24.8.11

"The cobbler should stick to his last"

"Zapatero a tus zapatos"
"The cobbler should stick to his last" 



e leído estos días un par de reflexiones a remolque de la actualidad de la JMJ (Jornada Mundial de la Juventud). Una en el blog de la escritora Luisa Cuerda, muy lúcida como siempre, y otra en "La Vanguardia", de un joven licenciado en Filosofía llamado Diego Giménez cuya trayectoria desconozco. Su artículo es muy libresco, muy universitario, sobre todo en odiosa comparación con el de L.C., en quien siempre no tenemos ni la menor duda de que cuanto dice es vivido, sin descartar que se haya leído lo que se considera obligado y más, y todo con provecho. Lamento profundamente ver uno de mis autores más admirados, Dostoievski, reducido a un titular que a mi parecer está fuera de contexto: "Si Dios no existe, todo es posible". Dentro de la fe cristiana es "problemático" cualquier sufrimiento que no pueda ser redimido ni explicado en términos de castigo. He releído recientemente Los hermanos Karamazov y no puedo más que lamentar ese subproducto  alquímico de elementos que zozobran entre la divulgación, la pobreza léxica y la irritación en cierto modo visceral. Dostoievski no solo no es eso sino que es mucho más y es bastante más rico en matices. 
Mi ejemplar de Los hermanos Karamazov está disperso entre Fránkfort, Colonia, Hamburgo y Berlín, puesto que los volúmenes gordos por mi comodidad los deshago en pliegos que luego desecho conforme los voy leyendo. Así que no puedo comprobar ahora de qué párrafo del libro Giménez extrae la frase que cita sin más: Dostoievski escribía en los Los hermanos Karamazov: "No puedo resolver esta cuestión. Si todos deben sufrir para ayudar con su sufrimiento a la armonía eterna, ¿qué papel desempeñan los niños? No se comprende por qué deben sufrir ellos también en nombre de la armonía". El caso es que Giménez se agarra a ese pasaje como a clavo ardiendo y de alguna manera se hace explícita su ignorancia -en los dos sentidos de la palabra ignorar- de las palabras de Jesús de Nazaret (Juan 9:3) y de todo el libro de Job, fundamental para el tema que plantea.
Por lo tanto, una vez más, como pasa en infinidad de temas, me pregunto cómo es posible que haya gente que habla de lo que no sabe o no sabe de lo que habla. Está claro que Giménez no se ha leído Job, ¿Se habrá leído la Introducción al cristianismo de Joseph Ratzinger? Hablar se puede hablar de cualquier cosa (faltaría más), pero hacerlo desde una tribuna y recurriendo a argumentos que solo son disculpables en el Facebook o una rave de borrachos pasados de estramonio es poco digno de consideración. En mi filosofía, donde apenas cabe algo de Lógica y algo de Moral, muy poco, señorea una frase de pensamiento doméstico: "Zapatero a tus zapatos". Es muy interesante el producto que se extrae de las incursiones de unas disciplinas en otras y el intrusismo a veces da frutos buenos, pero por regla general me parece tan natural que los que quieran hablar de los fundamentos cristianos no pasen por alto lo que han estudiado sus teólogos como que los que quieran hablar de enfermedades no desoigan la experiencia de los médicos y los enfermeros, etcétera.
Curiosamente el círculo que se cierra ante los que pretendan hablar de temas médicos sin tener una formación reglada y pertenezcan a los corporativos es atenazante y displicente. Por el contrario casi todo el mundo se ve con criterio para hablar del sentido del sufrimiento de los niños en la fe cristiana y para reducir todo el aparato doctrinal a la socorrida y desgastadísima excusa de la culpa judeocristiana, tema tertuliano donde los haya.
Ha habido muchos comentarios, consabidos, sobre el hambre de Somalia y el poder de la Iglesia. Esos comentarios se han hecho desde la más patética y sórdida indigencia informativa y coreando las consignas de turno más las de la inercia de toda la vida, con pleno desconocimiento de la labor social, educativa y sanitaria de la curia y sus organizaciones y no solo en África. La financiación de la JMJ se ha aclarado por activa y por pasiva, su rendimiento también, así que por mi parte ya está más que aclarado.
Zapatera a mis zapatos, recuerdo al hilo del articulito de Giménez que a los nueve años fui víctima de un accidente de tráfico. Fue un taxi Seat 1500 contra un cuerpo de menos de 30 kilos, puesto que yo era fuerte pero delgada como un junco. El capó me dio en la cadera izquierda, volé 8 metros y fui a dar de boca contra el bordillo. Casi una hora después, tal vez más, recobré el conocimiento. Perdí los dos dientes incisivos centrales del maxilar superior. En el juicio condenaron al taxista a 6 meses sin poder conducir, cosa que me apenó sobremanera. El taxista recuerdo que era extremeño. Me fueron a ver él y su madre durante mi convalescencia en casa, y pudimos saber que recién habían emigrado a Barcelona. Eran una gente sencilla y muy modesta de medios. Con todo me trajeron un regalo. Era un frasco de perfume de Avon. Decía desde mi cama a todo el mundo: “Estoy muy bien", cuando la verdad es que mi afirmación era poco creíble porque no podía pronunciar bien la "s" y además me esforzaba en hacerlo y eso me conducía a hacer una mueca con los labios que desmontaba toda mi buena intención y la de los demás. La falda con miriñaque era la botella propiamente dicha y el corpiño y la cabeza giraban como un tapón sobre la rosca del frasco. Ese regalo destacaba entre la barbaridad de libros que me regalaron mis amigos del colegio, de la calle y del centro excursionista. Destacaba no solo por su singularidad sino porque yo no era niña de muñecas ni de princesas ni nada por el estilo. Sin embargo recuerdo vivamente que capté con sobrecogedora precisión, a pesar de mi corta edad, todo el cariño que habían puesto en ese regalo. Aunque yo no me cansaba de decir a todo el mundo "
Recuerdo muchos otros detalles de mi primer accidente (¿o fue el segundo?) pero creo que el que nunca podré olvidar es el de que unos segundos antes de la colisión me acababa de comer una manzana y pensé "qué bien poder morder una manzana". Ese tipo de pensamientos que luego adquieren sentido son como premonitorios o lo que sea. Eso a mí me es igual. En ningún caso pensé jamás que ese accidente fuera injusto para mí, merecido. Si acaso siempre pensé y siempre pensaré que el juez se equivocó. Si en vez de condenar al pobre taxista extremeño a 6 meses sin poder trabajar hubiera investigado por qué a aquel cruce le llamaban "el paso de la muerte", hubiera evitado una infinidad de atropellos con final fatal. En los años siguientes, solo de mi colegio, hubieron 3 víctimas. Finalmente, al cabo de mucho años pintaron un aso cebra y plantaron dos semáforos. Para entonces ya se habían muerto unas cuantas personas, que espero que Dios tenga en su gloria. Yo en filosofías no me meto.

Foto del blog "Verdades y mentiras" de Fabrisa. Banco de zapatero

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