6.6.11

Su vida



veces por la mañana Corona y yo damos un paseo hasta la parada de mi autobús. Si llegamos demasiado pronto nos sentamos en un banco pero no siempre en el mismo. Le tengo dicho que no quiero que nos llamen "las del banco". Total es igual, porque la gente te acaba llamando como les viene de gusto, pero que conste que facilidades no doy. La expectativa de que alguien nos pregunte porqué unas veces nos sentamos en un banco y otras en otro tampoco no me resulta prometedora, pero en general damos así poco pie a especulaciones. Y si alguien nos preguntara ya veríamos como mejor contestarle. 
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Una vez mi padre se acercó a nosotras y nos dijo "Parecéis un par de idiotas". Como nunca antes nos había faltado el respeto en toda su vida ni en la nuestra, que supongo que viene siendo lo mismo, no pudimos ni quisimos tomárnoslo a mal, sino como una observación cargada de razón y muy oportuna al caso. Este mediodía, cuando estábamos pues como un par de idiotas allí en el banco, esperando el autobús que me cuadrara, observé una especie de hoja seca o una cápsula pequeña o algo que descendía hacia el suelo pero como lo hacen los paracaidistas, un poco planeando, otro poco dilatando el momento del aterrizaje a la ventura del aire. Volar lo que se dice volar no era, pero sí lo más parecido. Entonces dijo Corona, cuando prácticamente lo teníamos delante: "Es un gusano". Y yo le contesto: "Sí, hombre, ¿y qué más? Después de lo de la babosa de ojos azules me vienes con esta tontería. Los gusanos no vuelan."  La cosa en cuestión parecía colgada de su punto más alto, que estaba como en suspensión y que era más verde que el resto de lo que fuera. El caso es que cuando finalmente tomó tierra era una lombriz marrón y si no era una lombriz se le parecía mucho. Después de serpentear un poco por el suelo se enderezó como suelen hacer las lombrices elevándose como una montaña rusa y así consiguió desplazarse en pocos segundos cosa de un metro.
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La verdad es que todo el tiempo que estuvimos mirando el gusano o lombriz fue con gran tormento porque iba y venía mucha gente y hasta llegó a pisarla un señor que no calzaría menos de un 45. Sufrimiento inútil porque el invertebrado parecía crecerse y crecer por momentos y sin embargo ningún paso le alcanzó aparte del que acabo de comentar. Iba en dirección a un seto de verónicas bajo mirtos y le dije a mi madre: ¿"Lo acerco al seto?". Ella me respondió: "No, es su vida". La verdad es que tenía razón, pero yo con ayuda de un papelito lo acerqué al seto y tomé el autobús. Pero verdaderamente ¿quiénes somos nosotros para intervenir en la vida de nadie? También me acordé de esos nonagenarios a los que se les administra quimioterapia para el cáncer. ¿No sería mejor darles un bocadillo de chorizo, un vasito de vino y una galleta (de) maría y que durmieran?

8x8 como un tablero de ajedrez
 
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