22.1.11

Cappuccino commotion


iguiendo con el inagotable tema de los dragones es inevitable referirse a las plazas, aunque es tema sobre el que previamente habría que documentarse. Como es casi seguro que por razones ajenas al blog no agotaremos aquí ni hoy el tema, ya tendremos ocasión de averiguar su origen -sea religioso, militar o mercantil- y vamos a empezar como siempre la plaza por el tejado. Que es lo que tiene un blog, que cada cual hace más o menos lo que quiere y el que quiere otra cosa ya se hace su propio blog y tan amigos.

Se suele decir que Puff vive en el fondo del mar, un lugar que entre las madreperlas y las madreporas, y los animalitos que van sobreviviendo como pueden a las World Races y a los vertidos petroleros, es mucho mejor que un entierro de tercera aunque no tenga la animación de la que lían parda en pamelas por las carreras de caballos de Ascot. Es bonito de ver espectáculos como el que me figuro que es el de las carreras de Ascot, donde no hay un único punto que aglutina las miradas, sino que hay una animación generalizada que recorre como una exhalación o como un escalofrío la atmósfera social. A pesar de algunos experimentos del teatro, sobre todo el vanguardista, estamos más bien acostumbrados a la pared escénica. La liturgia, a pesar de que la misa se realiza en las últimas décadas de cara al pueblo y no de espaldas, orquesta las miradas en dirección al lado del Evangelio o al lado de la Virgen, o adonde en cada momento conviene desplazar la atención. Yo no sé de nadie que le pase lo que a mí, o por lo menos que lo diga, y es que me azora de alguna manera el hecho de que un coro cante ante una platea y que lo hagan frente a frente. Es un grupo de personas sentadas y en silencio ante otro grupo de personas que intentan no desafinar y cantar conjuntadamente. Pero ahí las miradas quedan en un estado muy parecido  pero más definido del que se supone que tienen las almas en el purgatorio o los pacientes que aguardan en la sala de espera del dentista y ya se saben de memoria los diplomas y los cuadritos costumbristas y al uso. Es un estado del que estoy bastante segura que incluso aislándolo en una foto, con un rostro sin más información, se podría identificar como procedente de una butaca ante un grupo de artistas. Ese orden de cosas solo la pueden matizar o aliviar los técnicos de iluminación.

Verdaderamente cuando servidora estuvo en Nueva York y así, sin ser poeta ni nada, encontró en falta no ya una plaza como la de Betanzos, con sus pórticos y sus terracitas y sus cervecitas, por mucho que tengan un Rockefeller Center, sino incluso algún banco que otro donde sentarse sin tener que ir al parquecillo aquel que está en Madison Square. Lo de las puertas giratorias ya se tratará otro día. Las terrazas de los bares han cobrado estos días más animación, a pesar de los fríos, por la chapucera ley antitabaco que nos rige desde que empezó el año nuevo. Pero estoy pensando en la plaza de Caminha, ese pueblo portugués que está enfrente de A Guarda (Pontevedra), dos pueblos separados o unidos por el río Minho/Miño. El quiosco de la plaza de la riojana Ezcaray también tiene su aquel. La Praza da Quintana de Compostela tiene una sonoridad especial y sólo acordarme de ella parece que se me rompan las cuerdas del corazón, pero tengo que decir que pienso que la plaza más bonita que yo he visto es la Mayor de Salamanca. Ahí es fácil conquistar el éxtasis, sea por el cielo límpido y enormísimo que la corona, sea porque -como dice la Wikipedia- "nació natural", sea porque el granito de Carbellino de Sayago tiene unos toques rosáceos como la aurora homérica o las madreporas de Puff.

Praza Irmáns Gardía Naveira (Betanzos). Foto: Jaume Meneses (Wikimedia Commons)
Le decía a aquel blogger tan querido de Cádiz que servidora a veces echaba de menos (de) vivir en un pueblo. Y no es porque prefiera especialmente vivir en un pueblo o en una ciudad pequeña antes que vivir en una ciudad por los servicios, museos, etc. Es simplemente porque en los pueblos puedes encontrarte con la gente sin necesidad de establecer una hora, un lugar, un día, cosa que en una ciudad como Barcelona es preciso si quieres verte con alguien en concreto. En los pueblos, hasta donde yo sé, sabes que si vas a determinado sitio "por la tarde", sin precisar más, ahí encontrarás más a menos a los de siempre. A lo mejor o a lo peor no están todos, pero siempre hay alguien y siempre puede uno abandonar el lugar o dejar de ir en el último momento porque no se ha comprometido con nadie.

A falta de un centro social, es cierto que he ido fraguando en mi día a día unos "lugares" donde sé que no hay la cosa esa de la modernez del meeting point que se crea artificialmente en los no-lugares, pero que hay algo de lo que llego a creer que es necesario para vivir y que no es la pirámide de Maslow.  El comedor de mi empresa por ejemplo es uno de mis lugares sociales. Otro es el blog, aunque desde hace cosa de año y medio que perdí prácticamente todos los visitantes que asiduamente recibía. Digo "recibía" como lo diría la Marquise de Pompadour: "recibo los jueves".  Me sorprende mucho más que vinieran que que hayan dejado de venir. Mi presencia en las llamadas redes sociales  y repositorios sociales (Twitter, Slideshare, Delicious, Youtube, etc.) los cuales, siguiendo con la comparación de las plazas, serían como los lavaderos públicos municipales de antaño, está en función de lo que acrisolo aquí en el blog.  Uso el Twitter como feed (agregador de noticias) tanto emisor como receptor, pero apenas participo. Mi "reputación digital" la confío toda a este lugar y no me puedo prodigar mucho más ni dedicarme a las descargas. 

No es que me guste mucho el trabajo que hace Isabel Coixet en los últimos años.  "Mapa de los sonidos de Tokio" (2009) y "Elegy" (2008) son dos de las películas peores que he visto en mi vida, cosa que solo se verá empeorada por el documental que acaba de estrenar sobre el juez Garzón. Y sin embargo, "Things I never told you" (1996) me pareció una película muy sincera y bonita. Elogio principalmente dos escenas que ilustran la soledad-solidaridad. En la primera escena la protagonista se dirige  amablemente a una señora que llora en el supermercado porque no hay helado "Cappuccino commotion" y le sugiere que pruebe el "Chocolate Chocolate Chip". La segunda es de la propia protagonista desesperada porque en el colmadito de los pakis se les acabó el helado de "Chocolate chocolate chip". Los tenderos le proponen que compre a cambio el "Cappuccino commotion".
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