15.8.11

Parecidos odiosos, comparaciones razonables

"El serrallo era para las mujeres como un desafío a vida
o muerte; trono o sepulcro, consagración o silencio, porque
la clausura podía convertirlas también en halcones, igual 
que el hachís y el desamor las enviciaban y, entre 
joyas y sedas, se transformaban en niñas caprichosas
o en muñecas crueles, vacías o rellenas de ambición y celos... 
Un convento de clausura inquietante, porque también los sultanes 
se volvían palomas entre sus manos perfumadas".

Mauricio Wiesenthal, El esnobismo de las golondrinas

Lo crean o no en donde yo trabajo, donde hay o hubo en plantilla creo que cosa de 6000 personas, hay un hombre que guarda un parecido asombroso con el Salieri de "Amadeus" (Miloš Forman, 1984). Lo que yo no sé es si vive atormentado por la envidia, ese vicio que dicen que corroía al compositor verdadero ante el genio y la picardía de Mozart. Pero son como dos gotas de agua. 
Pero, empezando por los parecidos razonables, las intrigas entre las concubinas del sultán y la organización del serrallo de Topkapi, desde la validé o favorita, pasando por los eunucos y las odaliscas y acabando por las niñas esclavas, no se pueden comprender en dos tardes. En dos tardes como las que empleó Jordi Sevilla en explicar a Rodríguez Zapatero lo preciso en Economía. La comparación de Wiesenthal entre un serrallo y un convento se aleja del tópico sacrílego para desarrollar la idea esencial del aislamiento.

F. Murray Abraham como Antonio Salieri en "Amadeus"

Precisamente un año justo después de estar en Topkapi estuve en Salamanca. Fue el día de Navidad, sin turistas en Estambul y sin estudiantes en la capital charra. A pesar de que pasaron no menos de 15 años aún es muy vívida la fuerza del impacto entre el enorme parecido que sorprendí entre el patio que conduce al convento de las Dueñas o dominicas y el del serrallo de Topkapi.  Tal vez fue solo una impresión, tal vez el parecido podría razonarse con pruebas materiales, fotos. La cuestión ahora es solo plantear como se asemejan mundos ajenos.
Por un mismo factor de conversión, se da una cuenta de que en un grupo con un determinado número de personas que coinciden durante unos días en un curso de verano o en un circuito turístico se darán a conocer con singular parecido a la profundidad mera de los personajes que mostraba Agatha Christie para presentar un caso de asesinato. Es decir que solo veremos las relaciones más reconocibles entre nuestros personajes (madre-hijo, marido-mujer, etc.) y se diría que unos rasgos que nos sitúan muy someramente sobre unos temores y unos intereses obvios. Todo igualito, si quieren, que en una novela de Christie pero sin asesinato ni muerto. Hitschcock, el maestro del suspense, acortó los planos. Y su fascinación por el subconsciente le llevó al psicoanálisis y aún a los sueños. Sin embargo, en los cursos de verano, en los tours y en las novelas de Christie predomina el plano de 3 a 5 metros e incluso un radio mayor. En los tres casos esa distancia la marca la necesidad de que un grupo de personas desconocidas coincidan en un momento dado en un lugar, sea para rentabilizar una clase, para compartir gastos en un viaje en grupo o fortuitamente para enredar la trama y levantar sospechas ante lectores aficionados a las novelas policíacas.
Es en los 3 metros o menos cuando más he experimentado la sensación inexplicable de resultarme familiar un completo desconocido. ¿Por qué extraña razón esa sensación me ha sobrevenido tantas veces en los trayectos de media y larga distancia en tren? Aunque he leído que el déjà-vu se asocia a la esquizofrenia, no dejan de sorprenderme esos momentos tan desconcertantes como inservibles. Otro caso es el de aquellas personas que nos despiertan una sensación de déjà-vu y de peligro al mismo tiempo. Esa sensación no es inservible y yo al menos he experimentado que son verdaderamente fundamentadas todas cuantas veces la he sentido. Lo que no sé es si se pueden justificar en la esquizofrenia aquella o en el cenizo o en la aplicación de un formidable sinnúmero de multivariables  y factores de conversión empíricos de nuestro lastre vital.
Soy consciente de que hay personas que no son muy proclives a advertir las semejanzas entre sus semejantes o entre cosas aparentemente diferentes. O tal vez no están interesadas. Eso no les priva de llevar una vida normal, de la misma manera que se puede vivir muy bien sin saber el punto de la salsa bechamel, si se me permite decirlo a través de un nuevo símil.
Y todo esto es para llegar a una comparación que es odiosa de verdad. Se ha escrito muchísimo sobre los campos de concentración y de exterminio, sobre todo los de los nazis. Aunque se han hecho varias películas en que aparecen kapos, yo desconocía su naturaleza. Los nazis uniformaban a sus prisioneros y les marcaban la ropa con un número y unos triángulos invertidos cuyo color indicaba tácitamente a qué clase de persona iba asociado cada hombre y cada mujer o los niños. A grandes rasgos, y de acuerdo con el cuadro que ilustra el Álbum hoy, el color rojo señalaba a los comunistas, los espías, los desertores y los prisioneros de guerra. El color azul señalaba a los emigrantes. El verde a los criminales. El rosa a los hombres homosexuales, pederastas y violadores. El lila a los Testigos de Jehová y los pacifistas. Los gitanos primero fueron señalados con un triángulo negro, pero posteriormente se les identificó al triángulo marrón, mientras que el negro quedó reservado para los enfermos mentales, las lesbianas, los alcohólicos, los mendigos, las prostitutas y los adictos a las drogas. En los judíos otro triángulo bajo la base del primero, hasta formar la estrella de David, indicaba a los descendientes del pueblo elegido.
La cuestión es que en el terrorífico e inhumano entramado de un campo de trabajo o de exterminio, tenía un enorme peso el miedo, la humillación, la crueldad y el sufrimiento físico (hambre, frío, hacinamiento). Todo ello quien más quien menos todos lo sabemos o lo hemos ido pudiendo saber. Los kapos eran los directos encargados de cada barracón. En el campo de concentración de Sachsenhausen, cerca de Berlín, se muestra en el barracón 38 el camastro del kapo, segregado de la sala donde dormían hacinados de 3 en 3 sus prisioneros, que creo que eran gitanos. Los kapos eran también prisioneros y ostentaban el triángulo verde, que era -como he dicho- el que se asignaba a los que antes de la locura del nacional-socialismo se habían dedicado profesionalmente al crimen.
Los kapos serían pues personas de pocos escrúpulos, o "amorales" simplemente. Podían hacer a la perfección el trabajo sucio que se les requería a cambio de algunas ventajitas y de la embriagadora y altamente adictiva sensación de poderío de que tanto gustan los cobardes. Como los nazis les supondrían crueles, astutos, arrastrados y amigos de lo ajeno (envidiosos por tanto), daban el perfil justo y necesario para la función de mantener los pabellones aterrorizados, bajo control y especialmente humillados.  A su vez los kapos también pasaban miedo, pero era diferente miedo.
Estar bajo la voluntad de una persona indecente que seguía las órdenes de unos locos es de lo peor que yo soy capaz de imaginar.  Los kapos, más o menos tal y como los he descrito con trazos gruesísimos, siguen existiendo. No hace falta que tengan un historial delictivo o antecedentes penales. No hace falta que obedezcan enteramente al retrato robot, pero haberlos haylos. Y locos también. De hecho, me estoy acordando además de aquella magnífica película argentina, "El secreto de sus ojos" (Juan José Campanella, 2009), donde si no recuerdo mal el asesino acaba condenado pero tras una breve pena de prisión pasa a ser sicario predilecto del Partido Peronista. Y eso porque no quiero decir nada de lo que yo conozco  tan de cerca.

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