15.2.11

De San Valentín a San Miguel (oficios y beneficios)

ras mucho pensar, cosa de media hora o hasta quizás cuarenta minutos, me he decidido a hacer pública la ya famosa reforma de mi cocina. Créanme cuando les aseguro que a pesar de haber hecho circular el enlace a la secuencia de fotos que tomé sólo entre mi círculo de amigos, ha sido un éxito de tráfico. Ni las ECM (experiencias cercanas a la muerte) ni los remontes del Ensanche tendrán nunca el tirón de un horno tan enigmático  y esotérico para mí como lo es un televisor de plasma. Ya está todo a punto para que pueda perpetrar mi no menos famoso pollo al limón alla mia maniera e iniciar una serie de sesiones de home training, que es como los antropólogos se refieren al aprendizaje que se hace en el entorno doméstico de la gente que no sabe a la que no y, por qué no, de la que no a la que sí. Y es que todos vamos sabiendo que también aprendemos mucho de quien no sabe.

Yo siempre he tenido por lo menos dos equi-vocaciones: la escritura y la documentación. La primera equi-vocación no merece la menor reflexión porque no tiene remedio alguno. Por lo que respecta a la segunda hoy solo diré 1) que lo que inicialmente me interesaban eran los manuscritos y hológrafos y 2) que he tenido la suerte de conocer varios panoramas, aunque todos ellos dentro de la Sanidad, incluso la privada. El hecho de que estuviera un tiempo alejada de las bibliotecas y de que volviera hace un par de años, después de pasar unos 17 en el meollo de la gestión y la trastienda asistencial, me ha hecho percibir los cambios con ojos tiernos aunque diré que no precisamente perplejos. 

Podría hablar de la evolución que he observado en los llamados "usuarios", palabra que nada más indicaré que me pareció siempre obscena. De hecho, los usuarios son y serán siempre lo más importante. No nos equivoquemos. Pero no, prefiero referirme a algo que hace 17 años empezaba a aflorar. Mi generación de bibliotecarios tenía un voluntarismo y era muy equi-vocacional y si bien es cierto que había alguno que te podía clavar una navaja trapera por la espalda por una beca de medio millón de pesetas o hasta de menos, también lo es que la inmensa mayoría era capaz de dejar que se le pegaran las lentejas -es un decir- si servidora les llamaba y les preguntaba por donde iban los tiros (también es un decir) en lo que fuera. Home training. Eso ya no existe o existe en cantidades infinitesimales, inapreciables estadísticamente hablando. A no ser que sea por lucro o por amiguismo, ese mal menor al que ya me referí en general en el post sobre las cadenas de favores y las pirámides de estafa. El año 1987, cuando yo estrené mi vieja cocina, éramos 10 personas mal contadas, en toda Cataluña, las que usábamos la teledocumentación y un procesador de textos (el WordStar y otro anterior cuyo nombre olvidé), por lo que en modo alguno justifico la deshumanización o pijificación de mis "colegas" en la tecnología. 

La otra cosa que me saca de quicio es que cada dos por tres (seis) nos cambiamos el nombre. Cuando yo empecé en esto nos llamábamos "bibliotecarios" tout court y ya asomaba el apelativo "documentalistas", que yo siempre he usado para presentarme como "documentatonta". Ahora hemos virado a los "community manager", "record manager", "information specialist" y cosas peores que revelan, por lo menos en mi modesta opinión, o gilipollez inveterada o un acomplejamiento repugnante sin remisión. Creo que en la Francia se les sigue llamando a los fontaneros plombiers y hace lustros que las tuberías del agua no son de plomo. Hay personas que asocian la palabra bibliotecario con la palabra libro y la palabra libro con un determinado soporte hecho con hojas de papel, ¿y qué?
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Lo importante es hacer las cosas bien, discretamente, y ser merecedor de confianza. Eso en el fontanero, en el bibliotecario y en cualquier profesional e hijo de vecino. Dicen que no hace tanto la gente rica cuando quería amueblar su casa se lo decían a un ebanista y éste se encargaba de todo. Nadie le tenía que decir qué tipo de madera o de sillas o de distribución quería. Lo mismo pasaba con el tapicero y el colchonero y todo lo que se les ocurra. No puede ser que yo le tenga que decir a la señora que limpia en el Hospital que haga el favor de pasarle un trapo a las mesas. Ni yo soy quien ni ella no sabe lo que tiene que hacer. ¿O sí? 

Cuando yo decidí empezar la tercera fase de la reforma de mi cocina (la primera fueron la ventana y la puerta, la segunda el lado del frigorífico o federico), cuando lo decidí,  digo, solo le di a los Hijos de Antonio Español S.L. un par o tres de orientaciones. Antonio Español le hizo la cocina de mis padres. Le ayudaba su hijo Alberto,  que aún era un niño,  y que ahora vino con su hijo Albert a arreglarme la mía. Además de que trabajan bien me merecen toda la confianza. Hubieran acabado en 4 días pero como el marmolista tuvo un error acabaron en 5. 


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