21.8.11

Azúcar, sal y pimienta




uando volví a casa hace unos días me encontré con un ramo de flores en la puerta que tal vez llevaba 6 o 7 días allí, suponiendo que fuera para mí y por mi santo. No había tarjeta alguna ni nada que me permitiera identificarlas o hacerme creer que fueran verdaderamente para mí en vez de para mi vecina o su marido. De manera que me veo empujada a usar este álbum para dar las gracias más sinceras a quien fuera que se acordase de mí por el día de mi santo. Mi círculo de amigos conocía más o menos las fechas que me iban a tener lejos de casa y por lo tanto si seguimos sobre la pista de que no eran para mis vecinos, tenían que proceder de alguien que hace tiempo que no está en contacto conmigo. Sobre la consternación de que durante unos días un signo evidenciara la ausencia total de vecinos en mi planta, prevaleció el cariño con el que creo que fui obsequiada. Sobre todo porque la vida a veces discurre por épocas de pocas alegrías y de demasiadas obligaciones y sinsabores.
En Japón, por lo menos hasta donde yo sé, los regalos se hacen con arreglo a un código bastante cerrado. Es decir, en determinadas ocasiones una puede esperar que le regalen un abanico con su funda hecha de tela de kimono. Es algo parecido al código tácito por el cual cuando nos invitan a comer o a cenar a casa en algunos casos nunca llegaremos sin ofrecer una botella de vino o unos postres preparados. Entre mis defectos cuento el de mi inadecuación para hacer regalos. No ya por ejemplo regalar un Réquiem de Mozart por un cumpleaños, sino porque el empeño que tengo que poner para elegir un regalo y llegar a una mínima certeza de que no me equivoque por mucho es tan descomunal que pagaría el doble por pasar por alto esos días. Es algo que he pensado un tanto y he llegado a algunas conclusiones, como la de que no es un problema de generosidad sino la de la inseguridad de salirse de la rutina y el trato normal y sin sobresaltos.
No tengo grandes esperanzas de conseguir convivir con esta condición con tranquilidad. En el mismo orden de cosas sitúo mi aversión a las celebraciones en horario laboral. Ya he dejado aquí fe de que me encantan las comidas campestres y compartir ratos largos en las terrazas de los bares. Con el tiempo he tenido que ir renunciando a muchos de los alimentos que más me gustan por salados o grasos y que me perjudican también por salados y grasos. Por tanto intento entonces comerlos en raciones casi homeopáticas y en raras ocasiones. ¿Quién no conoce la sensación de incomodidad por verse obligado en mitad de la jornada laboral a tomar cava o gusanitos o chorizo? La insistencia, rayana muchas veces con la grosería más intolerable, acaba por colocarnos en el extremo de ceder aunque con la boca pequeña, para evitar que el asunto parezca desdeño o desplante y llevarlo a una discusión mayor.
Estoy convencida de que en un equipo de 30 personas esos acontecimientos producen por lo menos dos parones o relajos al mes, puesto que siempre hay cumpleaños, santos, nacimientos, bodas, tesis y demás celebraciones. Esos festejos breves no pueden tener lugar en otro círculo que no sea en el trabajo, puesto que a veces la relación entre las personas no va mucho más allá de esa obligada pausa de alegría y distensión. Servidora sin embargo le tiene verdadera manía a esos festejos porque a veces me joroban mi buen orden en la dieta o en mi gestión del tiempo o en las dos cosas. Como además estas celebraciones contrastan por la falta de entendimiento en lo que propiamente es el equipo de trabajo, es algo que me contraria indefectiblemente. En el caso de que me apeteciera tomar una copa de cava a media mañana, a riesgo de que las tareas que haga a continuación sean más tórpidas de lo habitual, ¿tiene sentido que concelebre algo con quien ha estado -por un decir- compitiendo deslealmente con mi pobre quehacer? 

"Plato de porcelana china con cerezas" (Giovanna Garzoni, 1600-1670), s.a.
Se dirá que de las concelebraciones puede salir un mejor trato en el día a día. No sé. Yo hubiera dicho que del buen trato en el día a día es de donde deberían salir las concelebraciones. Pero, como digo, intento acercar esa copa que se me impone con la mejor intención hasta tomar un leve traguito y acompañarlo con una galletita o el canapé más pequeño, hacer mutis por el foro, y aquí paz y después gloria.

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