22.3.11

Gustos y colores

"L'amour est avant tout le don de soi-même"
Jean Anouilh

eemprendo el tema de “Los dos árboles”, el tema que merece toda la atención, que es el de mirar en nuestro propio corazón (gaze in thine your own heart) y no dejarse amedrentar por el espejo del cinismo y los graznidos de los cuervos.
Estos días precisamente venía pensando en lo difícil que a veces resulta no ya “consultar la almohada”, locución que solo imaginarla me produce desasosiego, sino elegir o decidirse. Ha habido largas temporadas en las que las posibilidades se bifurcaban en mi magín hasta casi el infinito. De hecho mi noción del infinito solo puedo representármela: a) como una enorme montaña de caca espesa cuyo peso es intolerable; b) como un gigantesco cielo estrellado  y purísimo o, c) como la suma de las probabilidades que puedo calcular de camino a la cocina de lo que puedo hacer con lo que hay en el frigorífico, que tampoco es que sea tanto excepto por el agobio, incluida la de no hacer nada.
Después de haber pasado por alguna de esas temporadas en que las dudas me asediaban a cada paso he llegado, supongo que más por cansancio que no porque las elucubraciones fuesen productivas, a tener una determinación rayana no con la infalibilidad, por supuesto, pero que está tan llena de certidumbre que creo que solo por eso es casi imposible que me equivoque. Es decir, yo no me equivoco. Si algo sale mal es porque ya estaba mal o porque lo han estropeado factores intrusos, ajenos, o que tienen que ver con lo que clasificaríamos en “mala suerte”, “fatalidad” o cosas por el estilo en las que prefiero no reparar. Es decir que hago lo que creo que tengo que hacer sin preocuparme demasiado por los frutos. Esto lo puedo decir desde luego gracias a que mis allegados y yo tenemos el pan asegurado por lo menos por ahora.
Pienso que así en general a veces las dudas vienen por la manía de gustar. No la de complacer, que esa es otra. No, la de gustar. Y es muy difícil gustar a todo el mundo. Podrá ser que habrá alguien que gustará a todo el mundo, pero no lo conozco. Y, yendo a la broma fácil, es posible que si hay alguien que gusta a todo el mundo habrá alguien complementario a quien no le guste pero que nada esa gente tan popular que gusta a todo el mundo. También sabemos ya de demasiados casos en los que alguien muy popular resulta ser en definitiva un montaje, una falsificación o una bola pura y dura y que tras el parapeto de la fama se oculta un monstruo, una desgracia, una falacia. 
A veces nuestro deseo de gustar sucumbe ante nuestros “iguales” y queremos gustar a los que consideramos amigos o parientes. Otras veces habrá quien quiera gustar a los “superiores”, jefes y demás. Otras veces habrá quien busque gustar a los que considera “inferiores” (es una manera de hablar). Los ardides de la atracción sexual merecen capítulo aparte. En India, tradicionalmente, las mujeres de las clases sociales que se pueden permitir tener un buen fondo de armario, no se visten menos de 4 o 5 saris cada día y esto solo con el objeto de complacer a los que les rodean. Los colores de la seda son brillantes como los de las flores o los de los reptiles, son vistosos, alegran la vista. No hay nada de malo en agradar, cuando lo hacemos como un regalo, como un ofrecimiento o hasta un sacrificio. Pero si es un sometimiento ahí juegan otros elementos que nada tienen que ver con el azul lapislázuli o el amarillo azafrán o ave del paraíso, sino que tienden a aquel color que coge la plastilina cuando la mezclamos o que tiene de natural el nasikabatrachus sahyadrensis o rana púrpura.



La letra "R" pertenece a la obra Alfabeto di lettere iniziale del siglo XVIII compuesto por 24 láminas de iniciales de estilo rococó, diseñadas por Mauro Poggi, dibujadas en tinta por Andrea Bimbi y grabadas por Lorenzo Lorenzi.

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