7.10.11

El tiempo del álbum

yer por la mañana incorporamos un cuadro de Cerillo que tuvo la amabilidad de ceder para las paredes en gotelé de este blog, tan blancas que hasta parecen encaladas y que todo lo que podrán recibir es como en la canción, un san josé de azulejo. Y eso que Cerillo, ¿cómo lo diría?, es muy suyo. Desde aquí nuestro agradecimiento, aunque se diría que el cuadro le sentaba como los que dicen que tenían los hermanos Domínguez Bécquer en su buhardilla, cuando ajenos a su pobreza no renunciaban a la belleza, puesto que será verdad (y si no lo es ahora lo será algún día) que la belleza no es cuestión de dinero. La obra de Cerillo, de quien por respeto a la netiqueta no desvelaré el nombre real, como la de otros artistas, digo, levanta el corazón y hasta nos da las reales ganas a los que no somos artistas de hacer alguna cosita aunque sea con un canuto.
Esta mañana yo hice la foto de una mancha de tinta en un cuenco de agua. La tinta en el agua pasa por muchos momentos: el de los elementos que no se mezclan, el de los elementos que empiezan a mezclarse y el del borrón. Somos ya unas pocas personas las que nos abismamos cada dos por tres en espectáculos de ese género, por los que nunca nadie ha pagado que se sepa ni entrada ni nada. También es muy estimulante ver como se distribuyen a lo largo de una sobremesa las manchas de aceite en los platos a remojo, eso mientras no desarrollemos la capacidad de ver crecer la hierba sin ser su propio pasto. Aunque como ven estoy hoy en vena algo lírica no olvido ni perdono aquella estupidez de Rodríguez Zapatero de que se iba a dedicar a supervisar nubes. Esa greguería -quien me conoce sabe de mi desdén por el 99,87% de la obra de Ramón Gómez de la Serna, que no de la Senra- no tiene nada que ver con los que somos contemplativos de verdad o con la Clouds Appreciation Society de la que soy simpatizante. Y es que hay personas que hagan lo que hagan siempre quieren estar por encima, como aquel aceite de que hablábamos ¡Supervisor! (?)
Este álbum no dispone de mucho tiempo y no ofrece tiempo, cosa que tendría un enorme éxito sin precedentes y ante lo cual todas las invenciones de Steve Jobs empalidecerían. No les puedo dar tiempo. Y solo puedo dedicarle al blog apenas media hora, tres cuartos de hora, y no siempre. Pero aquí estamos no como modelo pero sí como ejemplo de que hay muerte después de la vida, de que hay belleza sin riqueza y de que hay de lo que tiene que haber.
Aunque me dispongo en los próximos años a introducirme en el dibujo botánico, con aquella actitud que creo que adoptaba Bartlebooth (que no Bartleby), no tengo prisa y veo que solo para determinar en qué "pose" me convenía encarar una granada ya se me está yendo la vida. Entre su forma, que es una esfera que recibe la luz aún con más posibilidades que un diamante, y mi impericia, nos van a dar las campanadas y estaremos las dos dando vueltas. Así que de momento le ofrezco a Cerillo una mancha de tinta de mi pluma como muestra de gratitud. Y Dios dirá.



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