19.4.11

"We're here" (capitanes intrépidos)

Por qué no me crees,
si yo a ti no te engaño,
que tú te vienes conmigo a mi casa,
que yo tengo un retrato,
jurando bandera y allí en San Fernando

Diego Carrasco, "Yo, marinero"

No hace falta ser un filósofo griego para darse perfecta cuenta de que las cosas nos resultan según la opinión que tengamos de ellas. Así, mientras buscaba en internet imágenes de los cuadros de H. F. Lane, me daba cuenta de que la mayoría representaban el puerto de Gloucester, del cual todo lo que conozco es una de las escenas finales de "Capitanes intrépidos" (Victor Fleming, 1937).  En "Capitanes intrépidos" el capitán por antonomasia es Disko Troop, y lo interpretó el tío abuelo de Drew Barrimore, Lionel Barrimore. Tanto para Drew Barrimore como para Lionel Barrimore las cosas les resultaron siempre o casi siempre según la opinión que tuvieron de ellas. El barco del capitán Troop se llamaba We're here ("Estamos aquí") y es el nombre que he adoptado para el post de hoy, que tratará ni más ni menos que sobre que las cosas nos resultan según la opinión que tengamos de ellas, como habrán adivinado.

Tengo que preguntarle a mi tía Loli, que es la memoria de la familia, cómo se llamaba el barco en el que pescaba mi abuelo, pero probablemente se llamaba "Virgen del Carmen" o algo así si es que hay algo así. Estos días ha estado varado en el puerto de Barcelona un trasatlántico llamado "Liberty of the seas", con capacidad para más de 3000 personas en camarote doble, con pizzería, campo de minigolf, salón latino Boleros, pista de patinaje sobre hielo y una bodega -nunca mejor dicho- cargada de vinos de todas las procedencias. Como cada cual tiene sobre las cosas la opinión que tiene, yo preferiría pasar 15 días en Wad-ras (el centro penitenciario de mujeres en mi ciudad) siempre y cuando no tuviera consecuencias en mi situación jurídica, que pasar 15 días en el Liberty of the seas. Para decirlo de una vez, me parece una horterada y un ultraje al mar, a la libertad, y last but not least al buen gusto.

"Vacaciones en el mar", que en el idioma original era "The love boat" (Aaron Spelling, 1977-1986) ya abrió nuestras cerriles costumbres a la posibilidad de que existierá una isla flotante donde no había más remedio que divertirse. Sólo con ese planteamiento cualquiera podrá admitir que hay más libertad en Wad-ras que en cualquiera de esos barcos cargados de animadores y de simpáticos camareros que tienen una sonrisa casi sardónica. Se dirá que esos barcos gigantescos nos ofrecen tantas y tan diversas posibilidades de pasar bien el rato que es imposible que no nos sumemos a alguna de sus propuestas. Pero en mi opinión pasa un poco como con aquellos pianistas que todo lo tocan igual, sea la Serenata de Schubert o "Cuando calienta el sol", al final todo suena a lo mismo.

Fitz Henry Lane, "Approaching storm" (1860). 60.96x100.65 cm. Colección privada


El empeño de la tripulación para conseguir nuestro bienestar a través de los métodos habituales (música, vino, toallas y papel higiénico suaves, frutas cortadas artísticamente en forma de rodaballo o de camelia etc.) no diré yo que no sea todo un arte y que no requiera un esfuerzo y su profesionalidad. Pero no quisiera que nadie procurara mi bienestar y ya no digamos mi felicidad o, mucho menos, mi tranquilidad, con ese afán que en el fondo desalienta y arredra. Ese pedazo de rascacielos que surca el Atlántico y guarda en sus bodegas cantidad de basura y desechables, en mi opinión, siempre en mi opinión, es un asco deprimente.

Claro está que tengo mi propia idea del mar, idea que no quiero ver desmantelada por la realidad y ya no digamos por la verdad. Mi idea del mar está unida a las novelas de Joseph Conrad, a Robinson Crusoe, a "Capitanes intrépidos" y al "Virgen del Carmen" de Finisterre, donde mi abuelo no me permitió subir nunca ni siquiera cuando estaba anclado. También está unida al recuerdo de pasar tanto rato en remojo que me sacaban arrugada como una pasa y a la fuerza. A mi también, como Spencer Tracy (Manuel) a Freddy Bartholomew (Harvey), me llamaron "Pescadito". Era un hombre ya viejo, con cuya familia nos reuníamos en Montgat, y luego en Castelldefels, en aquellos domingos de los largos veranos de los 60. Para mí, el mar no es la virginal Polinesia de Murnau y Flaherty en "Tabú" (1929), ni el océano helado de "Nanook of the North" (1922), de Flaherty en solitario. No es el Caribe ni el Mediterráneo. Más bien es la Antártida,  el Océano Atlántico de Robert Salmon, incluso ese mare tenebrosum que Lane retrató a través del iluminismo.

Así que cuando supe que España es un trasatlántico me hundí a plomo. Menos mal que por regla general lo que dice nuestro Presidente (el capitán ZP) no tiene ningún valor, ni siquiera el de opinión, especialmente cuando se mete en metáforas. Por cierto, ya que hablamos de papanatas,  hay alguien en Youtube que sostiene, aún ante la vista de la zanfona de Manuel, que la famosa canción de "Capitanes intrépidos"  procede de  Queensland.  La  afirmación, que parece una teoría extraída de "Muy interesante", debe descansar en el portentoso acervo musical y marinero de esa isla desmedida que es Australia. Los marineros "de Australia" son tan marineros como el marinero de Diego Carrasco, que se ponía morado de Cruzcampo. Aquí estamos.

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