolate" como "epicatechin"), porque luego he visto que sí que habían, era muy llamativo. El chocolate está en nuestra dieta sobre todo por su valor calórico desde hace mucho tiempo. Pero tal vez la multinacional Nestlé, que tanto daño ha hecho en África, por cierto, estaba detrás de ese veto. De repente ahora el chocolate prácticamente lo cura todo y tiene tantas propiedades  incluso tópicas que estaríamos aquí dos días para reunirlas en una lista escueta. De repente las sardinas eran malísimas para la salud (años 80), de repente son buenísimas (años 90). O, ¿cuántas novelas faltan aún por publicarse sobre la vil Guerra Civil? ¿Trescientas? ¿Tres mil?

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