17.3.11

Post 619: Las buenas causas

"Una obra de arte es, desde luego, siempre original; 
su naturaleza misma, por lo tanto, hace que se presente como una sorpresa 
más o menos 
alarmante." (Lolita, V. Nabokov)


stoy escuchando una vez más “Las lágrimas” de Sergéi Vasílievich Rajmáninov tocada por Martha Argerich y Lilya Zilberstein. Aunque no he escuchado la discografía de  Dmitri Dmítrievich Shostakóvich ni la de Rajmáninov  con la atención, la dedicación y la presencia que se merecen, puedo decir que son compositores que tienen sobre mis oídos o mi alma nada privilegiados el maravilloso efecto que ejerciera algo que es mucho más que música. Admito que hay música perturbadora, y como dije hace unos días incluso la hay que lo es sin ni siquiera ser molesta. Pero estos compositores rusos me hablan de una manera de sentir directa, sin efusiones ni fingimientos. Tal vez porque mis castigados oídos están acostumbrados a las convenciones y amaneramientos aparentes del Barroco y  a algunos socorridos tics del jazz, Rajmáninov y Shostakóvich me dicen algo nuevo por no consabido, porque no está desgastado e incorporado a los anuncios de coches junto con el color de fábrica. Ese punto de clemencia dolorida, lúcida, al que se llega después de lo que es impracticable, imposible, sincero, solo lo había encontrado en Beethoven y tal vez en Brahms. Además es una música que estando en esa misma sensibilidad en la que se destrozaron los nervios los románticos, sinestésicamente diríamos que se nos antoja con una luz tibia como la del resplandor del cielo nublado, brillante como una gota de rocío o el preciso filo de un cuchillo en el que pondríamos nuestra vida, como en una vía acerada, si hubiera la necesidad o el apremio de ofrecerla. Mozart está en otra realidad, como pasa con Bugs Bunny y Micky Mouse, que pertenecen a factorías de ficción diferentes y rara vez coinciden a no ser en recreaciones que conculcan la ley de la verosimilitud.
Me fascina la música y la literatura rusas, me gusta el cine ruso, y sin embargo algo me aleja de Rusia que no es el alma rusa, que es algo que a ellos, a los rusos, tampoco les debe gustar de ellos mismos. Todo esto, claro está, son suposiciones, especialmente porque nunca he estado en la antigua Unión Soviética. Hay rusos en Barcelona, creo que en número significativo, pero todo lo más que llegamos a advertir de su presencia es el lenguaje. Además no sé si sirven para rusos, de la misma manera que no sé si yo sirvo para barcelonesa. Creo que no. Mi cansancio general en muchas cuestiones llega al punto de extenuación máxima cuando se habla, por un decir, de los japoneses o de los burkineses. En estas cuestiones hay dos maneras de meter la pata hasta las corvas: una cuando hablamos de nuestro país cuando estamos de viaje y otra cuando hablamos de otros países en nuestro propio país. No se me ocurre otra forma más de meter la pata como no sea la de introducir terceras partes, variante que en realidad poco incorpora a la dinámica de los tópicos y las patrañas. Las patrañas son las que solemos contar los españoles, p.e., cuando vamos al extranjero y hablamos de nuestro propio país y nos inventamos lo que desconocemos u organizamos la realidad a nuestra comodidad. Patrañas son las que se inventaba Enric Marco sobre Mathausen-Gusen o Tania Head sobre  el atentado de las Torres Gemelas, de la que se declaró superviviente. Tanto el impostor como el trolero buscan un ratito de ser el centro de atención y de dejar de ser como todos los otros gatos pardos.  Casi siempre se buscan una buena causa. Tópicos son las socorridas afirmaciones a las que se suele acudir por la misma razón (comodidad) pero en este caso recurriendo indigentemente a lo que otros ya han dicho y manido.
El primer trabajo que hice remunerado fue en un laboratorio que tenía un contingente de altos ejecutivos japoneses. Me pilló allí el golpe de Tejero. Después he podido conocer someramente algunos japoneses y japonesas, por cuestiones que no son al caso. Sé con todo que los nipones a quienes se les permite emigrar de su país tienen un perfil muy determinado. Y sé que cuando vuelven tienen dificultades para reintegrarse, ni más ni menos que lo que pasa supongo con los venezolanos que han estado en Europa, los gallegos que han estado en la Argentina, etc. Sin embargo, con todo lo que creo saber, que es bien poco, no podría llegar muy lejos y lo dejaría reposar, como casi todo. De lo que yo al menos no tengo ninguna duda es de que el tsunami de la semana pasada en el nordeste de Japón les irá muy bien. Soy consciente de que en frases como ésta precedente es en las que se apoyan los comentarios desabridos o desconsiderados que no nos gustan a los bloggers, aquellos comentarios que obvian todas las explicaciones y sus merodeos, aquellos comentarios que descontextualizan y se van derechos al botón de la manita con el pulgar hacia abajo o hacia arriba como si tuvieran que votar o como si fuera el Facebook. Prosigo. Creo que esta desgracia y las calamidades añadidas les irán bien porque estaban necesitando un motivo de regeneración, o de perfeccionamiento o de lo que quieran ustedes. Intentaré aproximarme al núcleo de lo que quiero decir con todo cuidado: pienso que si los japoneses no tuvieran una razón como la que les ha dado la ola gigante, tan aplastante, para levantar su país es posible que se hubieran vuelto todos locos o, la otra opción descabellada, artistas. Como es natural, esta es solo no “mi” opinión sino que además es “una” u "otra" opinión.

Si hay algo comparable a sentirse amado es solo acaso sentirse útil.


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